CONTRATAPA
› COMO LA JUSTICIA AYUDO A TRES HERMANOS A BUSCAR A SU FAMILIA BIOLOGICA
Todo sobre mi madre
Perdieron a su madre hace diez años y fueron separados del padre porque les pegaba. Querían saber sobre su mamá, que era uruguaya. La Defensoría de Menores logró dar con una tía que ni sabía que tenía sobrinos aquí. Se acaban de conocer por Internet.
› Por Andrea Ferrari
Mariana, Esteban y Ludmila se ubicaron delante de la computadora del cibercafé. Tenían la cámara web apuntándolos y unos nervios que les anudaban el estómago cuando lograron la conexión. En la pantalla aparecieron su tía Rosa y su primo Pablo. Los miraron con mucha atención: estaban conociendo a su familia biológica. Mariana dice que su tía le pareció “igual a mi mamá, aunque mayor y con pelo largo”, si bien también admite que la cara de su madre empieza a borronearse en su memoria. Tal vez por eso ahora espera poder tener una foto, aunque sólo sea un retrato adolescente. Este contacto vía Internet fue el punto de llegada para el reclamo que hizo Mariana: tener más información sobre su madre, que murió hace diez años, cuando ella tenía sólo 7. En la Defensoría de Menores encararon un trabajo detectivesco para finalmente llegar a esa tía uruguaya que ni siquiera sabía que aquí, cruzando el río, tenía tres sobrinos. Ni que habían sido tan brutalmente castigados por su padre a quien la Justicia se los sacó. Ni que buscaban a alguien que les contara cómo era su mamá.
–Cómo lloraba mi tía, no paraba de llorar.
Eso cuenta Mariana cuando recuerda el primer encuentro. Ella tiene 17 años y está terminando el secundario. Sus hermanos tienen 16 y 15. Los nombres de los tres han sido modificados a fin de preservar su identidad.
Para encontrar el comienzo de esta historia hay que ir hasta 1984, cuando sus padres vinieron como mochileros desde Uruguay. Y se fueron quedando, porque aquí conseguían algunos trabajos que les permitían sobrevivir. Después nacieron ellos, pero ya entonces las cosas en la pareja no iban bien, había episodios de violencia que desembocaron en una separación. La mujer quedó con los chicos hasta que un cáncer la doblegó y ellos pasaron a vivir con un ama externa.
Entonces reapareció el padre y los reclamó. Tras un período de evaluación, los informes que llegaban eran positivos y el Consejo del Menor decidió entregárselos. Se fueron a vivir a una casa en la provincia de Buenos Aires. Hasta allí llegó meses después a visitarlos una mujer que había sido amiga de su madre y conservaba el vínculo con los chicos. Encontró que estaban encerrados en la casa, pero se asomaron a la ventana para contarle que estaban en medio del infierno y arrastraron a la menor de las hermanas hasta ahí para que la viera. “Los había sometido a una violencia terrible –cuenta Marisa Lodeiro, asistente social de la Defensoría de Menores Nº 4 de la Capital–, sobre todo a la más chica que tenía entonces unos 4 años. Tenían marcas como de látigo y quemaduras de cigarrillo. Los castigó con tanta severidad que la menor todavía tiene lesiones que no se puede sacar de la piel.”
Después del infierno
–Esa mujer nos salvó la vida –sostiene Mariana–. Se llamaba Alicia, pero no volvimos a saber de ella.
Logró sacarlos por la ventana y los llevó a un hospital, donde la más chica quedó internada en terapia intensiva. Los otros dos fueron a un instituto. Después pasarían a un hogar durante un tiempo y finalmente a otro, donde están ahora, bien integrados a la familia que los recibió. El padre fue detenido y condenado por los castigos.
Dice Mariana que creció odiándolo.
–Yo entiendo que una persona esté enferma, que sea alcohólica, ¡pero fajar a una nena de cuatro años! Nunca entendí por qué se la agarraba tanto con mi hermana. Tal vez a través de ella veía a mi mamá. A mí y a mi hermano nos pegó un par de veces, pero ella está marcada para toda su vida, siempre va a tener cicatrices. Tuvieron que hacerle un injerto, sacarle piel de la pierna para cubrirle la espalda. El le pegaba con cinto, cable y una varilla de metal. Antes, si lo tenía enfrente yo lo mataba, pero Norma (la señora con la que viven ahora) me enseñó lo que es perdonar. Hoy si lo viera sólo sentiría indiferencia.
Pese a todo, el año pasado Mariana pidió ver a su padre. Cuando la jueza de menores le preguntó por qué, se lo explicó claramente: “Le dije que no lo quería ver como papá, ni que me pida perdón. No me interesa como persona. Lo quería ver porque era el único que conoció a mi mamá en los últimos años. Fue la única idea que se me ocurrió para saber cosas de mi mamá”.
Le explicaron que su padre había salido de la cárcel con libertad condicional, pero como nunca más se había presentado a dar informe de su paradero, técnicamente estaba prófugo. Pero en ese momento surgió la posibilidad de que buscaran a su familia biológica por otro lado.
La búsqueda
Ese pedido llegó hasta la Defensoría de Menores a cargo de Marcelo Jalil. La investigación requirió tiempo y perseverancia. Pero el encuentro se produjo y es una opción, dice Jalil, para otros chicos en situación similar. “Hay muchos que por diferentes motivos pierden vinculación con sus familias y es bueno que sepan que es posible buscarlas.”
En este caso, lo primero fue pedir al juzgado todos los legajos de los chicos: “Eran muchísimas fojas, de todos estos años –cuenta la asistente social Marisa Lodeiro–. Queríamos saber si antes de morir la mamá había dado el nombre de algún familiar, pero no había nada. También leímos la causa penal entablada contra el padre para ver si había aportado algún dato. De allí tampoco surgió nada. Luego se pidió a través del Consulado del Uruguay que trataran de localizar a los familiares y nos remitieran la partida de nacimiento de la mamá”.
Pasó mucho tiempo hasta que finalmente el Consulado envió la partida. Supieron entonces que la mujer era hija natural de una señora: finalmente tenían el nombre de la abuela, pero nada más. Se pidió que se librara un exhorto para que los medios de Uruguay pudieran publicar la búsqueda, pero otra vez no hubo resultados.
“Viendo que no teníamos nada, que no había ninguna respuesta positiva, nos metimos desde la defensoría en Internet –explica Lodeiro–. De todos los legajos fuimos sacando los pueblos que había nombrado la mamá y a partir de esos pueblos buscábamos listas telefónicas para ver si encontrábamos alguien con el mismo apellido. Y finalmente apareció: hablé con una señora que me dijo que era la hermana. Después de tanta búsqueda, ¡sentimos una emoción!”
Cuando confirmaron que efectivamente eran los familiares buscados, les avisaron a los chicos. “Estuvo bueno, aunque fue impactante –dice Mariana–. Durante nueve años siempre me dijeron que no teníamos a nadie, que éramos mis hermanos y yo. Y de pronto que te digan que tenés tías y primos fue mucha impresión.”
Unos días después la llamaron para darle los teléfonos de sus tías y el email de su primo Pablo, de 20 años. Esa misma tarde, Mariana cruzó al cibercafé que está frente a su casa y le envió un mail a Pablo. “Después entré en MSN y él estaba conectado.” Y empezaron a chatear.
–Hola, primito –escribió ella.
–Hola, primita –escribió él.
Se contaron muchas cosas aquella vez e hicieron otra cita para esa misma noche, pero todos juntos. Y con cámaras en ambos lados. Fue entonces cuando conocieron a su tía, que lloraba y les decía que eran muy parecidos a su mamá.
El futuro
Mariana ya vio de esta forma a sus dos tías y a dos de sus primos. “Ellos querían venir –dice–, pero por problemas económicos todavía no pueden. Creo que para las Fiestas van a viajar mi tía Rosa y una de mis primas. Los otros vendrán más adelante.”
A ella también le gustaría viajar. Pero dice que dejó en claro que para ella su familia está en el hogar donde ahora vive. “Yo adopté a Norma como mi segunda mamá y a sus hijos como mis hermanos. Agradezco mucho al defensor que me hayan encontrado a mi familia biológica, y me gustaría que haya visitas para conocerlos, que vengan ellos o que vayamos nosotros, pero yo tengo familia.”
Se sorprendió al saber que su primo Pablo está estudiando derecho: lo mismo que quiere hacer ella. Sueña con ser abogada penalista, aunque primero se propone cursar el profesorado de Historia para poder trabajar y pagarse la otra carrera.
–Hace poco me enteré de que mi mamá fue contadora. Yo no sabía.
Lo cuenta y sonríe.