› Por Rodrigo Fresán
UNO
En el principio fue la oscuridad. Después fue la luz.
DOS
Y después otra vez la oscuridad y la luz y la oscuridad y la luz y la oscuridad en ciclos más o menos regulares; sólo que a nadie se le ocurría aún ponerse a medir el tiempo porque el tiempo existía como práctica pero no como teoría.
TRES
Tampoco se tenía muy claro lo de la oscuridad y la luz, aunque podían percibirse detalles muy evidentes, diferencias insalvables entre una y otra zona. La luz parecía brotar de una bola de fuego siempre igual, siempre constante, que salía por allí y se ponía por allá. La oscuridad era anunciada por una bola que no era de fuego y que cambiaba de forma y de tamaño y, en ocasiones, hasta desaparecía por completo. Y muy de tanto en tanto sucedía algo extraño: la bola de fuego se comía a la bola que no era de fuego o la bola que no era de fuego se comía a la bola de fuego. Y así pasaban los días y las noches y las semanas y los meses y los años y las décadas; pero nada de eso tenía nombre aún...
CUATRO
... porque los nombres todavía no eran nombres. Los nombres eran apenas un ruido que se desprendía desde el fondo de la garganta y subía y chocaba con los dientes y brotaba en el aire y rompía, por unos segundos, el silencio. En el principio, los hombres que aún no sabían que eran hombres, hablaban poco. En cambio, el resto de los animales –que ya tenían perfectamente claro que eran animales y, también, que les habían tocado las peores cartas en la gran partida de la historia y los peores y más frágiles eslabones en la cadena alimenticia– conversaban todo el tiempo. Conversaban sobre los hombres que aún no sabían que eran hombres. Y, ya en el principio, poco y nada bueno tenían para decir sobre ellos.
CINCO
En algún momento, los hombres tuvieron la intuición de que eran hombres y una de las primeras cosas que hicieron fue ponerse a bautizar todo. Así, la bola de fuego se llamó Shallah y la bola que no era de fuego se llamó Kiryah y la noche era darkha y el día era ty. Y ese líquido que caía de cielos cubiertos –cuando Shallah y Kiryah se enojaban– se llama chubah y la versión sólida y fría de chubah que caía en las tierras más altas se llamaba teh. Y también estaban esas líneas de furia y luz (zapzapzap) que caían desde el cielo (senneh) y sobre la tierra (eah) y los árboles (grinos) y despertaban al fuego (zup). Y todos eran felices poniéndole nombre a todo.
SEIS
En eso estaban Trak y Trok cuando, indecisos en cuanto a cómo nombrar lo que con el tiempo sería conocido, en su acepción más sencilla y coloquial, como tigre dientes de sable, hicieron un alto y –con dificultad pero también con paciencia y entusiasmo– se pusieron a conversar acerca de cuál de las dos entidades superiores, distantes pero visibles, que marcaban sus existencias, era responsable de los zapzapzap que proveían a los suyos con la consoladora luz y el amable calor del zup que los ayudaba a pasar las darkhas más cruentas y espantar a los muchos animales de presa como los tegs y los zepos y los tumbeh y, sobre todo, los tigres dientes de sable a quienes todavía faltaba bautizar. Trak creía que todo era acción directa de Shallah. Trok, en cambio, estaba seguro de que todo se debía al incuestionable amor de Kiryah. Trak y Trok discutieron hasta que se hizo de ty. Y, para la hora en que Shallah ocupaba el centro exacto del senneh, Trak y Trok ya no eran amigos y sus familias ya no se hablaban. Trak y Trok habían vuelto a los ruidos, a los gruñidos.
SIETE
Y, muy de tanto en tanto, se producen casualidades que desafían toda lógica. Y fue el mismo ty que Trak y Trok –luego de que cayera un poco de teh sobre la eah y se disolviera hasta convertirse en chubah– descubrieron algo que, aplicado sobre las paredes de sus respectivas cuevas, dejaba marcas y las hacía más vistosas y originales y hasta acogedoras. Faltaban milenios para la invención del televisor, pero Trak y Trok ya estaban enganchados a lo que el primero denominó pantha y el segundo tandha.
OCHO
Un ty, a Trak se le ocurrió que correspondía rendir tributo a Shallah pintando su retrato. La noticia llegó a Trok, quien decidió hacer lo mismo con Kiryah. No me meteré en problemas precisando aquí quién era mejor artista. Sólo diré que ambas representaciones se parecían bastante a lo que tanto tiempo después firmaría Pablo Picasso. Lo importante es que ambos estaban orgullosos y, para hacer las paces, se invitaron mutuamente a contemplar sus pinturas, que no eran prehistóricas pero sí históricas y entonces, por encima de todo, modernas y vanguardistas. Se elogiaron con los sonidos justos, comentaron que sus respectivas mujeres ya no los aguantaban desde que empezaron a usar las manos para otras cosas, y quedaron en verse al ty siguiente y mostrarse sus nuevas obras.
NUEVE
Lo que Trok le mostró a Trak horas después era el retrato bastante aceptable de un bisonte. Lo que Trak le mostró a Trok era su propia versión de Kiryah. Digamos que era un retrato más o menos fiel pero exagerado, y Trak no paraba de hacer jahjahjah y mostrar los dientes, muy gracioso. Trak le explicó a Trok, como pudo, que había inventado un nuevo estilo al que denominó karakatarah. Trak salió de la cueva de Trok, buscó un cráneo de tigre diente de sable al que de inmediato bautizó como zendah, le arrancó uno de sus colmillos, volvió a entrar a la cueva de Trak y ahí nomás, frente a la karakatarah de Kiryah, se lo clavó a Trak en el pecho, a la altura del bumbum.
DIEZ
Al ty siguiente, en la entrada de la cueva de Trak, apareció un monolito rectangular y alto y negro. Alguien dijo que era una señal de Kiryah, alguien dijo que era un mensaje de Shallah y alguien propuso una tercera opción: Tungoh, que era el nombre que le había puesto al viento. Y todos se pusieron a dibujar karakatarahs y se agotaron los colmillos de zendah en varios kilómetros a la redonda.
Y así, en el principio, fue como empezó el fin del mundo.
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