Mar 12.04.2005

CONTRATAPA

Mentiras verdaderas

› Por Juan Sasturain

Hace tres semanas, en Nueva York, tras largo proceso e investigaciones abiertas, cerradas y vueltas a abrir, dos ex policías fueron acusados de haber participado en por lo menos ocho asesinatos. La originalidad de la noticia consistía en que no se trataba de los habituales en el gremio sino de trabajos especiales realizados para la (otra) mafia, la consabida itálica cofradía. Debidamente escrachados los siniestros polizontes, uno de ellos, Luis “Lou” Eppolito –sospechoso nato por portación de apellido–, de 56 años y retirado compulsivamente del servicio activo en 1990, no resultó ser un desconocido mediático.
Por lo menos para los cinéfilos: premonitoriamente, en el mismo año de su retiro, el gordito Eppolito había encarnado un personaje secundario, Fat Andy, en la inolvidable Goodfellas (Buenos muchachos) de Martin Scorsese, uno de los pocos títulos que pueden soportar sin menoscabo la comparación con los sucesivos Padrinos del maestro Coppola y no confundirse en su estela. Si uno tiene paciencia y no se levanta al comienzo de los títulos, tras el de De Niro, el sadiquísimo Joe Pesci y el baby face Ray Liotta, entreverado en el pelotón, puede descubrirse sin esfuerzo el nombre de Eppolito. Lo notable –o no– es que el cambio de rubro le gustó y los últimos quince años el policía retirado completó con llamativa idoneidad una docena de participaciones cinematográficas, casi siempre en películas “de la misma temática”, según los subrayados cables.
Y no sólo eso. Ya embalado y en vena, un Eppolito necesitado de reivindicación y dólares frescos escribió, o al menos firmó (y publicó) un libro supuestamente autobiográfico, Mafia Cop, que fue descripto y subtitulado como “la historia de un policía honesto cuya familia era la mafia”. Y que, según los detalles, es de las buenas: “Aunque su padre era un asesino profesional de la mafia –decía una reseña del libro–, Lou Eppolito eligió vivir bajo otro código, eligió el uniforme de la policía de Nueva York y se convirtió en uno de sus agentes más condecorados. Pero ni siquiera su brillante expediente pudo protegerlo cuando los mandos policiales decidieron hundirlo. Eppolito explica con sus propias palabras la historia de la brutal destrucción de un buen policía por sus propios superiores”. Lou tiraba para arriba con munición pesada; y, a la larga, se la dieron.
Porque, aunque en los ’80 era efectivamente el undécimo policía más condecorado de la historia de la ciudad –ese afán por las estadísticas de los yanquis...–, este hijo, nieto y primo de mafiosos se tuvo que ir del Departamento después de una investigación interna sobre posibles nexos con la Cosa Nostra de la que acabó absuelto. Pero lo echaron igual.
Finalmente, en el 2002 –con una carrera lateral, pero continuada en el cine y un libro urticante en las efímeras bibliotecas–, Eppolito vio cómo se reabría el caso y cómo dos años después la fiscalía federal de Brooklyn, escenario de sus andanzas, lo acusaba junto a su amigo y colega Stephen Caracappa –otro fonéticamente peligroso– de haber trabajado largos años para la mafia, participando incluso en la ejecución de ocho desgraciados. El temible Caracappa, que abandonó el cuerpo en 1992, pero nunca pisó un set, que se sepa, tenía acceso además a información privilegiada puesto que, como en las mejores y peores películas, trabajaba en una unidad especializada. En la lucha contra la mafia, claro.
Ahora, ya que estaban, tras los ocho cadáveres vino el resto de las acusaciones: tráfico de drogas y blanqueo de dinero para la familia Luchese, de la que estuvieron largos años “en nómina” con 4 mil dólares mensuales. Aunque tenían bonificaciones extra por trabajos especiales. Por ejemplo, los acusan de que cobraron 35 mil dólares por meter en el baúl deun coche y entregarle, al capo Anthony “Gaspipe” Casso, el hombre que había tratado de matarlo, James Hydell, que fue torturado hasta que delató a sus colegas en la tentativa fallida de asesinato. El cuerpo de Hydell nunca apareció. Póngase a esta secuencia la voz y el gestuario de Joe Pesci.
El fotogénico Lou y su colega Caracappa, que –dicen– se conocieron como ladrones en Brooklyn antes de ser policías, asesinaron presuntamente también a Edward Lino, el hombre que liquidó al padrino Paul Castellano en 1985 y que posibilitó el ascenso de John Gotti Jr. a la cima de la familia Gambino. Pero a los trabajos “bien hechos” por estos goodfellas se contraponen torpezas trágicas, como la cometida con un tal Nicholas Guildo, un discapacitado mental que tuvo la desgracia de llevar el mismo nombre que un objetivo de la mafia y cuya dirección fue proporcionada a sus ejecutores por Caracappa...
Cuando fueron detenidos, los dos ítalo-americanos estaban lejos de Brooklyn, pero siempre cerca de su vocación. Los encontraron en domicilios casi contiguos, en Las Vegas. Eppolito seguía interesado en el cine y Caracappa trabajaba como investigador privado.
Scorsese se debe haber enterado por el diario; Coppola ya debe haber comprado los derechos de la historia.

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