Jue 30.12.2004

CONTRATAPA

Los ismos de siempre

Por Pablo Marchetti *

Karl Marx jamás imaginó siquiera que podría existir algo llamado “marxismo”. Sus sustentos ideológico-científicos (sus grandes aportes al campo de las ciencias sociales y del pensamiento) fueron el materialismo histórico y el materialismo dialéctico. Pero por un personalismo que el teórico alemán jamás propició, el corpus filosófico creado por Marx pasó a la historia con el nombre de marxismo. Claro que el marxismo como teoría de nada valía si no se la aplicaba, si no se la llevaba a la práctica revolucionaria que exigía el propio Marx en sus escritos. Muy lejos de las industrializadas Alemania e Inglaterra, donde Marx suponía que una clase obrera numerosa y organizada llevaría adelante la revolución, fue en la lejana, campesina y casi feudal Rusia donde el marxismo llegó al poder. La toma del Palacio de Invierno ungió victorioso al leninismo.
La temprana muerte del líder del leninismo agudizó las contradicciones del movimiento. El resultado fue que el leninismo se partió en dos: por un lado el stalinismo, que se alzó triunfal y conservó el poder en la Unión Soviética a sangre y fuego (y torturas y masacres y censura y persecuciones y... ); y por otro el trotskismo, que tuvo que partir al exilio. Algunos años después, en la otra punta de Europa, en España, el franquismo destrozaba la República. Y del otro lado del océano, en México, el trotskismo, tras la muerte de su líder, comenzaba su cisma permanente, con el mandelismo y el morenismo como principales corrientes.
En la Argentina, por su parte, nacía el peronismo, que años después iba a tener al vandorismo como corriente interna que creía posible la existencia de un peronismo sin el creador del peronismo, por más que el creador del peronismo aún estuviera vivo. Los radicales también tuvieron lo suyo: tan fuerte fue el yrigoyenismo que sus oponentes se llamaron antipersonalistas. Pero poco tardaron en caer en la tentación, y así se sucedieron el balbinismo, el frondizismo, el alfonsinismo y el delarruismo. Hasta ahí parece haber llegado todo, aunque no se descarta que el artazismo desplace al rozismo por más que se oponga el moreauismo.
El debate ideológico del peronismo luego de la muerte del líder fue mucho más rico y profundo que el de ningún otro movimiento político-filosófico en la historia argentina: las líneas de pensamiento serían, primero, el lopezreguismo, el isabelismo y el lorenzomiguelismo, y luego el cafierismo, el menemismo, el duhaldismo hasta llegar al kirchnerismo. Pero cada uno de estos portentos teóricos iba a tener fragmentaciones, producto de una actualización doctrinaria permanente: así surgieron el saaísmo (con sus variantes, el adolfismo y el albertismo, también conocido como benedettismo), el fernandismo (también con dos líneas internas, el anibalismo y el albertismo, otro albertismo), el marinismo, el romerismo, el juarismo, el saadismo, el delasotismo, el puertismo, el insfranismo, el lolismo (que resultó más popular que el término reutemannismo), el quindimilismo, el curtismo y el barrionuevismo, entre muchos (muchísimos) otros movimientos. En cuanto a la rama femenina, hoy las ideas están polarizadas entre el chichismo y el cristinismo.
Mientras tanto, la derecha no peronista ni radical (los herederos del manriquismo, el alsogaraísmo y el cavallismo) se debate entre el lopezmurphysmo, el macrismo, el bullrichismo, el sobischismo y el pattismo; por su parte, la vertiente verde oliva (continuadores del uriburismo, el aramburismo y el masserismo) confronta al riquismo con el seineldinismo. Y el centroizquierda no se queda atrás: el carrioísmo apoyó al ibarrismo en las últimas elecciones comunales, pero jura que no lo volverá a hacer mientras continúe su alianza con el kirchnerismo. Aunque no descarta acordar con el sabbatellismo, quien a su vez se siente cercano al juezismo.
Los piqueteros están divididos entre el deliísmo y el castellismo. Por último, lo último en corrientes ideológicas son los partidarios de una mayor seguridad. Y aunque el blumberismo se erige como aglutinante, no hay que dejar de lado las distintas facciones internas de este movimiento heterogéneo: el garnilismo, el ramarismo y el ninismo, entre otros.
No falta quienes destacan el hecho de que personalizar tanto resulta contraproducente para la ideología que cada movimiento pretende representar. Que los preceptos filosóficos deberían llevar el nombre de la idea motor y no de quienes la impulsan: algo así como sucede con el comunismo o el capitalismo, por caso. Quienes sostienen esto obviamente enseguida culpan a los medios de banalizar con etiquetas coyunturales lo que debería ser un patrimonio del campo del pensamiento. No se dan cuenta de que desde que el urquizismo venció al rosismo en Caseros, se consolidaron el sarmientismo y el roquismo, y el mitrismo escribió la historia oficial, siempre fue así.
Es cierto, podrían buscarse otras denominaciones donde se expongan ideas y no líderes. Pero no sería lo mismo.

* Director de la revista Barcelona.

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