Vie 08.07.2005

CONTRATAPA

Zarpazos

› Por J. M. Pasquini Durán

El nuevo zarpazo del terrorismo fanático, esta vez en Londres, obedece a una lógica sencilla: castiga al más firme aliado de Estados Unidos en la ocupación militar de Irak el mismo día del encuentro de los jefes del G-8, código que identifica a los países más ricos del planeta. Nada justifica, sin embargo, que el objetivo del atentado haya sido el tren subterráneo que transportaba a población civil inerme y desarmada. Ojo por ojo es la teoría cruel que termina siempre por enceguecer a los contrincantes. Una cosa es la resistencia por todos los medios contra las fuerzas militares invasoras en territorio ocupado y otra muy diferente la réplica bárbara contra la barbarie.
Todo defensor de los derechos humanos tiene debidos fundamentos para oponerse a las cruzadas militares que lidera el gobierno ultraconservador de Washington para favorecer intereses de elites económicas, en Irak sobre todo petroleras, y la sangre de las víctimas de ayer, lo mismo que las anteriores de Nueva York y Madrid, no le otorgan ningún tipo de legitimidad. Al contrario, de estas nuevas bajas civiles son tan responsables los ávidos cruzados como los ciegos terroristas.
Con absoluto desprecio por la seguridad de sus poblaciones, George W. Bush y Tony Blair volvieron a desafiar al destino, ratificando sus políticas de agresión e invocando una retórica antiterrorista tan absurda y cruel como lo fue la “guerra antisubversiva” de la última dictadura militar del siglo XX en la Argentina. Al mismo tiempo, la historia, incluso la más reciente, enseña que el terror a mansalva convierte a los pueblos en rehenes del miedo. La cancelación de derechos civiles y políticos de los ciudadanos norteamericanos, después del ataque a las Torres Gemelas, es una referencia incontestable de esos efectos.
No hay ninguna previsión represiva, policial y militar, que pueda impedir el acto terrorista. Tampoco el temor generalizado ni la tortura sistemática a los prisioneros han mejorado la seguridad de los ciudadanos en las naciones involucradas en este tipo de conflictos. Sólo el respeto a los derechos y la libertad de los pueblos y las naciones, sobre bases de solidaridad y cooperación, pueden desplazar a los extremos en pugna.
Si alguna guerra vale la pena librar es la guerra contra la pobreza, reivindicada esta semana a viva voz por las canciones populares y millones de personas en múltiples centros del planeta. El horror no puede ser el contenido principal de la vida contemporánea a menos que la humanidad quiera suicidarse.

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