CONTRATAPA
Si hasta se rieron las gallinas
› Por Osvaldo Bayer
Los ingleses en la historia hicieron siempre las cosas mal y les fue bastante bien. Ayer, en el uno a cero hicieron las cosas más o menos bien y les fue mejor. Sobre el penal se discutirá siempre. Los medios alemanes lo tomaron como tema central y el famoso entrenador Rehagel dijo su verdad de a puño: “Qué va a ser penal, si hasta se rieron las gallinas”. Esto de las gallinas no fue por referirse a los hinchas de River sino que se trata de un refrán alemán. Dice que cuando una cosa es ridícula –como llamar penal a lo de ayer– es algo tan increíble que hasta mueve a risa a las gallinas, que al parecer no se ríen nunca. (Una feminista hubiera podido objetar: ¿por qué gallinas y no gallos?) Pero no sólo Rehagel expresó con términos científicos la no existencia del penal sino también el internacional Jürgen Klinsmann, quien jugó tantos años en Inglaterra: “No fue penal por ningún lugar desde el que se lo mire”. Por supuesto, los referís internacionales –siempre oficialistas– preguntados respondieron: si el juez Collina lo vio era porque era. A lo que Rehagel respondió: “En un penal hay que estar en un mil por ciento seguro antes de darlo”.
Pero con penal o sin penal ganaron los bucaneros de Albión (claro, si hubiera ganado la azul y blanca habría sido más condescendiente y dicho “los rubios de Albión”, aunque había cuatro africanos en el equipo). Pero se dice que el fútbol es de emociones fuertes, por eso permítaseme lo de bucaneros (en otra oportunidad hubiera escrito tal vez la palabra justa: piratas. Sí, sí, con ese penal, ¡¡¡piratas!!!, ¡¡¡pi-ra-tas!!!)
Porque claro, lo que más bronca nos da y lo que más placer les da a ellos es habernos ganado con mula, como lo hicimos nosotros con la mano de Dios. Sin mano de Dios, la alegría hubiera sido un cincuenta por ciento menor para ellos y la bronca cincuenta veces menor para nosotros. Aunque dicen que en cuestiones de etiqueta los ingleses son correctos, salvo Enrique VIII, que eructaba doce veces por comida y de paso mandaba a degollar a sus esposas. Todo es cuestión de cómo se mida la etiqueta, si globalizada o aplicando la doctrina Martínez de Hoz.
No perdimos, nos afanaron el partido, como se dice bien en idioma de tribuna. Esto no quiere decir que merecíamos ganarlo. Los dos merecieron empatar. Los ingleses, más fuertes y veloces; los argentinos, luchadores aunque a veces daban la impresión de ir “a la carga barracas”. Sólo se destacó algo Aimar, los otros metieron la pata y las de andar infinitas veces. Y ya está. Qué más decir, irse temprano a dormir o irse sin almorzar a tomarse un fernet, los que se aguantan.
Los bucaneros hicieron flamear todas sus banderas con la calavera y se desfondaron con whisky. Por fin, cantaron con énfasis, para olvidar aquello de 1806 y 1807 con Beresford y Whitelocke y el agua hirviendo de los techos. (¿O es un poco ahistórico traer la cita? Habría que preguntarle a Toni Negri por aquello de Imperialismo o Imperio).
Pero hablemos de nosotros: por momentos bien, todos; y por largos momentos una murguita del tomala vos y dámela a mí. Por ejemplo, este chico Placente con su pinta de ir con su hermanita a tomar la comunión, que siga jugando nomás sin problemas en el Bayer Leverkusen, pero con todo respeto, que se vaya a... Leverkusen. Y al Burrito Ortega que le prohíban las gambetas y que lo pongan sólo para patear los corners. Pero dejémoslo ahí. Quien vio a la máquina de River en aquellos años, o al Rosario Central campeón del 71, con Menotti, Pascuttini, Carrascosa, Mesiano, Jorge González... un momento que todavía no terminé... Landucci, Fanesi, Bóveda, Aimar, Poy, Colman, Gramajo, Mario Killer, Miguel Bustos, Aldo Villagra... Bueno, sí, ya sé, basta, me falta ponerles que a ese campeonato lo vio El Che desde el cielo aplaudiendo sus colores. (Soriano se me enojó una vez porque le recordé los triunfos canallas sobre San Lorenzo, pero fue así, qué le vamos a hacer.) Bueno, menos mal que podemos hablar de recuerdos. Pero eso sí, con Suecia, ahí sí que no se va a reír ninguna gallina... ni los gallos.
El polvo de la derrota
Por Carlos Polimeni
Perdimos: mordimos el polvo de la derrota. Sabe mal, tiene gusto amargo. A este gusto nadie se acostumbra. Morder del polvo de la derrota es haber terminado en el piso y estar pensando en cómo seguir. No es el polvo de Francisco de Quevedo pensándose muerto –“polvo seré, más polvo enamorado”– sino la arena en la garganta del gladiador que repasa uno a uno sus errores en la lucha. Mordimos el polvo de la derrota, nos hicieron polvo, no somos polvo enamorado. Pero mañana estaremos de pie, que es la ventaja de un traspié. En la madrugada del miércoles tendremos la posibilidad de pasar a retiro esta sensación de desolación. Si pasamos a retiro el gusto a hiel de haber perdido ante Inglaterra, lo que no nos mató habrá servido para construirnos. Si, en cambio, por el resultado que fuese, Suecia nos saca del Mundial, habremos sido el espejismo de lo que creíamos ser. Y cometido el peor de los pecados: no haber sido felices.
El de ayer no fue un partido feliz para Argentina, pero un empate nos hubiese venido de maravillas. Los ingleses ganaron bien, con lo justo, pero bien. Jugaron, pelearon y lucharon sabiendo que del esfuerzo dependía su permanencia en el Mundial, y tuvieron suerte. Apostaron a sus cartas de triunfo, Owen y Beckham, mientras Argentina hacía como que no sabía que así iba a ser. Como en el ‘98, la defensa no acertó en la marca de Owen. Por Owen, al que los entrenadores argentinos conocen desde que jugó un Mundial juvenil, vinieron el penal y una sucesión espantosa de zozobras. El jugador Spice Girl de Inglaterra embocó el penal, le partió la cara al Kily González de un codazo, cuidó sus piernas, una de ellas lesionada hace menos de dos meses por un argentino malo, malísimo, y pudo lucir su mejor peinado casual a la hora del pitazo final. Héroe publicitario, millonario estrafalario y al tiempo jugador de elite, el marido de Victoria Posh Spice Adam supo ayer del dulce sabor de la venganza. En el Mundial pasado, Simeone lo hizo expulsar, y Argentina terminó eliminando a Inglaterra por penales. Simeone parecía ayer el fantasma de lo que era.
Jorge Manrique escribió, cuando los versos de Quevedo sonaban frescos, hace cinco siglos, en España: “Cuán presto se va el placer/ cómo después de acordado da dolor/ como a nuestro entender/ cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Traducido a junio del 2002 en la Argentina: qué lejos están los días felices que siguieron al triunfo frente a Nigeria, qué lejos aquella sensación de que el Seleccionado arrasaría en el Mundial y pisotearía el poderío de la Rubia y Pérfida Albión, que lejos la convicción de que Verón iba a comandar una excursión triunfal en la que sobrarían jugadores. Marcelo Bielsa tiene ahora cuatro días para pensar todo de vuelta, para barajar y dar de nuevo. Es posible que en crisis ratifique todo lo que pensaba sobre cómo debe jugar Argentina este Mundial, convencido de que los árboles mueren de pie. Pero también es posible que tome lo que ocurrió como una ocasión única para cambiar. Para pensar, puesto por puesto y posibilidad por posibilidad, cómo asomarse al abismo del miércoles.
Si había que perder un partido en el Mundial, bienvenida sea la realidad de que fue el segundo de la primera ronda. No podremos perder otro. Si eso sucede, el mundo seguirá andando, pero nosotros estaremos mirando desde afuera la lucha por el título. Nada nos gusta menos, en los mundiales. Cuando podamos pensar, después de haber murmurado lo suficiente la bronca del despiste, el polvo de hoy –el de los ingleses y el nuestro– será una circunstancia normal, uno de los tres resultados posibles de un partido. El paso a los octavos se decidirá un día de miércoles. Ojalá a la hora de los himnos nuestros gladiadores parezcan leones, dispuestos a vender cara su muerte, y no gatitos, asustados porque acaba de apagarse la luz.