CONTRATAPA
Vuelos low cost
› Por Leonardo Moledo
Cuando decidí hacer ese viaje “low cost” (bajo costo), me acerqué a la agencia de viajes que lo ofrecía, y de inmediato me dijeron que el gerente de la compañía quería hablar conmigo. Me sentí increíblemente bien tratado; nunca me había ocurrido antes. Ni el gerente de Aerolíneas, ni el de Lufthansa, ni el de Iberia se molestaron jamás en hablar conmigo. Estoy seguro de que ni siquiera saben el nombre de los pasajeros. En cambio, esa compañía “Todo por usted” brindaba una atención hiperpersonalizada.
–Mire –me dijo el gerente de la compañía–. Los viajes “low cost” ofrecen todas las ventajas imaginables, empezando por el precio, que no llega ni a la cuarta parte de los precios corrientes; y vendemos a crédito y a largo plazo con el simple requisito de que sus herederos se comprometan a saldar la deuda. Pero desde que se cayeron todos esos aviones estamos siendo víctimas de una vergonzosa campaña de difamación a nivel internacional –¡como si el precio de los pasajes importara a los ojos del Señor!– e incluso en Francia y Estados Unidos ya pidieron que se nos colocara en “listas negras”, como en las más negras épocas del macartismo...
–¡Qué horror! –dije–. Sería espantoso.
–Por eso –me dijo el gerente– estamos organizando, con los nuevos pasajeros, grupos motivacionales, para barrer de una vez por todas esas inmundas difamaciones motorizadas por un periodismo apátrida, aliado de las compañías de alto costo.
Así fue como al día siguiente me encontré en una nutrida reunión, escuchando el relato de un pasajero de “Todo por usted”:
–Quiero contarles mi viaje –dijo el ex pasajero– para que comprendan que nada deben temer, y prepararse solamente para disfrutar. Por empezar, el avión no salió de un aeropuerto –esos horribles “no lugares” de Pierre Auger–, sino de un descampado, que nos reconecta con la naturaleza y permite oler el perfume de la tierra y el pasto, lo cual ahorra esa indigna tasa de aeropuerto. La verdad, debo decir, no me molestó que el avión fuera a hélice; aunque me llamó la atención que faltara una; pero en un viaje low cost no se puede pretender que estén todas las hélices, ¿no? Y en seguida un ingeniero de la compañía me explicó que con dos hélices de un lado y una del otro se vuela perfectamente bien, e incluso con menos ruido. Al subir al avión, las azafatas en vez de decir ese ridículo “bienvenido” con sonrisa McDonald’s, decían “adiós” y recitaban a continuación el famoso verso del Dante: “Lasciate ogne speranza voi ch’intrate”, con voz profunda de contralto. ¿Cuándo, díganme ustedes, entraron en un avión acompañados por excelso trozo de la literatura universal? Y en vez de esa tonta música funcional, Mozart. Dante y Mozart... un lujo cultural. No es para cualquiera.
–¿Qué de Mozart? –preguntó una gorda.
–El Tuba mirum spargens sonum, del Requiem K. 626, en la versión de Furtwängler.
–Ah... –dijo la gorda–. Excelente versión.
–Entrar al avión es una experiencia estética, verdaderamente, ya que todo es artesanal, desde los asientos hasta el ajuste de las tuercas, lo que permite que las placas de la cabina se muevan con un delicioso balanceo. Del techo colgaban manijas para los que viajan parados; había seis pares de manijas por fila, el avión va abarrotado en algunas ocasiones, lo cual muestra que la gente verdaderamente adora este tipo de viajes. Me ubiqué en mi asiento, y ahí pude ver que una rajadura de la ventanilla estaba reparada con cinta scotch, pero tan graciosa y exquisitamente que era un placer contemplarla. En seguida empezó la maniobra del despegue, que fue bastante lenta por cierto, ya que está armada sin descuidar ningún detalle, como corresponde a una compañía cuyo nombre es “Todo por usted”. Primero, pasó un sacerdote dándoles la extremaunción a todos los pasajeros.
–Parece un poco autoritario –dijo alguien.
–Pero no obligaban a nadie, nada de eso, todo era de lo más ecuménico y respetuoso. En el bolsillo que había delante de cada asiento había un ejemplar del Talmud y del Corán. También un folleto con el análisis científico del fenómeno de la caída libre, en el que se podía leer una amable biografía de Galileo y la ley de caída de los cuerpos (y el tiempo que lleva caer desde los diez mil metros con la fórmula s=1/2 a t2, que es de 44,72 segundos) y a continuación un análisis del principio de equivalencia de Einstein, en el que se establece la identidad entre un campo gravitatorio y un movimiento acelerado. Así, la caída libre equivale exactamente a la ausencia total de gravedad, experiencia interesante si las hay. En los baños se había improvisado un confesionario, aunque algunos se confesaban en voz alta y delante de todo el mundo. Contaban hasta el último de sus pecados, y puedo asegurarles que era sabroso, daría, verdaderamente, para escribir una novela; nunca había imaginado las posibilidades increíbles que ofrece la realidad.
–¿Y después?
–Después, la azafata repartió una ampollita de veneno a cada uno. “No es para alarmarlos –dijo–, es sólo por las dudas”, acto seguido la tripulación abandonó precipitadamente el avión, que empezó a moverse.
–¿Y entonces? –preguntó la gorda, que estaba entusiasmada.
–Entonces me recosté y empecé a dormitar... Pero justo cuando iba a terminar de decir la frase se oyó un “pfzzz”, se prendieron las luces, desapareció la luz verdosa que había coronado la mesa desde el principio de la sesión y el médium se levantó furioso.
–¡Habíamos hecho contacto perfecto, el espíritu estaba de lo más parlanchín y justo ahora saltan los fusibles! –le gritó al gerente.
Este trató de disculparse, pero de todos modos no se preocupó demasiado cuando vio que todos los asistentes, gorda incluida, se precipitaban a comprar los pasajes.
Pero yo no. La verdad, tenía mis dudas. Por empezar, la versión del Requiem por Furtwängler no me gusta nada. Y en segundo lugar, me había quedado convencido de que ese final abrupto se debía a que era una sesión espiritista de bajo costo.