CONTRATAPA
Flojeras
› Por Juan Gelman
En su discurso del viernes 25-11, el vicepresidente Dick Cheney propinó severos calificativos a quienes critican al gobierno estadounidense por la guerra en Irak: los llamó “corruptos y desvergonzados”. Si un reciente sondeo de Newsweek no miente, el 52 por ciento de los encuestados considera que Dick manipuló deliberadamente los datos de inteligencia que condujeron al conflicto. Si Cheney no miente, es altísima la cantidad de norteamericanos corruptos y desvergonzados. Tampoco tuvo empacho en afirmar que el Congreso que dio luz verde a la guerra disponía de la misma información que él y demás “halcones-gallina” de la Casa Blanca, es decir, que Saddam Hussein tenía un arsenal de armas de destrucción masiva y era socio de Al Qaida. El ex senador demócrata Bob Graham precisó que los documentos desclasificados que llegaron a manos de los legisladores eran incompletos y entre otras cosas omitían “las opiniones (contra la guerra) contenidas en la versión clasificada” (The Washington Post, 27-11-05). Hace un tiempo notorio que Cheney tiene flojera para decir la verdad.
Dick también padece flojera para respetar los derechos humanos: considera que la tortura debe ser parte integrante de las políticas de EE.UU. y pretende que el Congreso autorice a la CIA, o no le prohíba, la aplicación de tratos crueles, inhumanos y degradantes a prisioneros inermes. Su hoy jefe de gabinete David S. Addinton es autor del memorandum que los justifica, en abierta violación de los Pactos de Ginebra y de la convención de las Naciones Unidas contra la tortura. Cabe sin embargo reconocer que no en todo es flojo el vicepresidente, en especial para hacerse millonario con el negocio de la guerra. Se estima que su fortuna personal oscila entre los 30 y los 100 millones de dólares, producto de un activismo sin pausa tanto a un lado como al otro de la mesa militar.
Fue jefe del Pentágono con Bush padre desde mayo de 1989 hasta enero de 1993 y en esa calidad solicitó un estudio a la empresa Brown & Root Services (hoy Kellog, Brown & Root), una subsidiaria de la gigante empresa petrolera y constructora Halliburton. El informe recomendaba que el gobierno contratara con el sector privado los programas de apoyo logístico a las operaciones militares de EE.UU. en todo el mundo. Cheney le hizo caso durante la invasión a Panamá y la primera guerra del Golfo y dos años después de dejar su cargo en el gobierno se convirtió en presidente y director ejecutivo justamente de Halliburton. Se desempeñó como tal hasta que fue electo en el 2000 y en los cinco años que estuvo al frente de la empresa recibió 44 millones de dólares en concepto de salarios, bonos y afines. No habrá trabajado mal. Por ejemplo: Halliburton tiene 58 compañías subsidiarias en paraísos fiscales del Caribe y Cheney logró que los 302 millones de dólares por impuestos que la central pagó en 1988 se redujeran a cero en 1989. El vicepresidente de EE.UU. sigue recibiendo de la empresa “sueldos diferidos”: 205.298 dólares en 2001; 162.392 en 2002; 178.437 en 2003; 194.852 en 2004 (www.globalresearch.ca).
Sin duda los merece. Antes de la guerra de Irak, Halliburton figuraba en el 19 lugar de la lista de corporaciones del sector privado que venden productos y servicios a las fuerzas armadas estadounidenses y subió abruptamente al primero en el 2003, año en el que obtuvo contratos por 4200 millones de dólares. El senador demócrata Frank Lautenberg señaló recientemente que la Casa Blanca ya otorgó al monopolio amado por Dick contratos por valor de 10.000 millones de dólares en Irak, muchos de ellos sin licitación alguna, y los primeros para la reconstrucción de Nueva Orleans devastada por Katrina. Los auditores de la Dirección de Investigaciones del Congreso detectaron sobreprecios en productos y servicios que proporciona Halliburton a las tropas norteamericanas en Irak mediante intermediarios. Cheney insiste en que ha roto toda vinculación con el consorcio desde que entró en la Casa Blanca. Otra recaída en la flojera para decir la verdad.
La única oficina de la Casa Blanca que no da cuenta de los gastos de viaje de su personal es la vicepresidencia. El método es simple: en vez de aceptar que las universidades y otras instituciones que invitan a funcionarios a hablar en esos ámbitos reembolsen tales gastos –lo cual obliga a declararlos a la Dirección de Etica de la Casa Blanca–, Cheney prefiere utilizar los fondos del presupuesto federal. Desde el 2001 hasta el 1º de junio del 2005, Dick pronunció 275 discursos en diferentes ciudades del país (www.whitehou se.gov) y sólo él sabe cuánto dinero tomó del erario para esos viajes. En esto, tampoco es lerdo. Tampoco el único. La corrupción permea todo el edificio institucional de la potencia del Norte.
Los muertos votan en no pocos países del mundo, también en Chicago o Filadelfia, pero en EE.UU. tienen una participación política póstuma bastante particular: financian partidos y campañas electorales de candidatos a legislador y aun a presidente. Un estudio reciente del Center for Public Integrity de Washington revela que al menos 100 difuntos han aportado a esas actividades más de 1,3 millón de dólares en los últimos 14 años. Entre los beneficiarios figuran John Kerry y Bill Clinton y se trata de donaciones perfectamente legales: proceden de disposiciones testamentarias y favorecen sobre todo a los demócratas (www.publicinte grity.org). ¿Quién dijo que la mortaja no tiene bolsillos?