Dom 04.09.2005

CONTRATAPA

“News, old news”

Por Juan Gelman

Zaman, diario de Estambul y quinto en importancia de Turquía, afirmaba hace un par de semanas “la posibilidad de que Al Qaida no sea, estrictamente hablando, una organización, sino elemento operativo de un servicio de inteligencia. Especialistas turcos en materia de inteligencia coinciden en que la organización Al Qaida no existe. Más bien es el nombre de una operación de los servicios secretos. El concepto ‘lucha contra el terrorismo’ es el sustento de la ‘guerra de baja intensidad’ que tiene lugar en el orden mundial unipolar. El sujeto de esta estrategia de tensión es denominado ‘Al Qaida’” (kutnimno.com/blog/?p=908, 15-8-05). Como gritaba un personaje de Shakespeare corriendo hace unos siglos por el tablado del teatro El Globo, son noticias viejas.
La Casa Blanca acusó inmediatamente a Osama bin Laden y Al Qaida de los atentados del 11/9, pero en vez de destinar a su captura el enorme aparato militar y de espionaje con que cuenta, intervino en Afganistán, invadió Irak y se prepara a desatar la guerra contra Irán. Algo inexplicable si no fuera porque Asia central es un objetivo estratégico para EE.UU. y no sólo por sus enormes reservas de petróleo: en sus territorios se produce el 75 por ciento del opio mundial, cuyo contante y sonante beneficia tanto a monopolios e instituciones financieras como a la CIA y al crimen organizado. De modo que Bin Laden, a quien W. Bush quería “vivo o muerto”, desapareció del discurso oficial. Hechos recientes lo han devuelto a los medios norteamericanos.
El lunes 16 de agosto pasado, el teniente coronel Anthony Shaffer, ex oficial de inteligencia del ejército de EE.UU., declaraba a The New York Times y a Fox News que más de un año antes del 11/9 el Pentágono conocía la identidad y actividades de Mohamed Atta, piloto del primer avión que se estrelló contra las Torres Gemelas, y de otros tres participantes en el atentado (The Washington Post, 19-8-05). Shaffer fungía como enlace entre el equipo Able Danger –unidad de inteligencia creada para combatir específicamente a Al Qaida– y el departamento de inteligencia del Pentágono y está convencido de que había elementos suficientes para conocer con antelación e impedir luego los ominosos atentados. El representante republicano Curt Weldon piensa y dice exactamente lo mismo. Para Thomas Kean y Lee Hamilton, presidente y vice de la comisión que investigó el ataque, son alegaciones sin fundamento. En su largo informe final, la Comisión había postulado rotundamente que ningún servicio de inteligencia norteamericano había identificado como terrorista a Mohamed Atta antes del 11/9.
Shaffer declaró que en el 2000 intentó vanamente reunirse con el FBI para advertirle que una célula terrorista estaba activa en territorio de EE.UU.: el Comando de Operaciones Estratégicas del Pentágono, instancia a cargo de toda la labor antiterrorista, se lo prohibió tres veces. En octubre de 2003 repitió su testimonio ante varios miembros de la comisión en un encuentro que tuvo lugar en Afganistán, adonde había sido destinado como oficial de las fuerzas especiales. Entre quienes lo oyeron se encontraba Philip Zelikow, director ejecutivo de la comisión entonces, hoy asesor principal de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice. La denuncia de Shaffer salpica niveles altos de la Casa Blanca y desnuda la versión oficial de los hechos: los futuros secuestradores de aviones fueron detectados antes del 11/9 por organismos del gobierno, incluidas la CIA y la inteligencia militar, y nada se hizo para arrestarlos o poner fin a sus actividades. ¿Por qué habrá sido, eh?
El periodista Patrick Martin acuñó una respuesta: “Hay una sola explicación política seria de este hecho hoy indiscutible: sectores poderosos del complejo militar y de inteligencia de EE.UU. querían un incidente terrorista en suelo norteamericano a fin de crear el imprescindible vuelco de la opinión pública necesario para emprender una campaña, largamente planeada, de intervención militar en Asia central y el Medio Oriente”, (www.wsws.org, 19-8-05). Las filas neoconservadoras alimentan y cobijan ese programa desde hace mucho tiempo: en el 2000, el think-tank de William Kristol lo formuló claramente en su imperial proyecto para el nuevo siglo estadounidense. Shaffer convalida las conclusiones que habían redondeado ya varios investigadores y periodistas independientes.
El ex militar norteamericano Mike Ruppert señala en su libro Crossing the Rubicon (New Society Publishers, Canadá, 2004): “The Washington Post sugirió expresamente que la verdadera relación entre el gobierno de EE.UU. y Osama bin Laden podría ser exactamente inversa a su apariencia. ‘En marzo de 1996 –cita–, el gobierno de Sudán ofreció extraditar a Bin Laden a EE.UU. Los funcionarios estadounidenses rechazaron el ofrecimiento, tal vez preferían usarlo como ‘combatiente en una guerra clandestina’. Si esto significa –agrega Ruppert– que Osama bin Laden está para ‘ser usado como combatiente’ del lado del gobierno norteamericano, surge con fuerza la inferencia de que participa voluntariamente en ese esfuerzo y que sigue adscripto a la CIA desde la guerra de los mujaidines de los años ’80. Si la misma frase significa que Osama bin Laden está para ser ‘usado’ como combatiente del lado terrorista y contra el gobierno norteamericano en la presunta guerra contra el terrorismo, surge con fuerza la inferencia de que el gobierno de EE.UU. está empeñado en la tarea de proporcionarse enemigos. Esa práctica se llama ‘operativo bandera falsa’ y el 11/9 es su mayor ejemplo en la historia”. Dicho de otra manera: el atentado contra las Torres Gemelas no se produjo porque los servicios de inteligencia estadounidenses fracasaron. Parece que fue al revés.

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