Mar 20.12.2005

CONTRATAPA

Bolivia

› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky*

Hoy me pesa ser intelectual. Me siento feliz. Muy contento. Como se deben haber sentido los cabecitas negras en patas en el ’45, mojándose en la fuente de Plaza de Mayo. Mariátegui y el Che también estarían felices hoy. No importa qué podrá hacer Morales. Sí importa, en cambio, que los indígenas hermanos bolivianos hayan ganado un lugar histórico, una verdadera revolución cultural. Quiero compartir mi pasión, como dicen los boquenses. Yo estoy inmensamente feliz por el triunfo de Morales, quien dice que además de estar en contra de las doctrinas neoliberales es profundamente antiimperialista y antiBush (solo Chávez, Castro y Morales hablan así). Yo estoy feliz desde el cuerpo. Me siento alegre. No me interesan los teóricos de turno de los eternos vaivenes. Los conozco a todos. Los que giran con el poder de turno y después caen mareados. Ya estoy grande. Y sentirme apasionado como hoy es una fiesta.
Una historia de saqueos es la boliviana (salitre, caucho, estaño, petróleo y gas). Un pueblo marginado de la historia, hoy tiene que festejar y mucho. La revolución será alegre o no será. Nuestros cabecitas negras eran alegres y festivos. Cuidado con los intelectuales y sus análisis críticos. Los amargos de siempre. Yo quiero compartir esta alegría con el pueblo boliviano –indígenas y blancos que votaron a Morales– y con todos los argentinos que hoy lloramos un rato de alegría. Me siento joven, pero quiero compartir esta juventud con los que sienten el triunfo boliviano. Con nadie más. A los que les duele que el 60 por ciento de los niños sea pobre en nuestro país. A los que no llegan a las góndolas. A los que no veranean. Aunque no lo sepan, ellos también ganaron hoy, porque hoy ganaron los sumergidos de la historia latinoamericana, los más pobres. Los robados. Alzo mi copa y lloro pero lloro contento y con ganas de pelear, el llanto de la lucha me hace joven. El triunfo de Morales también es mío, se lo robo para seguir luchando.
Una última palabra para vos, Che. Un día le escuché decir a Fidel: “El Che no murió en vano en Bolivia, su muerte es un mensaje de vida para los sumergidos bolivianos, para los indígenas que no comen, el Che no murió en vano”. Hoy más que nunca quiero volver a homenajearte: tu muerte en Bolivia fue una señal vital. El triunfo de ayer te debe mucho. Tu mítica historia nos ha dado a los que pensamos como vos sentido a nuestra vida en nuestras ganas de luchar por un mundo más justo.
Ayer ganó Bolivia y ganó Morales, pero ayer también ganaron los sumergidos del mundo y ayer también ganaste vos, hermano grande. Siempre tu vida y tu muerte nos da nuevos sentidos. Gracias por ser argentino. Los sumergidos del mundo llevan siempre en cualquier lugar tu imagen como ejemplo y la seguirán llevando. Estoy seguro. Por mucho tiempo.

* Autor, director y actor teatral. Psicoterapeuta. Entre sus numerosas obras se cuentan El Señor Galíndez, Potestad y La muerte de Marguerite Duras.

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