Mar 20.09.2005

CONTRATAPA

Las catástrofes naturales no existen

› Por Eduardo Subirats*

Las catástrofes naturales no existen. Ni existe una naturaleza independiente de la naturaleza humana. Ni desde el punto de vista de las cosmogonías antiguas, ni desde el punto de vista de las geopolíticas militares modernas.
La catástrofe humana provocada por el huracán Katrina no es una excepción. Los huracanes del Golfo de México son fenómenos naturales devastadores. Sólo el sobrecalentamiento atmosférico generado por gases industriales los ha transformado en los últimos años en fuerzas aniquiladoras. La destrucción sistemática del ecosistema costero del Golfo de México bajo los auspicios de la especulación inmobiliaria y la expansión de dispositivos industriales han hecho el resto. La acumulación local de productos industriales tóxicos ha transformado la inundación en una marea contaminante de efectos destructivos incontrolables.
No existen catástrofes naturales que no sean al mismo tiempo los daños colaterales de un sistema económico intrínsecamente irracional en la medida en que no contabiliza en su producción de beneficios los costes ecológicos y humanos de su acción destructiva sobre el ecosistema.
Pero ninguno de estos constituyentes es exclusivo del estado de Louisiana, del gobierno de Bush o de la civilización de Norteamérica. Son condiciones dominantes dentro de un concepto del sistema neoliberal de desarrollo y miseria que se ha impuesto triunfalmente en el mundo entero. En la última década se han sucedido catástrofes de dimensiones comparables. En 1998, bajo el mutismo de los mass media corporativos, tuvo lugar un gigantesco incendio en el estado de Roraima, en el Amazonas brasileño. Se devastó una extensión de 33 mil km cuadrados de selva húmeda, el tamaño aproximado de Bélgica; se puso en peligro una población indígena de unas 60 mil almas y a una cultura de la importancia de los yanomani. La catástrofe era la síntesis de queimadas locales, la desecación de la selva patrocinada por los programas de desarrollo del Banco Mundial y el calentamiento global. Catástrofes semejantes se han reproducido a escalas menores en la India, España, Venezuela, China...
Tampoco es nueva la ostensible y criminal indiferencia oficial que ha protagonizado el desastre del Katrina. En el incendio amazónico, el presidente Cardoso se opuso radicalmente a enviar una flota de helicópteros con equipos especializados. En Venezuela, el presidente Chávez se resistió hace cuatro años a un aplazamiento de elecciones constitucionales que hubieran salvado la vida de cientos de humanos enterrados bajo inundaciones anunciadas.
Lo que es nuevo en el huracán Katrina es el intercambio de signos entre la guerra global y la catástrofe ecológica e industrial. Los diques que debían cerrarse para la prevención de estos huracanes no se llegaron a construir porque sus presupuestos se destinaron a la guerra global. La guardia nacional no estaba en su lugar porque se encontraba de servicio en Irak. Y cuando el ejército entró finalmente en la ciudad inundada, lo hacía con los mismos soldados, las mismas estrategias e idénticas armas que las usadas en la ocupación militar de Bagdad. Last but not least, los efectos devastadores del huracán han sido comparados por figuras oficiales a la destrucción nuclear: el trauma y la culpa reprimidos de Norteamérica.
Lo nuevo y radicalmente amenazador en la catástrofe de Nueva Orleans es la representación política y mediática como accidente natural de lo que en realidad es un desastre producido por factores industriales y económicos globales (calentamiento atmosférico) y locales (el deterioro ecológico de las costas del Golfo de México por su explotación irracional). Lo amenazador en el caso Katrina es la solución al desastre humano mediante estrategias de ocupación militar, y desplazamientos y concentraciones poblacionales militarmente concebidos. Ambos son el posible paradigma de las catástrofes ecológico-industriales del futuro. Catástrofes naturales no existen. Hoy son concebidas por los Estados mayores, por las corporaciones industriales y por las administraciones globales como la continuación de las guerras por otros medios. Esta situación debe protestarse internacionalmente. Que las catástrofes naturales no se planteen hoy mediática ni políticamente, y a escala global lo mismo que local, como un problema ecológico e industrial (la actitud oficial de la actual administración norteamericana), sino como una cuestión estratégica y militar, es un escarnio y un suicidio. La solución a las crisis ecológicas que vendrán, lo mismo que a las guerras que se nos han venido encima, reside en poner de manifiesto sus causas para removerlas, no en extender sus beneficios financieros y estratégicos.

* Profesor de Filosofía, Estética, Literatura y Teoría de la Cultura en universidades de San Pablo, Caracas, Madrid, México, Princeton y actualmente en New York University. Autor, entre otras obras, de El continente vacío y Ultima visión del paraíso.

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