CONTRATAPA
Las otras vidas
› Por Rodrigo Fresán
UNO Casi todas las religiones coinciden en que, luego de morir, hay dos direcciones posibles: Cielo e Infierno. Alguna forma de fe aventura una tercera opción en este multiple-choice divino: el Purgatorio, esa zona intermedia y equivalente a trámite largo que puede acabar bien o mal. Pero existe otra posibilidad –que puede ser celestial o paradisíaca o purgatorial– y que suele ser estigma o privilegio de los históricos o famosos: morir y, tarde o temprano, por capricho de las leyes del karma, resucitar y ser reestrenado en formato biopic. Ya saben, volver a este mundo en ese otro mundo conocido como Hollywood y reencarnado en película biográfica.
DOS Y de un tiempo a esta parte, cada vez hay más. Se reproducen como Bugs Bunnies. Vidas ejemplares para bien o para mal y –en rubros variables– los Oscar de este año convocan a varias de ellas: Kinsey con el sexo de Liam Neeson, Ray Charles con las gafas oscuras de Jamie Foxx, Ramón Sampedro con la voz de Javier Bardem, Adolf Hitler con el talento de Bruno Ganz, James Matthew Barrie con la estatura de Johnny Depp, el Che Guevara con los ojos de Gael García Bernal y, claro, ese clásico de clásicos a la hora de creer en los efectos especiales: Jesucristo con las heridas muy pero muy abiertas de James Caviezel.
Antes de ellos –pero no hace mucho– ya supimos de Reynaldo Arenas, Andy Warhol, Cole Porter, Virginia Woolf, Alejandro Magno, Sylvia Plath, Bobby Darin, Jackson Pollock, Verónica Guerin, Basquiat, Cassius “Ali” Clay, Proust y seguro que me olvido de alguien. Y ya se sabe los que están al caer y renacer: John Smith y Pocahontas, Bob Dylan, Robert Baer de la CIA, Jimi Hendrix, Peter Sellers, Johnny Cash, Edie Sedgwick, Joseph McCarthy, Gustav Klimpt, el general Jim Mattis durante la toma de Fallujah, Spielberg ya pidió a Lincoln, y –tal vez lo más interesante de todo– Stone ya se reservó a Margaret Thatcher. No ha trascendido aún –salvo en algunos casos– quién hará de quién. Tampoco importa demasiado. Y, claro, no importa que el actor o actriz se parezcan a la persona que interpretan sino que sean ellos; que luzcan perfectamente reconocibles por debajo de la casi transparente máscara. Después de todo, la gente va al cine a ver a Nicole Kidman y no a una escritora suicida, a Colin Farrell y no a un conquistador macedonio. Y al que no le guste que lea cualquiera de esas excelentes y exhaustivas biografías que andan por ahí y que rezan todas las noches para que alguien en Hollywood las lea y las compre y las adapte para que entren y llenen una pantalla grande como la vida misma, como la vida real. Pero no demasiado.
TRES “Inspirado en hechos reales”, leí el otro día, sobreimpreso sobre un telón teatral, al principio de Finding Neverland. Y empecé a temblar y todavía estoy temblando. Y, de acuerdo, nadie le pide a una biopic que se ajuste a la realidad. Pero esta “recreación” de los días y noches del autor de Peter Pan –cosa rara– invierte el sistema que suele sostener a toda película biografía filmada: Finding Neverland no inventa para mejorar la trama de una vida sino que falsea para convertir la realidad de Barrie en algo mucho menos interesante. El film de Marc Forest cambia, miente y retoca sin sentido alguno del drama y así, al final, el producto resulta tristemente lánguido y aguado. Y por suerte Johnny Depp (muy lejos de ese definitivo Ed Wood que lo puso a la altura del Lawrence de Arabia de O’Toole a la hora de suplantar para siempre los rasgos del modelo original) se negó a que pusieran tierna balada de Elton John sobre los títulos finales. Bien por él. Lástima ese acento escocés...
CUATRO “Acepté a Hollywood con la resignación de un fantasma al que le adjudican una casa embrujada”, escribió Francis Scott Fitzgerald a la hora de su fracaso en Hollywood. Fitzgerald intentó un guión sobre Madame Curie –Aldous Huxley ya había pasado por ese proyecto sin buenos resultados para los productores– y, por supuesto, la cosa no funcionó. Cuentan que Fitzgerald y Huxley se cruzaron sólo una vez y que rieron hasta las lágrimas aventurando escenas sobre la conducta sexual de la célebre francesa radiactiva quien –se sabe– gustaba de ser infiel siempre junto a un retrato de su marido. Pobrecitos... Películas contando la mala vida de Fitzgerald hay varias y hace poco vi una que no conocía con Gregory Peck en el rol del escritor. No tengo noticias sobre la existencia de una biopic de Aldous Huxley. Ya va a llegar. Y como están las cosas no sería nada raro que lo hiciera Jim Carrey.
CINCO Y a Huxley le hubiera gustado esto: leo que la ambición de los estudios pasa ahora por desarrollar e implementar una tecnología que traiga desde el Más Allá a gente como Humphrey Bogart y Marilyn Monroe y James Dean. Ya saben: cargar toda la data disponible –procesar todos esos gestos y esos sonidos atrapados en películas y filmaciones– dentro del cerebro de una computadora de última y definitiva generación que tal vez responda al nombre de Popcorn o de Matinée y que los convierta a todos ellos en esclavos dóciles y, sobre todo, baratos. Nada de sindicatos, horas reglamentarias o límite de tomas a repetir. El sueño húmedo de Stanley Kubrick. Bastará con un puñado de billetes para que descendencia más o menos cercana entregue los derechos de imagen de los muertos. Y milagro: estrellas inmortales y jamás fugaces y, recientemente, tuvimos un anticipo de lo que vendrá en Sky Captain and the World of Tomorrow. Allí se resucitó y manipuló –como se hace con los zombies– a Laurence Olivier. Pregunta: ¿Por qué? Respuesta: ¿Por qué no? Contestar con un interrogante suele ser, siempre, uno de los rasgos más distintivos a la hora de justificarlo todo en nombre del progreso. El siguiente paso será, supongo, desenterrar el ADN de celebridades y manipularlo químicamente y entonces –con la fabricación de espectros tan verdaderos como verosímiles– el círculo se cerrará y ya no habrá necesidad de poner eso de Based on a True Story al principio de una película. Hollywood, por fin, como una auténtica casa embrujada. Y así será Barrie quien actúe de Barrie en una futura biografía de Barrie. Y seguramente, como nos ocurrirá a todos nosotros –en el futuro todos tendremos biopics de quince minutos– Barrie será un pésimo pero insuperable actor de sí mismo.