Mar 22.11.2005

CONTRATAPA

La palabra populismo

› Por Emir Sader*

El término populista, nacido de algunas corrientes de la sociología política para designar gobiernos como los de Getulio Vargas y de Juan Domingo Perón, ha sido retomado, en el marco del discurso neoliberal, para designar las políticas consideradas “irresponsables”, “aventureras”, “inflacionarias”, que promueven concesiones sociales incompatibles con las leyes de hierro del ajuste fiscal.
Serían concesiones ficticias, que terminarían produciendo su contrario: la inflación corroería el poder adquisitivo de los salarios reajustados, el desequilibrio fiscal llevaría a las crisis financieras que frenarían el crecimiento económico, la elevación de impuestos y el aumento de los gastos estatales inhibirían la capacidad de inversión, etcétera. Ya no me alargo porque los que aún tienen paciencia de leer las columnas económicas y de escuchar a los entrevistados en los programas económicos de los medios masivos de información lo conocen de memoria.
Uno de los más promocionados escritores neoliberales de América latina, el mexicano Enrique Krauze –protagonista recientemente de una entrevista reproducida por toda la prensa occidental, junto con Vargas Llosa, en la que se denuncia la política externa del nuevo primer ministro español, José Luis Rodríguez Zapatero, nostálgicos de José María Aznar–, escribió un artículo denominado “Decálogo del populismo iberoamericano”, en el que resume los puntos de vista de esa corriente.
Consciente de que el problema original del populismo es su raíz, proveniente de la detestada y descalificada palabra pueblo, que él llama, de forma irónica, “palabra mágica”. Pero la preocupación ahora no es con Perón, ni con el peronismo o con Getulio, sino con el “populista posmoderno” Hugo Chávez y su “socialismo del siglo XXI”.
Krauze resume en 10 puntos lo que serían los rasgos específicos del “populismo”. En primer lugar, exaltaría al “líder carismático”, un líder providencial que se propone resolver de una vez por todas los problemas del pueblo. Ese líder usaría y abusaría de la palabra, apoderándose de ella, “como intérprete supremo de la verdad general y también de la agencia de noticias del pueblo”, “iluminando su camino”. No contento con eso, “el populismo fabrica la verdad”, abominando la “libertad de expresión”.
Los fondos públicos serían utilizados de forma “discrecional” por los populistas, sin “paciencia con las sutilezas de la economía y de las finanzas”. Para él, todo gasto sería inversión. No contento con eso, el populista cometería el mayor de los pecados: “Distribuye directamente la riqueza”. Paralelamente, “incentiva el odio de clases”, “hostilizando a los ricos”, movilizando permanentemente a los grupos sociales, convocando y organizando a las masas, valiéndose de la plaza pública como escenario privilegiado. Además de eso, el populismo fustiga al “enemigo externo”, como chivo expiatorio, desprecia el orden legal y, por si no bastara, “mina, domina y, en última instancia, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal”.
Como todo texto liberal, éste es ambiguo, contradictorio, dice lo que no es, escondiendo lo que realmente significa. En el caso del populismo, busquemos la traducción de lo que Krauze afirma. En primer lugar, demonizar un concepto que tiene su origen en la palabra pueblo ya habla suficientemente del odio al pueblo consagrado por el liberalismo. En nuestro continente, en particular, el liberalismo fue reiteradamente instrumentado a favor del pensamiento conservador. Finalmente, fueron las ideas “liberales” las que trabajaron para preparar el clima del golpe militar de 1964: el mayor atentado a la democracia, a la libertad y a los derechos, colectivos e individuales, que Brasil conoció. Es decir, el mayor atentado contra los intereses del pueblo. Este decálogo es una radiografía de cuerpo entero del cinismo liberal. ¿A qué se refieren cuando hablan de la “exaltación del líder carismático”? Al pánico que tienen por el surgimiento de líderes populares, de dirigentes que unifiquen al pueblo, que traduzcan en proyecto político las necesidades populares.
Quieren mantener al pueblo fragmentado, sometido, inerte a la influencia de su infernal máquina mediática, a las condiciones embrutecedoras de explotación. Necesitan que el pueblo permanezca distante de la política, que delegue ésta a los “políticos” profesionales, que gobiernan la sociedad en nombre de los intereses dominantes.
Incomoda que los líderes “populistas” se apropien de las palabras.
El orden capitalista requiere el silencio de los discursos alternativos, requiere que todos los que se manifiesten lo hagan dentro del universo de sus discursos, en sus términos y sus alternativas, es decir, dentro del sistema de poder que dirigen.
Incomoda que esos líderes expresen las palabras, los intereses y los sentimientos de los que fueron condenados al silencio por esos sistemas de monopolio de la palabra.
Esas palabras producen una verdad, que es criticada por ser “fabricada”. Y las verdades del sistema de poder actual, ¿no son gigantescamente fabricadas, al punto de que Noam Chomsky acuñó el término “consenso fabricado”, para expresarlas? Sus verdades –las del “mercado”– son “naturales”, las que se contraponen a ellas son fabricadas. Toda verdad es construida: la diferencia está entre las que lo son democráticamente, representando a los de abajo y las que son fabricadas desde las cúpulas del poder.
¿Uso discrecional de los fondos públicos? ¿Repartición de la riqueza? Significan: redistribución de renta, prioridad de lo social, oponiéndose a la prioridad del ajuste fiscal y a los intereses del gran capital. ¿Moviliza permanentemente a los grupos sociales? ¿Alienta el odio de clases? ¿Diagnostica las causas de la miseria y propone acciones de combate a las de sus mayores víctimas? ¿Fustiga al enemigo exterior? Apunta hacia la explotación por los capitales internacionales y los gobiernos que los defienden –los globalizadores– de los países del sur del mundo: los globalizados.
Desprecia el orden legal, debilita la democracia liberal. Traducción: coloca la justicia por encima de las expresiones legales de un orden social injusto, identifica democracia con gobierno del pueblo y no como su expresión limitada en el liberalismo.
En la era neoliberal, la palabra populismo sirve para intentar descalificar la prioridad de lo social: eje de la alternativa posneoliberal.

* Sociólogo brasileño, catedrático de la Universidad de Río de Janeiro y miembro del Foro Social Mundial. De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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