Vie 29.07.2005

CONTRATAPA

“Esa cosa horrible”

Por Juan Gelman

El 6 de agosto se cumplen 60 años de la tragedia de Hiroshima; el 9, del bombazo en Nagasaki, y una reciente encuesta de la agencia noticiosa norteamericana AP y de la nipona Kyodo muestra que un 50 por ciento de los estadounidenses interrogados aprueba hoy el acto y dos tercios consideran que era inevitable (AP, 23-7-05). Sólo el 20 por ciento de los japoneses encuestados estima lo primero y el 75 por ciento, que era innecesario. Harry Truman, el presidente de EE.UU. que dio la orden de arrojar las dos atómicas, explicó que de ese modo pronto terminaría la guerra del Pacífico y se ahorrarían vidas de efectivos yanquis. En efecto, Japón se rindió incondicionalmente el 15 de agosto. Pero no cesa el cuestionamiento de esa decisión de la Casa Blanca y de los argumentos oficiales que la justificaron.
En realidad, fue criticada por el propio entorno militar de Truman antes de que las bombas arrasaran las dos ciudades y ocasionaran la muerte inmediata de 200 mil civiles y de decenas de miles luego por efectos de la radiación. Nada menos que el legendario general Douglas Mac Arthur, el de “Volveremos”, se opuso a semejante barbaridad. No fue el único: el historiador Gar Alperovitz indica en su libro The Decision to Use the Atomic Bomb (Knopf, 1995) que también discreparon, entre otros, el jefe de Estado Mayor, almirante William Lehay; el jefe de operaciones navales, almirante Ernest J. King; el comandante en jefe de las fuerzas aéreas estadounidenses, Henry H. Arnold; el comandante de las fuerzas aéreas estratégicas del ejército, Carl Spatz. La misma postura sostuvieron altos funcionarios del gobierno Truman, como el secretario de Estado Henry L. Stimson, el subsecretario de Guerra John McCloy, el subsecretario de Marina Ralph Bard. En 1963, Dwight Eisenhower declaró a Newsweek: “No era necesario golpearlos con esa cosa horrible”.
Terminada la contienda, Truman confió a un panel de su confianza la misión de estudiar la guerra del Pacífico, que en julio de 1946 dio a conocer un informe titulado “United Sates Strategic Bombing Survey”. Su conclusión central es la siguiente: “Con base en una pormenorizada investigación de todos los hechos, así como en testimonios de los dirigentes japoneses que sobrevivieron al conflicto, este panel opina que Japón se hubiera ciertamente rendido antes del 31 de diciembre de 1945 aunque no se hubieran arrojado bombas atómicas, aunque Rusia no hubiera entrado en guerra (con Japón), incluso aunque no se hubiera planeado o contemplado una invasión”. Entonces, ¿por qué Truman resolvió utilizar “esa cosa horrible”? La repuesta más reciente a esta pregunta proviene de dos historiadores norteamericanos: Peter Kuznick, director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University de Washington, y Mark Selden, profesor de la Cornell University de Ithaca. Llevaron a cabo una cuidadosa revisión de archivos y afirman que la razón no fue militar.
Peter Kuznick propone que el motivo fundamental de la decisión de Truman fue impresionar a Moscú para frenar la expansión rusa en el Este asiático, es decir, para empezar la guerra fría más que para acabar la caliente (www.news cientist.com, 21-7-05). Y no se queda ahí: el presidente norteamericano “sabía que así daba inicio a la aniquilación de las especies. No fue sólo un crimen de guerra; fue un crimen contra la humanidad”. Selden agrega que también preocupaban a Truman las posibles críticas que le propinarían, si no usaba la bomba, por gastar tanto dinero en el Proyecto Manhattan. Lawrence Freedman, del King’s College de Londres, rebatió esas apreciaciones desde una posición que ya tiene 60 años de edad: tirar la bomba fue “comprensible dadas las circunstancias”. Pareciera que, de no emplearla, la guerra con Japón hubiera seguido hasta el presente. “La necesidad militar” es una justificación a la que ha recurrido W. Bush para invadir y ocupar Irak en busca de espectrales armas de destrucción masiva.
El Village Voice del 26-7-05 da cuenta del comprensible temor de los neoyorquinos que deben tomar un subte o un autobús, temor que acrecentaron los brutales atentados en Londres y que la Casa Blanca alimenta anunciando la posibilidad de otro 11/9. Si a esto se suma la orden que Cheney acaba de dar al Pentágono, el temor debería extenderse a todo el mundo. En The American Conservative del 22-7-05 puede leerse: “El Pentágono, siguiendo instrucciones de la oficina del vicepresidente Dick Cheney, ha encargado al Comando Estratégico de EE.UU. que elabore un plan de contingencia para aplicarlo en respuesta a otro ataque terrorista similar al del 11/9”. El plan incluye un ataque aéreo en gran escala contra Irán utilizando tanto armas convencionales como armas nucleares tácticas. “Hay en Irán más de 450 objetivos estratégicos importantes. Se dice que algunos jefes de la fuerza aérea que participan en el diseño del plan están consternados por el significado de lo que están haciendo –establecer que Irán es objetivo de un ataque nuclear no provocado–, pero nadie está dispuesto a formular objeciones que dañarían su carrera.”
Las preguntas se actualizan. ¿Por qué la Casa Blanca prepara semejante represalia a un eventual ataque terrorista de la magnitud del 11/9? ¿Por qué ahora? ¿Tiene información de que va a producirse? ¿Sabe que lo organiza Irán? Finalmente, se desechó la existencia de una relación Sa-ddam Hussein-Al Qaida. ¿O más bien se trata de dejar venir ese ataque, si estuviera en marcha, para ocupar Irán? Hay indicios fuertes de que ocurrió en el caso de Irak y se recuerda que, apenas producido el atentado contra las Torres Gemelas, el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld quiso bombardear Irak. ¿Así juega con las vidas humanas, estadounidenses incluidas, la insaciable voracidad petrolera de los “halcones-gallina”? Los neoyorquinos –y no sólo ellos– tienen razón en ver de cerca las caras del miedo.

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