Mar 07.05.2002

CONTRATAPA

Impresora

› Por Antonio Dal Masetto

Resulta que hace unos días ocurre algo insólito en mi casa: explota la impresora. Necesito una urgente. Calculo más o menos lo que puede valer a esta altura, teniendo en cuenta la disparada del dólar en los últimos tiempos. Junto los pesos que tengo, les pido algo prestado a tres vecinos, viajo hasta la casa de un amigo y consigo unos billetes más. Después me meto en el Palermo Software y me atiende un gordo inquieto que masca chicle. Le explico lo que busco. Me muestra.
–¿Cuánto vale? –pregunto.
–¿Trajo verdes? –pregunta él.
–Traje plata local.
–Hacemos la conversión.
Se lanza sobre la calculadora y después la gira hacia mí para que vea la cifra.
–Está bien –digo.
Saco la plata, cuento y deposito el importe sobre el mostrador. El gordo está haciendo la factura. Mientras tanto dirige rápidas miradas por encima de mi hombro. Sacude la cabeza, deja el talonario.
–Estas son las cosas que me enferman –dice–, acaba de subir el dólar otra vez.
Me doy vuelta y veo, sobre un estante, un monitor con la cotización del dólar.
–Está conectado con las casas de cambio –me aclara el gordo.
Se abalanza de nuevo sobre la calculadora. La gira hacia mí.
–Todavía me alcanza –digo, y saco unos billetes más.
El gordo no toca la plata. Tira la factura al canasto y empieza otra.
–Así no se puede trabajar –se queja–, es poco serio. Espere un momento, tengo que tomar el sedante.
Trae un vaso con agua, toma una pastilla rosada. Vuelve a la factura. Escribe muy despacio, lanzando furtivas miradas a la pantalla.
–Epa –exclama–, aumentó de nuevo.
Por tercera vez manipula ágilmente la calculadora y me enseña la cifra.
–Es poca diferencia –dice.
–Ahora llego justo –digo–. Cóbreme y déme la impresora ya. Estoy apurado.
–Tengo que hacerle la factura.
–No necesito factura.
–Igual la tengo que hacer.
Empieza a escribir. Deja la lapicera, me mira:
–¿Sabe cómo me metí en este negocio? Yo tenía una parrilla en la Ruta 8, linda parrilla, muy limpita y se comía muy bien. Un día paró a almorzar un viajante con su novia, un avión la piba, y mientras comían el tipo me empezó a hablar de computación. Entonces...
–¿Ya está la factura? Me tengo que ir, dejé la pava en el fuego.
Se pone a escribir de nuevo, siempre dirigiendo sigilosas miradas a la pantalla. Me doy vuelta.
–Ahora bajó –digo–. Haga la cuenta rápido.
La calculadora deja de funcionar.
–Son estas pilas chinas berretas –dice.
Las cambia. Me muestra el importe.
–Tome el dinero –digo empujando los billetes para su lado.
–Tenga mano, están cambiando los guarismos, aumentó de nuevo, es poca cosa, recuperó más o menos lo que había bajado.
Calcula y empieza una nueva factura. Mientras espero, puedo sentir el monitor palpitando con sus números rojos detrás de mi nuca. Me pongo en punta de pie para obstaculizarle la visión al gordo. El intenta mirar por un costado y me ladeo. Intenta por el otro lado y me vuelvo a ladear. El gordo se sube a un cajón y mira por encima de mí.
–Ya lo tengo –dice–, pegó otro salto, casi un 20 por ciento.
–No puede ser.
–El monitor no miente.
–Ahora ya no me alcanza.
–¿No quiere llevar algo más barato?
–¿Como qué?
–Tengo un minitelevisor con radiograbador que es un chiche.
–No quiero un minitelevisor, necesito una impresora.
Amago irme.
–No se vaya, aproveche ahora, después va a ser peor.
–¿Qué me sugiere?
–Hagamos una cosa: déme todo lo que tiene y le doy todo lo que pueda.
–¿Qué quiere decir lo que pueda? ¿Me va a dar un pedazo de impresora?
–Tranquilo. Ya nos vamos a arreglar. Yo estoy para vender.

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