CONTRATAPA
Thurber en Rosario
› Por Juan Sasturain
Eran las once y cuarto de la mañana, pero todavía los raleados pastitos del Parque estaban duros, grises por la helada. El día más frío del año, había dicho la radio. Sebastián Ferreyra (72, viudo, ferroviario en desuso, gorra de visera, bufanda de Central) se impacientó: la vieja Susy se distraía, se demoraba más de lo habitual en el arbolito y a él se le humedecían las baqueteadas zapatillas de paño:
–Apurate, vamos –dijo el jubilado congelado dándole un tironcito a la correa.
Pero la perra no sólo no aflojó el chorrito, sino que irguió las orejas, miró hacia la avenida gruñendo.
–¿Qué te pasa?
Susy soltó un ladrido finito, de los de miedo. Entonces Ferreyra también levantó la mirada, y lo vio. No podía ser. Miró de nuevo. Era nomás. Quiso comentarlo con alguien pero no andaba nadie por ahí. Además, la perra ya tironeaba, había enfilado rumbo a casa con la cola entre las piernas.
Entraron y Ferreyra se fue derecho a la pieza. Su hija dormía aún. La despertó.
–¿Qué pasa? –dijo ella fastidiada–. ¿Sacaste a la perra?
–Sí, pero no quiso. Se asustó y se vino para adentro.
–Por qué.
–Hay un elefante en el parque.
Ella se dio vuelta. Lo miró raro:
–¿Qué tomaste, papá? No hay elefantes en Rosario.
–Te digo que hay.
Y mientras él volvía a la calle a verificar, ella se dio vuelta en la cama pensando en que al mediodía le hablaría al hermano para definir de una vez por todas el asunto del geriátrico.
Seguramente no lo sabían, tal vez nunca habían leído a James Thurber (1894-1961), pero de algún modo –y tal vez por eso– padre e hija dialogaban ahí, en el filo de la cama y del mediodía invernal, sólo para que se repitiera debidamente desfasado el arranque de un cuento tan breve como maravilloso, una de esas memorables Fables for our time con que el humorista y dibujante norteamericano ilustró –entre otras cosas– la condición humana contemporánea en general y la “guerra entre los hombres y las mujeres” en particular. Ese cuento, el justamente famoso The Unicorn in the Garden –que no voy a contar: son dos paginitas, búsquenlo–, nos enseña entre paradojas a no presuponer la locura ajena ni subestimar la estupidez propia. Sabia enseñanza.
Si lo de Thurber fue un cuento de principios de los años cuarenta, lo del jubilado Ferreyra no fue cuento y fue ayer, la noticia de ayer. La elefanta Bambi, de tres años, se escapó del Circo Orfei, estacionado desde hace un par de semanas en un ángulo del Parque Independencia de Rosario y anduvo un rato largo por el coqueto barrio –prefirió las avenidas: Bulevar 27 de Febrero, Nicasio Oroño, Ovidio Lagos, su ruta– hasta que, interceptada por un patrullero, rodeada por la guardia de infantería y persuadida por su distraído domador, volvió a almorzar a casa sin violencia ni apuro pero con algo nuevo para contar. Como el jubilado.
El unicornio en el jardín de Thurber y el elefante en el parque rosarino tienen, como el dinosaurio que al despertar “todavía estaba allí” de Monterroso, la maravillosa belleza, el vértigo de lo incongruente que nos permite sospechar que no todo ha de ser siempre como parece que es.