Mié 08.05.2002

CONTRATAPA

Parar la guerra

Por Eugenio Raúl Zaffaroni *
Cabe imaginar que en la cubierta del Titanic se vivieron momentos de gran confusión. También los hay en las sociedades. Cuando todos gritan no conviene sumar un grito a la vocinglería impotente. Pero hay imperativos de conciencia que obligan a hablar, aunque nadie preste oídos. Siempre existe la remota esperanza de que el mensaje en la botella llegue a alguna playa.
Si la palabra sirviese para que alguien reflexione y una sola vida se salvase, sería infinitamente importante, porque cada vida humana es un absoluto, pese a que, mientras aumentan las muertes, unos no sepan qué hacer y otros busquen obtener rédito. Los primeros son desorientados; los segundos, psicópatas. Puede ser que algún desorientado reflexione. Los psicópatas, por desgracia, hasta hoy no tienen cura.
Quince millones de argentinos son pobres, carecen de cosas elementales. La experiencia mundial e histórica señala que en esos casos aumentan los delitos contra la propiedad. Esto es una obviedad criminológica. Tenemos el país inundado de armas de fuego como nunca antes. Si en una situación muy conflictiva se reparten armas, habrá muertos. Una violencia a trompadas y aun a eventuales puñaladas es menos letal que a balazos. Esto es una obviedad de sentido común.
Los ladrones matan policías y los policías matan ladrones. La mayoría de los ladrones son primarios inexpertos y tienen mucho miedo. Los policías también tienen miedo. En el imaginario pareciera que se ha instalado que la función del policía es matar ladrones. El primario muerto de miedo que roba y es sorprendido por un policía piensa que lo matará. Y el policía piensa que el ladrón lo matará. Dos miedos desgraciadamente fundados. Como nadie sabe decir “perdí, está bien”, el conflicto termina en muerte. Muerte de jóvenes argentinos, unos son ladrones sin experiencia que en otras circunstancias sociales podrían ser trabajadores o estudiantes, otros son funcionarios públicos humildes y mal pagos. Ambos provienen del mismo sector social. Se matan entre pobres, mientras los instigan algunos psicópatas que viven en countries o con seguridad privada.
Y mueren mientras los psicópatas incitan a la “guerra” entre pobres, para que se maten entre ellos y no molesten. La instigan desde algunos medios masivos y tampoco falta algún funcionario irresponsable. Algunos políticos proponen reformas a las leyes. Nadie les advirtió que prácticamente todos los homicidios de policías son para cometer robos, y que por eso son homicidios penados con perpetua y con reclusión accesoria por tiempo indeterminado. El artículo 80 del Código Penal les impone la pena más grave desde 1921. Aunque pasaron ochenta y un años, no tuvieron tiempo de enterarse. Y a otros se les ocurre que hay que aumentar la pena para la tenencia ilegal de armas. Nadie les advierte que ya tiene una pena respetable, pero que es necesario detectar las tenencias, aplicar las penas y, sobre todo, secuestrar y destruir las armas. Lo único que se les ocurre son disparates legales redundantes, mientras las muertes siguen.
Alegan que la clase política debe mandar un mensaje a la sociedad. El Código Penal no es ningún telegrama; sirve para mandar delincuentes a la prisión, pero únicamente si hay quien los individualice con pruebas, porque de lo contrario es un papel sucio. El mejor mensaje que puede mandar la clase política es trabajar seriamente para salvar vidas de argentinos jóvenes que se truncan a diario. Sería saludable para la República y la democracia que algún día dejen de preocuparse por “dar la sensación” de que hacen algo y empiecen a hacerlo.
¿A nadie se le ocurre hacer un par de seminarios cerrados, con especialistas de muy diferentes disciplinas, para preguntarse cómo se puede encontrar un método práctico para reducir las armas en la sociedad? Quizá sea llegado el momento de pensar, frente a dificultades inmensas, soluciones heroicas. En las grandes crisis se piensan estas soluciones.¿Por qué no imaginar una Argentina libre de armas? ¿Una utopía? ¿No es más peligrosa un arma que un cigarro de marihuana? ¿Por qué se dedica mucho más esfuerzo al “porro” que a la 9 mm o al nada inofensivo 22? Quizá la dificultad se halle en que eso perjudicaría varios intereses económicos, pero es cuestión de discutirlo, de compensar los legítimos y de criminalizar los ilegítimos y corruptos. Y no quiera alguien ensuciar más papel, porque el contrabando de armas es un delito con pena muy alta.
¿A nadie se le ocurre convocar a quienes tienen algo que decir para tratar de cambiar la imagen pública del policía? Lo importante es la realidad y no el papel. Los muertos no son de papel. Y en la realidad lo que causa la muerte de policías es la imagen distorsionada que los muestra como máquinas de matar. Entre todos debemos eliminar esa imagen absurda, perversa: salvo algunos loquitos, la casi totalidad de nuestros policías son personas honestas, jóvenes, y no tienen ganas de matar a nadie. ¿Por qué se distorsiona esa imagen? ¿Por unos pocos loquitos? No, por unos pocos psicópatas con micrófono y cámara, que no son suicidas, porque el efecto “rebote” no lo padecen ellos; esos psicópatas instigadores son homicidas que juegan a la “guerra” para que los pobres se maten entre ellos.
No hay soluciones mágicas, pero las puede haber heroicas e ingeniosas. Aunque en ocasiones no se note demasiado, nunca nos faltó inteligencia a los argentinos. No puede ser que sigamos engañados por sabios que dan respuestas sin conocer las preguntas. Nadie puede tener todas las respuestas, pero por lo menos empecemos por donde debemos comenzar: por tener en claro las preguntas. Y éstas son sobre la realidad y no sobre papeles y mensajes en leyes redundantes.
Las preguntas son: ¿cómo desarmamos la imagen de “guerra” creada por unos pocos psicópatas, algunos irresponsables y muchos más desorientados? ¿Cómo cambiamos la imagen del policía (máquina de matar) por lo que en la realidad son prácticamente todos los policías (gente humilde que no tiene ganas de matar a nadie)? ¿Cómo mejoramos las condiciones de trabajo y de seguridad de los policías? ¿Cómo sacamos las armas que infectan la sociedad? ¿Cómo devolvemos los proyectos a nuestros jóvenes marginados?
Tenemos sociólogos, psicólogos, psicólogos sociales, ingenieros, arquitectos, científicos de la comunicación social, periodistas, estadísticos, criminólogos, criminalistas, policías científicos, médicos, todos de primera línea, muchos reconocidos mundialmente. ¿Por qué no preguntamos? ¿Por qué no reflexionamos conjuntamente? ¿Qué nos falta? Sin duda nos falta convocatoria, y también preguntas claras. Pero quizá también sean necesarios algunos buenos políticos.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología de la UBA.
Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal. Presidente de la Asociación de Profesores de Derecho Penal de la República Argentina.

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