CONTRATAPA
› A 50 AÑOS DEL GOLPE MILITAR QUE DERROCO A PERON
Memorias de un conscripto
Por Aníbal Ford
1 Junio 16. Estoy haciendo guardia en el Comando de la Primera División Blindada. Vienen, desde Santa Fe, haciendo quilombo, los que incendiaron San Nicolás de Bari. Tipos muy diferentes a los que había visto en las manifestaciones peronistas. ¿Lumpenaje? Vienen corriendo a dos muchachos que buscan la puerta del Instituto de Cultura Religiosa Superior. Yo intento cruzarme con el máuser, pero el capitán que está al lado mío me dice: “Quédese aquí soldado” y mira con placer la corrida. ¿Miraba la historia como Hegel o sabía que había algo trucho en esos grupos? Pero el cinco por uno existió. También el patrullero que desde atrás seguía tranquilamente a los manifestantes.
2 Entre junio y septiembre nunca dormí menos en mi vida. Por la situación hacíamos guardia día por medio. En las puertas, en las ventanas, en la terraza del comando. Había un sargento que estaba cagado porque los comandos baleaban a los centinelas. El se iba bien adentro y nos decía: “Cuídense, soldaditos, no se asomen demasiado”. Y yo me dormía apoyado en el máuser e intentando –estaba en segundo año de Letras– leer el machete de La Divina Comedia que el tano Marone nos hacía estudiar de memoria. Pero más allá se cocinaban otras historias. En la facultad se decía que Marone tenía detrás del retrato de Perón uno de Mussolini.
3 Aunque el panorama político estaba denso, el bombardeo fue sorpresivo. Hasta poco tiempo antes en la División Operaciones teníamos que dibujar enormes mapas de la Mesopotamia para que los generales jugaran a la guerra con Brasil, principal hipótesis de conflicto de la Argentina en ese momento. La historia dio un vuelco. El jefe de Operaciones, el teniente coronel Ayala, desapareció y se fue con Aramburu a levantar Curuzú Cuatiá. Al poco tiempo andaba por los pajonales. Algunos sunchos peronistas decían: “Cuando venga lo vamos a cagar a tiros”. Pero cuando volvió, después del 16 de septiembre, triunfador, cambió el discurso. Con espíritu de “libertadores” le decían: “¿Por qué no nos llevó con usted mi teniente coronel?”. Un año antes Ayala se había encargado de peronizar a la policía de la provincia de Buenos Aires. Eso dicen o decían. En este país los bandazos políticos son muy frecuentes. Como las traiciones.
4 La situación en el comando, sin mandos, fue muy extraña. Era imposible saber bien qué estaba pasando. Una noche nos encerraron en un salón, sentados, con el máuser entre la piernas. Esperando no sabíamos bien qué. Cuando se oyeron unas enormes explosiones, se conjeturó rápidamente que el almirante Rojas había comenzado a bombardear Buenos Aires. Pero no era así. Las explosiones provenían de los disparos de los tanques Shermann contra el edificio de la Alianza Libertadora Nacionalista. Yo no sé si la situación era de desinformación, de entrega o de incompetencia. Aunque pienso que debe haber habido traiciones en ese momento que todavía deben estar en carne viva. Como la carne de primera calidad que se llevaban los oficiales a sus casas en esos días preliminares en que un mayor de esgrima llevó a Pacheco, el ex cantor de Fresedo, al comando. Y que con su voz finita cantó Vida mía.
5 En el comando el ambiente era mesturado. Había desde soldados universitarios, fubistas, ya gorilas, hasta muchachos de los sectores populares, laburantes que no trabajaban en los escritorios, sino en la cocina o en los depósitos. Yo me acuerdo de un gordo grandote que golpeaba las paredes y decía: “¡Yo quiero salir a pelear! ¡Yo quiero defender a Perón!”. A veces pienso que la resistencia peronista nació ahí, en el arranque de la Libertadora, espontáneamente. Aunque nada es espontáneo. Todo tiene su historia, sus tiempos largos.
6 No sé si fue el 16 de septiembre que me llamaron a casa a las dos de la mañana. Yo salí rajando. Como la costumbre era viajar al lado del conductor del tranvía, recuerdo que me explotó la caja de conexiones eléctricas arriba de la cabeza. Llegue rápido porque vivía cerca. Un teniente primero me dio una 45 y me felicitó. Era el mismo que me había sacado a salto de rana limpio en una reunión de instrucción, porque cuando había hablado críticamente de las sublevaciones yo le pregunté qué había sido el ’43. Y con él me tocó estar de guardia cuando comenzaron los festejos de la “Libertadora”.
Estábamos en la puerta y la gente pasaba alborozada sin ver que había muchas caras tristes. De duelo. Yo no era muy peronista, pero me molestaba tanta alegría. Entonces le dije: “Esto es una mierda, mi teniente”. Para qué lo habré dicho. Comenzó a gritarme que eso era la libertad, la vuelta a la democracia, pero no oí más porque me fui al mazo. Además tenía mucho sueño. Un sueño que sigo teniendo.