Sáb 25.03.2006

CONTRATAPA

Los treinta años

› Por Osvaldo Bayer

Todo empezó en Cipolletti. Hablar de los Treinta Años, es decir, de la muerte y de la vida, ante alumnos primarios y secundarios. Un tema difícil para los niños. A la inocencia, a la alegría, es casi un pecado hablarles de lo macabro. De aquello de la “desaparición”. Pero los docentes ya habían llevado a cabo talleres para que los alumnos elaboraran preguntas. Estaba frente a ellos. Y un pibito me hizo la primera pregunta: “Cuando usted se fue al exilio, ¿qué pasó con su perro?”. Me enterneció. Sí, una pregunta que conllevaba preocupación por los que no podían defenderse, por los que quedaban solos, y para siempre en la soledad.

Y después de cuatro clases, el acto en la plaza, con la figura en madera con los nombres de los trece desaparecidos de Cipolletti. Sí, también allí. Trece vidas jóvenes. Uno por uno sus nombres. Y allí sus madres presentes. Las lágrimas, el recuerdo. Aparece en todas las mentes el rostro cruel del dictador uniformado que repite por televisión: “No están muertos, ni vivos, están desaparecidos”. El principio ético de nuestros militares. No de todos, hay cinco, seis, siete, que pusieron el cuerpo contra la deshonra del crimen cobarde. El jueves, en el Salón Blanco de la Casa Rosada. El coronel Cesio. El que acompañó a las Madres en pleno tiempo de la ignominia. Verlo allí, reivindicado. Lo habíamos escrito en esta contratapa el 3 de diciembre del 2005. Resumen: el dictador Bignone, aquel que cometió la traición más cobarde de la historia, entregar a sus propios soldados para que desaparezcan, había firmado su último decreto dando de baja al valiente Cesio por acompañar a las Madres de Plaza de Mayo y calificar de asesinato al proceder militar. Y después nuestras democracias posteriores se callaron la boca: Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde y consortes. No vieron, no miraron. No les consta. Mientras los asesinos Bussi, Patti y otros podían presentarse como candidatos a la democracia. Bochorno. Una democracia del bochorno. Pero ahora sí, la reivindicación. Veintitrés años después. Tendremos pronto a Cesio como general. El sí que jugó su vida por la vida y la ética. En el acto se nombró a otro héroe: al capitán D’Andrea Mohr, el consecuente, el que defendió con uniforme la palabra y la honestidad. Habría que reivindicarlo con todos los honores y todas las palabras del buen recuerdo. Y ahí, en ese Salón Blanco de la Rosada, lugar donde pisaron tanto dictadores uniformados y lamentables civiles, también se pidió el ascenso del coronel Rico, asesinado en 1975 por investigar las Tres A de López Rega, el personaje de la infamia, de ese gobierno del cual ha llegado ya el momento en que el Partido Justicialista convoque a un congreso para la autocrítica y la denuncia de todas esas infamias. López Rega, Isabel, Lastiri, Ruckauf, Ottalagano, Ivanisevich, Cafiero, Luder, y la lista es interminable. En ese tiempo no leyeron los diarios, miraron para otro lado, no sé, no me acuerdo. No me consta. Y comenzó la desaparición de sindicalistas, intelectuales, estudiantes. El oprobio. Pero quien pregunta sobre eso es sospechado de “gorila”.

Después de Cipolletti, Rosario. En la Legislatura, ante los representantes de todos los bloques políticos, en forma generosa y abierta, pude hablar de los años de la infamia uniformada y su prólogo lopezreguista. Un cuerpo elegido por el pueblo escuchando atentamente y un documento final del presidente del cuerpo que habla del repudio a todos esos años del uniforme, picana, robo de niños, la muerte infame y el Martínez de Hoz.

Y de Rosario a Córdoba, en el aula magna de Arquitectura, con los estudiantes. Siempre con la curiosidad de los dignos. Qué pasó, cómo fue posible. Empezar por Roca, el que mató a los habitantes seculares para quedarse con la tierra (dos millones y medio de hectáreas para el bisabuelo Martínez de Hoz). Qué casualidad histórica, a veces Marx tenía razón. Los que ejercen el verdadero poder. Seguir luego la disertación con Franco, el fusilador de poetas, con Pinochet, el más cerdo de los dictadores aprovechados, y Videla, el Papa del crimen. El fervor estudiantil, como en 1974, ’75, ’76. ¡Qué juventud! Sus nombres están hoy en todos los patios de las fucultades, de los colegios secundarios. Después, la figura de Camps. El asesino de adolescentes. La vilezas cobardes del poder.

De Córdoba de regreso a Rosario. Las organizaciones de derechos humanos. Un capítulo de la Dignidad. De la Lealtad a todo lo humano. Recuerdo a Don Naranjo, a toda su infinita trayectoria en defensa de los presos políticos. Ojalá se remplace el nombre de la calle Roca, el genocida, por el de él, el digno. Rememoro cuando denuncié el caso de la “Casita de los Ciegos”. Galtieri ordenó requisar esa vivienda y detener al matrimonio de ciegos que tenían un hijito. Los dos cieguitos –como los llamaba el barrio– desaparecieron. La casa fue requisada y dada en dominio a la Gendarmería Nacional, que estableció allí un “club” para que los suboficiales bailaran tango y festejaran sus cumpleaños. Realidades de la indignidad más absoluta. Durante los años de Alfonsín y de Menem continuaron las fiestas cínicas del gendarmerío que llevaba siempre a sus niños. Hasta que debido a la denuncia tuvieron que actuar los que se hicieron los no videntes. Y se devolvió finalmente la casa a ese joven que, en aquellos tiempos de Galtieri, había sido el bebé de los cieguitos. Así, el general borracho perdió la única batalla que había creído ganar.

De allí, al aula magna de la Facultad de Derecho de Buenos Aires. El tema: “Recuperación de los centros clandestinos de represión como factores de la memoria”. Aprender, en esto, de la Alemania que convirtió a todos los campos de concentración, a todos, repetimos, en museos de la verdad, con los retratos de los verdugos y de las víctimas y las cámaras de gases y las cuchas de los prisioneros. Y no convertirlos en supermercados como ha ocurrido en Córdoba.

De allí a la biblioteca de la calle Talcahuano: “La quema y censura de libros”. El recuerdo de la quema infame de los que no podían defenderse: los libros. El teniente coronel Gorleri, que quemó libros por “Dios, Patria y Hogar”, fue ascendido a general por Alfonsín. Los argentinos tenemos el privilegio de tener un general quemador de libros. Zonceras argentinas, diría Jauretche. El espanto. Cuando supe que habían quemado mis libros me puse a llorar como un adolescente.

Después, siempre en la semana, ir a la radio de las Madres. ¿Cómo dice? ¿Las Madres tienen radio? Sí, respondo, y Universidad. Y librería y café literario. Construidos por ellas para continuar o, mejor, realizar lo que no pudieron hacer sus hijos.

Y después los actos del jueves con jóvenes pobres que gritan sonrientes y pletóricos: “Madres de la Plaza, el pueblo las abraza”. Y tienen razón, esos hijos del color de la tierra, ellos son el pueblo. Y los cantores hijos del pueblo en el escenario. La fiesta verdadera. El recuerdo de sus hijos. Y a sus hijas, ellas a quienes les quitaron sus semillas que acababan de dar a luz. El sufrimiento infinito. Jamás habrá una flor para los Camps, los Astiz, ni para el muñeco maldito, el monje uniformado de la nueva Inquisición.

Han sido vencidos para siempre. Siempre que nos preparemos para defender a la democracia pero al mismo tiempo que democraticemos verdaderamente a esta democracia argentina que terminó siempre en golpes militares.

La ética había triunfado en esta semana. De los Treinta Años. Las Madres habían triunfado, sin armas, con su ejemplo. Se cierra este capítulo de mi vida con tantas derrotas pero con este triunfo inigualable en la historia. Las Madres, y su nobleza.

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