Vie 27.01.2006

CONTRATAPA

Tarjeta roja a la prostitución forzada

Por Juan Carlos Volnovich *

Pasó durante los Juegos Olímpicos de Atenas en el 2004 y es previsible que vuelva a suceder en Alemania. El campeonato por la Copa Mundial de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) que tendrá lugar en junio próximo amenaza ser un volcán de testosterona. El evento no sólo convocará a los mejores jugadores del mundo, a los periodistas especializados y a los tres millones de aficionados locales e internacionales que viajarán especialmente para la ocasión, sino que, además, está prevista una buena dotación de prostitutas para dar servicio a los presentes. Es previsible. En todos los grandes encuentros deportivos, allí donde se da una gran concentración de varones, aumenta de forma espectacular la demanda de servicios sexuales. La virilidad, ya se sabe, se consagra en los excesos: pasión por el buen fútbol, grandes cantidades de drogas y de alcohol y, pago mediante, satisfacción irrestricta del apetito sexual. Fútbol y sexo se llevan muy bien. Tanto, que Norman Jacob, un exitoso y visionario abogado ya tiene montado para beneplácito de los clientes, a minutos nomás del Estadio Olímpico de Berlín, lo que aspira a ser el burdel más grande, confortable y lujoso del mundo: Artemis.

La cuestión no sería un problema –mucho menos en Alemania donde la prostitución es legal desde el 2002– a no ser por el siguiente dato: se calcula que cuarenta mil mujeres provenientes de los países de Europa del Este y del norte de Africa se sumarán a las quince mil “trabajadoras sexuales” forzadas que residen en Alemania. Y estas cuarenta mil mujeres aumentarán el tráfico ilegal que inunda a la Unión Europea. Son quinientas mil personas –en su mayoría mujeres y niñas destinadas a la explotación sexual comercial– las que integran un verdadero ejército de esclavas. Mucho, muchísimo si se compara con las cincuenta mil mujeres y niñas que cada año ingresan a Estados Unidos víctimas de similares mafias internacionales; mafias que operan en los pobres países de origen para nutrir de “mercancía” al mercado del Norte. Poco, muy poco si se considera que escalando posiciones, después del tráfico de drogas y el tráfico de armas, en la actualidad la trata de personas ha llegado a ocupar el tercer lugar en el escalafón de las más lucrativas actividades ilegales del mundo.

La prostitución –esa “profesión”, la más vieja del mundo– a la que algunos prefieren aludir como explotación sexual comercial –esa violencia, la más antigua que se conoce– se ha puesto en el centro de un acalorado debate que generalmente pasa por enfrentar a aquellos que se juegan por la posibilidad de reglamentarla, opuestos a los que proponen prohibirla, y en contra de los que aspiran a su abolición.

Porque el caso que aquí se trata es el de la prostitución forzada. Mujeres y niñas que bajo el control de los proxenetas arriban engañadas a un país ajeno donde escuchan una lengua que no conocen. Mujeres y niñas indefensas a las que les sustraen los documentos y que por lo tanto pierden la posibilidad de transitar libremente. Mujeres y niñas que son alojadas en depósitos donde deben atender a una multitud de clientes para alimentar la ganancia de los proxenetas y que, por lo general, son inducidas a consumir alcohol y drogas hasta que el deterioro físico y las enfermedades de transmisión sexual las vuelven descartables.

Así funciona la prostitución forzada. Pero, ¿acaso existe la prostitución libre, aquella que se elige a voluntad?

Quienes proponen trazar un límite para separar la prostitución forzada de la prostitución libre son, en general, los mismos que sugieren una diferencia abismal entre trata y prostitución, entre prostitución de adultos y prostitución infantil, entre prostitución del Primer Mundo y prostitución del tercero. Quienes abogan por este tipo de discriminación no hacen más que reforzar en el imaginario social la existencia de una prostitución “buena”, deseable o, al menos, aceptable, compatible con los derechos humanos, separada de una prostitución “mala” y condenable, que viola los derechos humanos. Son los mismos que defienden la legitimidad de una práctica llevada a cabo por personas adultas que voluntariamente se prestan a ello confundiendo consentimiento con condescendencia. Quiero decir: la mujer en situación de prostitución acepta mansamente desde su lugar degradado las exigencias de los proxenetas y las demandas de los clientes, pero esto no es consentimiento. Su complacencia a los que pagan está al servicio de la adaptación –y, muchas veces, de la mera conservación de la vida– en condiciones de inferioridad. Y tal parecería ser que el solo hecho de pagar hace virtud del abuso, la violación y las lesiones graves a la intimidad. Tal parecería ser que la presencia del dinero que esgrime el cliente transforma un delito en “trabajo” digno.

De modo tal que se impone cambiar el eje del debate. En lugar de responder al interrogante que hace foco en las razones que llevan a las mujeres a prostituirse, ha llegado el momento de preguntarnos por qué los hombres eligen comprar (o alquilar) los cuerpos de millones de mujeres, llamar sexo a esa operación y, aparentemente, disfrutar con esa práctica. Por qué se ha extendido tanto el consumo sexual pago en épocas como las que nos ha tocado vivir, cuando la liberación femenina facilita y estimula una sexualidad a la carta “gratuita”.

Con la convicción de que la legislación y la intervención del Estado –inevitable e ineludible– son insuficientes para enfrentar el problema de la explotación sexual, Ulrike Helwerth, portavoz del Consejo Alemán de Mujeres, ONG que representa a cincuenta asociaciones, sindicatos y partidos políticos de todo el país, envió una carta a los jugadores y representantes de la Federación Alemana de Fútbol. “Ustedes son un ejemplo para muchos hombres y su palabra cuenta a veces mucho más que la de los políticos”, dice el texto. “Por eso les pedimos que digan públicamente que los ‘hombres de verdad’ están en contra del tráfico de personas y de la prostitución forzada.” No estaría mal hacerla extensiva a todos los jugadores que intervendrán en el campeonato por la Copa Mundial de la FIFA. No estaría mal que quienes detentan los atributos de la virilidad se pronuncien públicamente en contra de uno de los aspectos más escabrosos y más sórdidos que las desigualdades entre varones y mujeres hayan producido jamás. No estaría mal que algo comience a cambiar en la subjetividad de los varones que la consumen, tanto como en la industria que las recluta y la sociedad que, naturalizándola, la tolera.


* Como psicoanalista investiga la relación entre las teorías feministas y el psicoanálisis.

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