CONTRATAPA
El regreso del Señor K
› Por Juan Sasturain
Este año, hace unos meses nomás, reapareció el famoso Señor K. Cuando ya ni se esperaban nuevas noticias suyas, en Brüttisellen, cerca de Zurich, el ensayista e investigador suizo de lengua alemana Werner Wüthrich encontró un montón de originales de Bertolt Brecht y, entre ellos, varias breves historias –desconocidas hasta ahora– protagonizadas por el reflexivo Herr Keuner, el famoso Señor K brechtiano. El hallazgo es algo que no pasa todos los días, un acontecimiento literario.
Autor de un libro sobre Brecht y Suiza, Wüthrich rastrea desde hace tiempo las huellas dispersas por Europa del autor de Madre Coraje, largamente curtido en exilios. Y a veces se le da, como en este caso. Se sabe que Brecht llegó a Europa y a Suiza en particular en 1947, sin pasaporte y prácticamente tras escabullirse de Estados Unidos, donde lo habían citado el FBI y el Comité sobre Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representantes en plena caza de brujas. Como explicó con ironía el escritor al cineasta Erwin Leiser: “Cuando a uno lo acusan de querer robarse la Estatua de la Libertad, es hora de largarse”.
Así, a partir de noviembre de 1947 Brecht vivió con su familia en Felmeiden, junto al lago de Zurich, en una casa que le prestó Reni Mertens, el que sería su traductor al italiano. Según ha podido averiguar Wüthrich, mientras Brecht escribía su adaptación de Antígona, redactaba el Pequeño Breviario de Estética Teatral y estrenaba Herr Puntila y su criado Matti en Zurich, los suizos –tal vez aconsejados por los norteamericanos– no sólo no le concedieron un permiso de residencia sin término sino que –como “extremista de izquierda” que era– se dedicaron a espiarlo sistemáticamente. La cuestión es que para octubre del ’48 Brecht había partido de Felmeiden y de la poco hospitalaria Suiza camino de regreso a Alemania y de ida al proyecto del Berliner Ensemble, que ocuparía sus últimos años.
Pero algo dejó en los cajones de la casa junto al lago. Tras la muerte del longevo Reni Mertens en diciembre de 2000, una de sus hijas ordenó y se llevó consigo los documentos y papeles relacionados con Brecht. Así, diversos manuscritos para la escena, bocetos escénicos de Teo Otto, fotos y testimonios relacionados con los años del exilio y los textos del señor K fueron a parar a Brüttisellen, y allí los descubrió Wüthrich. Cinco de ellos, incluido uno titulado “El señor K. y la política alemana”, fueron publicados por la revista literaria suiza Weltwoche e inmediatamente recogidos en la nueva edición de los relatos completos de Brecht aparecida hace un par de meses en Alemania. Ahora dicen que son 121 las historias y fragmentos conocidos del famoso personaje.
Los lectores argentinos –y de lengua castellana en general– no hemos accedido a tantos. Ha sido paulatino. Primero, la excelente edición de Cuentos de almanaque, traducción de la alemana de 1953 editada por Fabril en 1960 –primera en castellano, junto con la versión de La Novela Opera de dos centavos– incluía en su tramo final poco menos de cuarenta textos protagonizados por el riguroso “pensador”. Después, en 1974, Barral Editores reunió casi noventa de las Historias del señor Keuner en un solo volumen, la edición más completa en nuestro idioma hasta el presente, más allá de traducciones sueltas que se suelen ver en internet.
¿Pero quién es Herr Keuner, el pensador? Reducido a veces a la emblemática inicial K que remite al personaje de El proceso, Herr Keuner no es una víctima kafkiana sino una conciencia aguda, irónica y vigilante, un alter ego afiladísimo del propio Brecht. Razonador paradójico, el epigramático Señor K compone una especie de versión marxista del Señor Porcel (aquel personaje insólito de Landrú) que ha leído a Laotsé y Chuangtzú. El resultado es sutil, sorprendente, siempre estimulante:
La espera
“El Señor K esperó algo un día; luego una semana; luego un mes. Al fin, dijo: Podría haber esperado perfectamente un mes; pero no ese día.”
Preguntas convincentes
“He advertido –dijo el Señor K.– que alejamos a mucha gente de nuestra doctrina porque tenemos respuestas para todo. ¿No será conveniente que, en interés de la propaganda, hiciéramos una lista de los problemas para los que no hemos hallado solución?”
Esfuerzo de los más capaces
“¿En qué trabaja usted?, le preguntaron en una oportunidad al Señor K. El Señor K respondió: Me está costando gran esfuerzo preparar mi próximo error.”
Una buena respuesta
“A un proletario que había sido llevado ante los tribunales se le preguntó si prefería jurar por Dios o si escogía la fórmula profana para su juramento. ‘No tengo trabajo’, contestó el hombre.
–Esa respuesta no fue por mera distracción –comentó el Señor K. Con esas palabras quiso significar que su situación era tal que esas preguntas o, más aún, quizá todo el proceso judicial, carecían totalmente de sentido.”