CONTRATAPA
Supervivencia
› Por Antonio Dal Masetto
Tocan timbre y es Atilio, a quien hace años que no veo. Por los diarios supe que ocupa una banca en el Congreso de la Nación. Le pregunto a qué debo el honor y cómo andan sus cosas. Me dice:
–Supongo que te habrás enterado de lo que pasó el otro día; nos quedamos atrapados en el Congreso, sitiados por una multitud de ciudadanos airados. No podía entrar nadie, no podíamos salir. Se empezaron a terminar los cigarrillos, no teníamos café, y encima el comedor fue clausurado hace poco por las pésimas condiciones de higiene. Pedimos pizzas y empanadas, pero nadie se animó a traer ni una miserable fainá. Tuvimos que esperar hasta altas horas de la noche para poder escabullirnos. Qué momentos: cansados, asustados y famélicos.
–Bueno, ya pasó todo.
–Nada pasó, en cualquier momento vuelven los sitiadores. No sabés lo que es esa gente, no entienden razones, te tiran cosas.
–¿Qué piensan hacer?
–Resistir, no podemos abandonar, es nuestro trabajo. Así que, previendo un sitio prolongado, nos hemos organizado. En primer lugar estamos haciendo cursos de supervivencia. Cómo sobrevivir si nos cortan el agua, luz, teléfonos y gas. Utilizamos los manuales de los boinas verdes para la lucha en la selva. Durante el entrenamiento tenemos que sobrevivir con un pan por día y una medida de whisky. Hicimos una meticulosa investigación en el edificio y comprobamos que hay abundancia de hormigas, cucarachas, arañas y ratas. Y eso es muy bueno. En los manuales están las recetas para preparar el bicherío, lográndose sabrosos y nutritivos platillos, que en caso de que nos corten el gas cocinaremos con la madera del mobiliario. Uno de los problemas son los gordos: hay que educarlos para que controlen su apetito. Y otros que no son gordos, pero no pueden con su genio y roban pan y lo esconden en el portafolio. Hemos aprendido a bañarnos y a afeitarnos con 200 centímetros cúbicos de agua. Y lavarnos la ropa con el agua que sobra. Nunca más volveremos a ser los mismos, de eso somos conscientes, nos hemos visto en ropa interior, ahora sabemos quién usa dentadura postiza, lentes de contacto, quién ronca, han salido a relucir todas las manías. Y esa diputada que uno siempre vio tan rutilante, vos no sabés lo que es encontrársela de frente recién levantada y con el pelo como un revoltijo de estopa.
–Es dura la adaptación.
–Nos hemos propuesto no dejarnos caer en el abandono y conservar la prestancia y la prolijidad que corresponde al cargo que ostentamos. Así que cada uno aprende a dormir sobre la ropa bien estirada, para que a la mañana, cuando empezamos a sesionar, esté planchada como si acabara de salir de la tintorería.
–Todas medidas de gran sensatez.
–Uno de los grandes flagelos que padecen los sitiados son las horas muertas; los perturban emocionalmente. Desde Troya a nuestros días siempre fue igual. El gran desafío es qué hacer para evitar que el ocio lleve a la locura.
–Eso sí que es bravo. ¿Y qué están haciendo al respecto?
–Empezamos a revisar los proyectos de leyes que están cajoneados desde el siglo XIX. Podemos aguantar cincuenta años de sitio con tantos proyectos postergados. Una cosa importante que debíamos comprobar en nuestro simulacro es con qué ayuda exterior contamos. Primero llamamos a los bomberos, les pintamos una situación angustiosa y pedimos que nos rescataran por los techos con las escaleras, a ver qué nos contestaban. Nos dijeron que tienen el combustible racionado y sólo les alcanza para ir a apagar los incendios. Llamamos a los gobernadores y todos nos mandaron decir que estaban con nosotros, que aguantáramos, que en quince o veinte días se ocuparían de nuestro problema. Llamamos al capo a la quinta deOlivos, nos atendió la primera dama, le dijimos que estábamos acorralados y que no íbamos a poder resistir mucho más, que no teníamos más pan. Nos contestó: “Si no tienen pan, coman facturas”. Ahí confirmamos que cuando llegue el momento crucial, vamos a estar solos. Por eso yo desarrollé un plan B, estudié varias formas de escapar en caso de que los sitiadores ocupen la ciudadela. Y cuando escape, voy a necesitar un aguantadero. Acudí a parientes y amigos, y todos tienen problemas. Esa es la razón por la que estoy acá.
–Mirá, Atilio, en otro momento estaría encantado de ayudarte, pero acabo de engancharme con una señora de la que estoy perdidamente enamorado, madre de quintillizos de un año de edad, así que imaginate lo que es este departamento. Pero no se trata de un impedimento definitivo, el lugar va a estar disponible cuando los chicos crezcan.