CONTRATAPA
Laica o libre
› Por Sandra Russo
Los periodistas –acaso mejor que nadie, porque es la arcilla con la que trabajamos, la materia prima de nuestro oficio– sabemos que lo que hoy nos parece tan pero tan interesante, eso que nos queda en la cabeza, acerca de lo que conversamos con amigos, incluso aquello que nos involucra, pasado mañana ya se irá opacando, será como una nave que lentamente se interna en la neblina, algo que nuestras mentes archivarán. Las noticias envejecen más rápido que las mariposas. También el espanto, la solidaridad, el morbo o el entusiasmo que las noticias despiertan en la gente serán devorados por el pac-man vertiginoso de la actualidad. Sin embargo, acaso por codearnos permanentemente con ese artefacto efímero que es una noticia, podemos percibir cuándo en alguna de ellas se cuela no el suceso sobredimensionado por declaraciones o hechos condenados a desfallecer, aplastados por otras declaraciones o hechos, sino un pulso más profundo, un desnivel en la conciencia colectiva, una de esas pocas y deslumbrantes puntas de iceberg que quedarán tatuadas en la historia.
Eso sucedió, por ejemplo, en 1958, cuando pasiones similares a las que azotan hoy a vastos sectores de católicos practicantes sacaron a miles de personas a la calle en un debate que no era coyuntural sino que perfilaría al país. El debate aquél fue de los que quedaron tatuados: laica o libre. La sola enunciación de los términos de ese debate transparenta el enorme poder que habían acumulado los obispos que venían de ganarle a Perón una pulseada que selló definitivamente la Revolución Libertadora. Que la educación religiosa reservara para sí el término “libre”, enfrentado dialécticamente a la educación laica, habla de un tipo de libertad precaria, acotada, sectorial, asimilada a la libertad de enseñanza religiosa, que jamás estuvo en cuestión. Lo que se debatía en profundidad era si los ciudadanos de este país serían educados en tanto católicos o no. Como siempre en las peleas que lleva adelante la Iglesia, el oponente era acusado de segundas intenciones más o menos diabólicas. Nacida ya la Guerra Fría, la educación laica cargaba con la mochila de ser la embajadora subrepticia del comunismo. Pancartas de aquella época simbolizaron ese matrimonio antojadizo con la leyenda: “Laika, perra rusa”, en alusión al satélite soviético que había despegado con una perra como tripulante.
Hoy, una artista plástica de veintipocos años que exponía en la galería Elsi del Río, en Palermo, debió bajar anticipadamente su muestra de vírgenes de la abuela con cabezas de muñecos de su infancia porque a un grupo de chicos revoltosos de un colegio católico las obras les parecieron irreverentes y, sin más, destruyeron el frente de la galería. En Córdoba, el transversal Luis Juez se desentiende de un posible conflicto y veta una muestra artística sobre la Navidad para ahorrarse dolores de cabeza –les cabe a los cordobeses provocarle la jaqueca que su decisión política no debería evitarle. Miles y miles de porteños estaban privados hasta ayer de ver la muestra de León Ferrari porque una organización infinitesimal llamada Cristo Sacerdote convenció a una jueza de que algo expuesto en un centro cultural interfiere telekinéticamente en la vida privada de los creyentes.
Otra vez, como hace cuarenta y seis años, reaparece una falsa dicotomía entre la libertad de un sector de la población y la libertad de todo el resto. Es el mismo tatuaje que hace olas: pasará este episodio y se cerrará solamente un nuevo capítulo en una cuestión de fondo que no es coyuntural, ni se expresa ni agota en una noticia. Históricamente, hace escasos dos segundos que los argentinos nos dimos permiso constitucional para tener un presidente que no sea católico. A tal punto caló lo de la “libre”, que nunca fue “libre” sino sencillamente expresión de un pensamiento religioso que de ninguna manera incluye a todos, ni habla por todos, ni siente por todos, y sin embargo jamás dudó en reservar para sí la envergadura de una totalidad. Eso, en otros términos, es lo que en los colegios los chicos aprenden que se llama totalitarismo.