Sáb 21.05.2005

CONTRATAPA

El primer triunfo

› Por Osvaldo Bayer

No hay lucha en vano. La comisión municipal de la localidad de El Huecú, en la zona del Neuquén, llamada Puelmapu, decidió lo que tanto pidieron los originarios mapuches después de más de un siglo y medio de trágica tristeza. Hizo borrar de su avenida principal el nombre del jefe de los conquistadores que vinieron con el Remington y se quedaron con la tierra. Sí, en esa Patagonia de vientos, nieves y leyendas, todo pasó a llamarse Roca y Perito Moreno. Todo. Calles, ciudades, lagos, valles. Y con un coraje civil que contrasta con el guardar silencio y agachar la cabeza de los gobernantes y sus allegados de siempre, la comisión municipal de El Huecú decidió, como decimos, decirles basta a los dueños de la tierra y eliminar el nombre de general Julio Argentino Roca de la avenida principal.
Sin duda, un grito de liberación tomado por los representantes del pueblo. Eliminar del aire urbano la sombra de quien no sólo los exterminó (como dice el mismo Roca en su informe final ante el Congreso de la llamada “campaña del desierto”), sino que los humilló constantemente calificándolos de “los bárbaros, los salvajes”, denominando a sus mujeres “chinas” y calificando al conjunto de sus mujeres e hijos de la “chusma”, como tantos racistas de esa época. Y más todavía, fue el militar que restableció la esclavitud al enviar a los indios prisioneros a trabajar a las fortificaciones de la isla Martín García o a morir de puro trabajo forzado a los cañaverales tucumanos, de los cuales era dueño Posse, su pariente. Al cobrar Roca por el exterminio, aceptando los miles de hectáreas que le regalaron, lo mismo que a sus hermanos Rudecindo y Ataliva, ya estaba bien pago por sus crímenes y no necesitaba que media república llevara su nombre y apellido.
Pero bien, toda esa ola de calles, plazas y ciudades con su nombre y el de sus acólitos uniformados las inició su hijo, también Julio Argentino Roca, el vicepresidente de la Nación de la década infame. Sí, el que firmó el vergonzante pacto Roca-Runciman. Por eso, también la más grande estatua de Buenos Aires se debe a una resolución no democrática, una guiñada de ojo de los que ostentaban el poder en forma absolutamente ilegítima. Recordemos el dicho tan argentino de los del poder: se hacía fraude por patriotismo: el “fraude patriótico”. La década infame.
Bien, y de pronto, alguien dijo basta de leer en la principal senda de su pueblo el nombre del general cobra-tierras. Ojalá este ejemplo fuera imitado. Que los docentes, por ejemplo, de la ciudad de General Roca prosigan con su proyecto de devolver a su ciudad el nombre con que esa región era llamada por sus antiguos habitantes.
El intendente de El Huecú, Rodolfo Canini, al informar sobre la calle principal –que pasará a llamarse ahora Mañke Cayucal, una figura señera en la comunidad mapuche– declaró que “El cambio de nombre de la avenida además obedece a la revisión que los pueblos deben hacer de la historia escrita por los vencedores, vencedores que también habitualmente no defendieron los intereses de la Patria. Los pueblos que no revisan su historia son presas de un destino opresor”.
Como es sabido, la citada campaña del desierto significó para los grandes estancieros bonaerenses una ganancia absoluta en tierras. Por ejemplo, el entonces estanciero Martínez de Hoz recibió nada menos que dos millones de hectáreas. Dos millones. Y el propio general Roca obtuvo como regalo por su hazaña la estancia “La larga”, mientras que al perito Moreno –fundador de la organización de extrema derecha “Liga Patriótica Argentina”–, por su parte, le tocó en suerte recibir varias leguas cuadradas en la región más hermosa del país.
La medida fue aprobada democráticamente por el voto de los miembros de la comisión municipal de El Huecú. Mientras que, por lo general, el nombre de Roca y de sus oficiales fueron puestos por todos lados por miembros del gobierno de Buenos Aires, cuando no eran provincias sino territorios y sus gobiernos eran elegidos por el dedo directamente desde la Capital. Principalmente durante la década infame.
Pero mientras los pueblos sureños debaten este tema tan desagradable de los nombres impuestos desde arriba, los militares no se rinden. El Círculo Militar acaba de presentar en su Biblioteca del Oficial una nueva biografía de Roca, escrita nada menos que por un hacendado. El libro fue expuesto en el mejor lugar del stand militar de la última Feria del Libro. Se titula Julio Argentino Roca, de soldado a presidente. El autor se llama Juan Carlos Coria y califica a Roca como “el gran estadista artífice de la definitiva institucionalización de la República”. Suena un poco a burla esto, realidad que se puede ver en la cantidad de dictaduras militares que tuvo nuestro país en esa “definitiva institucionalización” y que precisamente Roca nada tuvo que ver con el principio del voto secreto y directo, y él mismo no fue elegido por métodos democráticos. El libro es una loa al ser masculino Roca, al Hombre, que cuando hay que hacer las cosas se hacen y se acabó. Un párrafo lo dice todo: “Respecto al trato con los indios, la mano de Roca fue dura. No admitió parlamentos ni tratativas. Impuso la sumisión o la lucha hasta el exterminio. ‘Vacas y yeguas de ningún modo’ ha de decir a su hermano Rudecindo en el telegrama del 23 de octubre de 1878, para insistir en varias de sus comunicaciones con la calificación de esos ‘pillos’, refiriéndose a los indios, para lograr que la norma imperante entre los soldados fuera el pan en una mano y el garrote en la otra”. Textual del libro del Círculo Militar.
El ideal de estadista para el Círculo Militar es justamente el Roca del Remington. Su historiador habla del “exterminio”. Aquí tendrían que aprender los historiadores que niegan la palabra “genocidio” para la llamada Campaña del Ejército. Todos historiadores que, por supuesto, colaboraron durante la dictadura de Videla.
Quien ha editado este libro es nada menos que el presidente de la subcomisión Cultura del Círculo Militar, general Alfredo Manuel Arrillaga. El autor –durante la dictadura– de la desaparición de todos los abogados de derechos humanos de Mar del Plata, en la llamada “Noche de las corbatas”. Uno de los peores autores de crímenes de lesa humanidad que hoy da cultura a los nuevos oficiales argentinos. Arrillaga también, por orden de Alfonsín, fue quien se encargó de la brutal represión al cuartel de La Tablada, con todos los medios más mortíferos imaginables, causando muertes inútiles y hasta la desaparición de varias personas. En cambio, el jefe de la policía federal de aquella época se había ofrecido a reconquistar el cuartel sin disparar un solo tiro, mediante periódicos ataques con gases lacrimógenos y no dejando entrar víveres. La represión de Arrillaga fue un crimen que hubiera tenido que debatirse en el Congreso y ser tratado por la Justicia. No, todo el mundo se calló la boca. Claro, los sitiados eran izquierdistas. Pero cuando se levantó Rico en un cuartel, Alfonsín fue hasta allí en helicóptero para pactar con el golpista mayor y de ahí salieron las leyes de obediencia debida y punto final. Institucionalización de la República, que le dicen.
Es enternecedora la dedicatoria del libro de Roca que pone su autor, el “productor agropecuario” Juan Carlos Coria: “A mi Ejército Argentino por haberme motivado a escribir sobre la trayectoria militar de uno de los hombres más preclaros de nuestra historia”. Y “Al Círculo Militar, por brindarme el honor de publicar un libro que, seguramente, servirá de inspiración a quienes profesen un verdadero amor por la Patria”.
Claro, cabe preguntarse de qué Patria habla. La de Martínez de Hoz con sus dos millones de hectáreas, o la de los argentinos que no tienen qué comer actualmente y llevan en sus venas sangre de los pueblos originarios, el 54 por ciento de la población de la Patria.

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