CONTRATAPA
Un rival deseado
› Por Mario Wainfeld
Inadecuada para lo que es la tradición, pero bien afín al estilo K, fue la tribuna elegida. Ocurrió en el Salón Blanco, durante un acto ligado a la educación con una tribuna que combinaba pibitos de guardapolvo blanco con funcionarios extasiados. Al fin y al cabo, si se puede interpelar al Fondo Monetario Internacional (FMI) desde González Catán, promover un boicot popular contra Shell en la Argentina desde la Rosada es casi convencional para Néstor Kirchner.
La preocupación por la inflación es, claro, la primera razón del involucramiento presidencial pero no es la única. Superada la etapa del canje de deuda externa, Kirchner intuye que tiene un enemigo en ciernes, presto a enjabonarle el piso de cara a las elecciones del 2005 y 2007. Ese enemigo, más corporativo que político, está compuesto por empresas que (beneficiadas por el actual escenario) verían al Presidente como un escollo o una piedra en el zapato de acá en más. Sin precisiones absolutas, un confidente del Presidente integra ese colectivo con “algunas privatizadas” (que no todas), varias trasnacionales oligopólicas (Shell entre ellas) y algunos “poderes mediáticos”. “La reestructuración los benefició, ahora (según sus situaciones) pueden hacer sus propios canjes o tomar créditos y desconfían del Presidente”, dice su contertulio, que atiende en Balcarce 50. La política se imbrica con la economía, explica. A su ver, el hombre, sencillamente, pegó primero en una pelea inevitable.
Puede que así sea. Pero es también claro que, de cara a la nueva agenda pública, el Presidente busca propiciar un marco favorable a su sostenido consenso. La búsqueda de un adversario (o un enemigo, si se trata de quien obra en las sombras, afuera del sistema político) es para Kirchner una redituable necesidad. Desde que llegó al gobierno, Kirchner cree que su consenso es volátil, requirente de ratificación cotidiana. Difícil topar mejor enemigo que una empresa foránea, en la Argentina post convertibilidad cuya opinión pública (virando bastante con relación a una década atrás) está muy crítica de los poderes extranjeros y de las multinacionales de toda laya. Shell le dio una oportunidad y Kirchner la sumó a sus bestias negras de los últimos días, las privatizadas que bregan por el aumento de tarifas y el FMI. Convocar a un boicot es audaz. Un presidente haciéndolo remite a los primeros años de Raúl Alfonsín o a las primeras presidencias de Juan Perón. A decisión tomada, el contendiente es un boccato di cardinale. Valga añadir una no desdeñable nota al pie. La movida es quizá la primera en la que un presidente que viene fungiendo como un líder de opinión, con un mandato muy delegativo, convoca a formas de movilización popular en apoyo a sus medidas. Y, si bien se mira, también de aval a su liderazgo.