CONTRATAPA
El “Sush” también existe
› Por Leonardo Moledo
Es de imaginarse lo preocupados que deben estar Bush y su pandilla de magnates asesinos por las manifestaciones organizadas en su contra. Es probable que no puedan dormir y protesten en sueños por la contracumbre que organizan las ONG de un territorio que nosotros llamamos Latinoamérica y su majestad imperial, Sudamérica, en una arbitraria división del continente en dos (Sud y Norteamérica) separados por el canal de Panamá.
Y reservándose, dicho sea de paso, el gentilicio “americanos” para ellos mismos, como figura en todos los libros españoles, y uno tiene que aguantarse con bastante frecuencia en la jerga cotidiana de toda Latinoamérica: y si ellos son los americanos, ¿por qué no habrían de usar toda América a su antojo? ¿Qué sentido tiene protestar por la presencia del presidente americano en Mar del Plata? Sería como protestar porque el presidente americano visita Texas (de paso, un territorio directamente robado a México).
Hay que reconocer que, pese a la política aislacionista que los Estados Unidos de América siguieron (especial y paradójicamente propia de los republicanos, ya que fueron los demócratas los que intervinieron en la Primera Guerra Mundial –Wilson–, en la Segunda –Roosevelt–, y en la de Vietnam –Kennedy–), la vocación imperial respecto de su patio trasero –hubo más de cien intervenciones militares norteamericanas en Latinoamérica, no lo olvidemos–, es muy, pero muy anterior a la doctrina Monroe: “América para los americanos”, ya que desde el primer Congreso Continental de Filadelfia, en 1774 y los albores de la independencia, se autodenominaron Estados Unidos de América, así nomás, sin agregar ninguna referencia geográfica, lo cual convirtió a la doctrina Monroe en una simple obviedad, en una tautología, que ponía al continente entero, esta vez sí completo, a su merced.
El operativo de seguridad montado en Mar del Plata, con la parafernalia de vallados dignos de la Base de Guantánamo, pasaportes internos, asueto en las escuelas y las oficinas públicas, aviones argentinos y yanquis volando a distintas alturas, y barcos de guerra dulcemente meciéndose en la mar inmensa, produce una espantosa sensación de obsecuencia. En efecto, exceden con mucho lo que se podría llamar, tal vez un poco arcaicamente, “el espíritu republicano”. Nadie puede creer que se montó para proteger a Lula o al presidente de Honduras; es claro que se centra exclusivamente en la figura excelsa de Bush. Pero también es claro que el cuerpo de un presidente (al que según parece hay que proteger como si fuera un dios) no tiene en sistemas republicanos el mismo valor que en las monarquías post-medievales de los siglos XVI al XVIII, en las que el cuerpo, la carne y sangre del rey encarnaban el derecho divino, y eran legalmente divinos (a pesar de lo cual los reyes cada tanto eran asesinados, como Enrique IV de Francia en 1610). En los sistemas monárquicos constitucionales los reyes no importan sino a la farándula o al cholulaje, que se deleita con el peso de las princesitas; en los sistemas republicanos y democráticos, sufrir atentados o manifestaciones en contra forma parte de los gajes del cargo.
Y Bush es un presidente democrático y fue democrática y republicanamente reelegido (ya que la primera elección es altamente dudosa), frente a candidatos un poco más civilizados como Kerry. Esto es, Bush es republicano y no monárquico. No maneja el mundo por mandato divino (aunque alguna vez lo insinuó) sino por la indudable prepotencia que da la fuerza, el desbalanceo tecnológico, la enorme riqueza, pero también por el voto de los ciudadanos de los Estados Unidos.
La enorme riqueza y la tecnología que tantos latinoamericanos buscan, y sería interesante, en ese sentido, que la contracumbre de los pueblos no sólo se limitara a emitir protestas y reclamos (absolutamente justos y razonables) o a autosatisfacerse con manifestaciones y roturas de vidrieras inconducentes, sino que se tomara algunos momentos de reflexión para preguntarse (sin recurrir a sloganes o respuestas simplistas), entre otras cosas, por qué el país contra el que se reclama con justicia es aquel al que cientos de millones de latinoamericanos quieren emigrar para que Bush los presida y no pueden porque “democráticamente” les cierran las fronteras y los cazan como a animales.