CONTRATAPA
Kirchner
› Por Leonardo Moledo
Kirchner tendrá su bien merecida hora de gloria y homenaje en Alemania por estos días. Así es: sus grandes óleos callejeros aparecerán en la Nueva Galería Nacional de Berlín, junto a las acuarelas de los mares del sur de Emil Nolde y los vitrales paganos de Max Pechstein. Todos ellos se lucirán en la gran exposición con que Alemania (y Berlín) festejará el centenario de la fundación del grupo pictórico Die Brücke (El Puente). Mil novecientos cinco: era el mismo año en que Einstein, en una oficina gris, daba forma a la teoría de la relatividad y Franz Kafka, en otra oficina, escribía Descripción de un combate, una especie de antecedente de En la colonia penal, y en Rusia estallaba la primera revolución. Empezaba el siglo XX, con mucha esperanza iluminista y confianza positiva, que la realidad se encargaría de desmentir rotundamente.
Kirchner no estará solo, pero será la estrella principal, ya que fue el alma de Die Brücke, donde lo acompañaban figuras como Bleye, Heckel y Schmidt-Rottluff (más adelante se incorporaron Nolde y Pechstein –en 1906–, Otto Müller en 1910, y Van Dongen, que tendió un puente con los fauves franceses).
Die Brücke inauguraba el expresionismo alemán, que rompía con la sosa y tonta pintura oficial del reaccionario imperio alemán de Guillermo II, y se desarrollaba en una dirección diferente a las tendencias que desembocarían en el cubismo de Picasso o la pintura abstracta del segundo Kandinsky. Los expresionistas continuaban hasta la exasperación la línea de Van Gogh, incorporaban el trazo fuerte, la línea gruesa del dibujo y la forma, el plano de color sin matices que ya había ensayado Gauguin y una deformación de la figura humana que sería un buen antecedente para el cine expresionista de El gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene, y Metrópolis, de Fritz Lang, para el cabaret alemán de entreguerras y la voz y el estilo posteriores de Marlene Dietrich. Como sostenía Kirchner, el objetivo era atraer a todo elemento revolucionario, destruir las viejas convenciones; y dejar que la carga emocional del artista fluyera sujeta al impulso y la inspiración inmediatos. Sin olvidar la crítica social que, obviamente, provocó los ataques de la crítica conservadora, que los tachó de ser un peligro para la juventud alemana, lo cual, desde su punto de vista, era estrictamente cierto.
El grupo se disolvió en 1913, pero ya estaba listo el relevo: Der Blaue Reiter (El jinete azul, Munich, 1912), de Kandinsky, Marc, Macke, Javlensky y Klee, que se dispersó con la Primera Guerra Mundial (en la que murieron Macke y Marc) y esta vez, la continuación quedó a cargo de la Bauhaus, que fundó Walter Gropius en 1919 en Weimar, donde militaron muchos maestros del expresionismo como Feininger, Klee o Kandinsky.
El expresionismo como corriente permanente también floreció entre los pintores franceses del movimiento fauve (fieras), como Vlaminck y Matisse. Un arte que pretende ser expresivo de su autor y de su época, al tiempo que quiere conmover al espectador lanzando mensajes de tipo emocional. Surgido en un período de crisis, reflejó los problemas de su tiempo y las angustias del hombre mediante la fuerza expresiva de los colores, la textura y la línea. En realidad, el expresionismo es más un modo que se encuentra en todas las épocas de la pintura. Otros grandes artistas alemanes que participaron del movimiento fueron Otto Dix, Grosz y Beckmann.
Pero el más genuino e indiscutible representante fue Kirchner. Había nacido en 1880 en Aschaffenburg, una localidad alemana de la región de Franconia y a los 21 años, en 1901, inició la carrera de arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Dresde, donde entró en contacto con la Jugendstil (variante alemana del Art Nouveau). Cuando se funda Die Brücke se convierte en su líder indiscutido, y en 1913, tras su mudanza a Berlín (en la gran exposición se podrá ver una reconstrucción de su atelier), publica una suerte de síntesis de la evolución histórica del grupo, que precipita su disolución. La Primera Guerra Mundial lo convoca a las filas, donde permanece apenas un año, ya que, víctima de una profunda postración física y mental, es internado en varios sanatorios hasta 1918. Ese mismo año, en Zurich se inaugura una importante retrospectiva de su obra que de alguna manera marca su consagración, pero Kirchner se instala en un retirado pueblo alpino, en la región suiza de Davos, escenario de La montaña mágica, de Thomas Mann, y de las reuniones del Foro Económico Mundial, desde donde comprueba cómo crece el reconocimiento a su trayectoria.
Pero la historia tenía otros propósitos. En la República de Weimar se desarrollaba una sorda lucha entre las corrientes subterráneas de la incipiente cultura del siglo XX, la veta del nazismo, esa versión expresionsita del Mal, que reptaba por el fondo de la cultura alemana y que aplastó la línea de Kant, Schiller, Goethe, Beethoven y Heine; el trazo grueso se filtró en la letra gótica obligatoria, el sujeto al que el expresionismo interpelaba de manera directa se ocultó en la masa pagana y las marchas con antorchas que gozosamente se dirigían hacia Bebelplatz, en Unter den Linden, donde las hogueras devoraban los libros... a partir del 31 de enero de 1933 (¡apenas unos días después del ascenso de los nazis al poder!). Y los cuadros. El expresionismo fue rápidamente catalogado como enemigo del Reich y aliado del bolchevismo. En 1937 se confiscaron seiscientas obras de Kirchner y treinta y dos de ellas se incluyeron en la famosa exposición de “Arte Degenerado” en Munich. Al poco tiempo, el 15 de junio del año siguiente, Ernst Ludwig Kirchner se suicidó en su refugio suizo de Frauenkirch.