Dom 07.08.2005

CONTRATAPA

El socio incómodo

› Por Juan Gelman

Huelga decirlo: Israel es el socio más importante y necesario de EE.UU. en el Medio Oriente, su punta de lanza contra el mundo árabe. Desde 1949, año de la instalación del Estado israelí, hasta el 1º de noviembre de 1997, Washington ha facilitado a Tel Aviv una suma superior a los 84 mil millones de dólares en préstamos, subsidios y alrededores, según datos compilados por el American Educational Trust de la capital norteamericana (www.wrmea.com/htm). Investigaciones del Congreso encontraron que, entre 1974 y 1989, más de 16 mil millones de dólares en préstamos otorgados a Israel para la compra de armamento se convirtieron en subsidios, es decir, se trató de un regalo. Los fondos estadounidenses que cada año engordan las arcas israelíes ascienden a casi un tercio del total que la megapotencia destina a tales fines, aunque los habitantes del país beneficiado apenas suman el 0,001 por ciento de la población mundial. Pero se sabe que el dinero no compra lealtades, no la del gobierno de Sharon al menos.
El juez Paul McNulty de Virginia acaba de incoar proceso a dos ex funcionarios del muy pro-Tel Aviv Comité estadounidense-israelí de asuntos públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés) por conspirar para obtener y transmitir a Israel información clasificada del Pentágono (USA Today, 4-805). Prosigue la investigación de las actividades de espionaje que en EE.UU. practica el socio medioriental de EE.UU, un escándalo en el que está involucrado el “halcón-gallina” Larry Franklin: en su calidad de especialista en cuestiones iraníes más calificado del Pentágono pasaba documentos secretos que, vía AIPAC, llegaban a Tel Aviv. Franklin actuó por convicción ideológica, la misma que comparten los niveles superiores del Pentágono y los altos jerarcas del gobierno que rodean al vicepresidente Cheney. La Casa Blanca suele no dar importancia a estas travesuras, pero se ha puesto seria con algo que estima verdaderamente grave: las exportaciones israelíes a China de aviones no tripulados Harpy Killer. Esos que a Pekín le vienen bien para acabar con los radares antiaéreos de Taiwan si la isla osare declarar su independencia.
El periódico israelí Haaretz (12-6-05) fue el primero en revelar la historia. Informó que EE.UU. había impuesto sanciones a Tel Aviv por esas ventas y le exigía que proporcionara detalles de todas las exportaciones israelíes a China –más de 60 en los últimos años– y que examinara a fondo su sistema de supervisión de las que entrañaban el envío al exterior de material considerado de seguridad. La Casa Blanca suspendió varios acuerdos de cooperación con Israel en materia de tecnología militar: lo que más irrita al gobierno Bush es que esos Harpy Killer son modelos cuya tecnología avanzada el Pentágono compartió con Israel. La cuestión no es menor: después de Rusia, Tel Aviv es el mayor abastecedor de armamentos a China. El socio privilegiado de la Casa Blanca en Medio Oriente alimenta los arsenales de la potencia asiática –negocios son negocios– mientras el general Zhu Chenhu se jacta de que no habrá vacilación en utilizar armas atómicas contra ciudades de la costa oeste de EE.UU. si Washington interviniera en un eventual conflicto Pekín/Taiwan (Taipei Times, 1-8-05).
“Si las cosas que hicimos no eran aceptables para los norteamericanos, lo sentimos, pero se hicieron con la mayor de las inocencias”, fue la pálida disculpa que ofreció Silvan Shalom, ministro de Relaciones Exteriores de Israel (BBC, 19-6-05). Es una inocencia un poco ajada: en el 2000, Washington presionó sin tregua a Tel Aviv para que cortara sus ventas secretas de radares a China. La Casa Blanca exige ahora al gobierno Sharon una disculpa por escrito y las tensiones en curso obligaron a su ministro de Defensa, Shaul Mofaz, a suspender el viaje a EE.UU. que iba a realizar el mes pasado (AP, 27-7-05). Se esperaba de esa visita la conclusión de un acuerdo sobre el material estratégico que Israel puede exportar o no, tanto a China como a otros países. El complejo militar-industrial yanqui no quiere ciertas competencias en el ámbito internacional –negocios son negocios– y suenan a hueco las alarmas norteamericanas acerca de “la amenaza bélica china” como razón de estos enfrentamientos con Tel Aviv.
Los argumentos de la contraparte israelí son también encubridores y no desdeñan los tonos de la dignidad ofendida. Un ejemplo: EE.UU. “se siente ultrajado, por eso no toma en cuenta la situación política en Israel y de manera insultante trata de imponer a la Knesset (el parlamento israelí) el cronograma de sus decisiones. Se establece un acuerdo para poner término a una crisis y no para forzar a una nación amiga a que acepte castigos por etapas. Ni siquiera una república bananera firmaría esa clase de acuerdo” (Ze’ev Schiff, Haaretz, 29-7-05). Naturalmente, sobre todo cuando están de por medio jugosas ventas en un mercado armamentista que es voraz como pocos. Esta confrontación de intereses deshace el mito de que el 11/9 y la “guerra antiterrorista” unieron aún más a los dos países.
Hay, desde luego, objetivos estratégicos comunes de no escasa dimensión y uno de ellos es Irán. Su nuevo presidente, el duro Mahmud Ahmadineyad, ha prometido reanudar el programa nuclear iraní en la central de Isfahán, hoy congelado por negociaciones con la Unión Europea. Si la aviación de Israel supo en 1981 destruir el reactor iraquí, ¿por qué no haría lo mismo con el iraní? Todo anuncia que Goliat seguirá soportando que su socio David lo espíe mientras le mete la mano en el bolsillo y le saca los clientes.

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