› Por Juan Gelman
La relación de Washington con Tel Aviv atenta contra la seguridad de EE.UU. y el lobby norteamericano pro-israelí, en particular el Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos (Aipac, por sus siglas en inglés), ha contribuido a que la protección de Israel se convierta en un aspecto clave de la política exterior de EE.UU. A esta conclusión llegan los prestigiosos politólogos John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt en un estudio titulado The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy que puede consultarse en la Web de la Universidad de Harvard (ksgnotes1.harvard.edu/Research, 13-3-06). Desde luego, llueven los improperios sobre los autores y el trabajo: el más gentil lo considera otro ejemplo de “los viejos libelos acerca de que el pueblo judío controla de algún modo las políticas de la nación más poderosa de la Tierra” (www.jnewswire.com, 23-3-06).
Walt, decano de la Escuela de Gobierno “John F. Kennedy” de Harvard, y Mearsheimer, codirector del Programa de políticas de seguridad internacional de la Universidad de Chicago y referente principal de los conservadores –sin neo– llamados “realistas”, inician el estudio así: “El interés nacional de EE.UU. debería ser el objetivo primordial de la política exterior estadounidense. Sin embargo, en las últimas décadas, en especial desde la Guerra de los Seis Días de 1967, el eje de la política de EE.UU. en Medio Oriente ha sido su relación con Israel. La combinación del sostenido apoyo norteamericano a Israel y el designio concomitante de extender la democracia en toda la región han inflamado la opinión pública árabe e islámica y puesto en peligro la seguridad de EE.UU. Esta situación no tiene antecedente en la historia política estadounidense. ¿Por qué EE.UU. tiene que hacer a un lado su propia seguridad para procurar por los intereses de otro Estado?”. Duro, pero cierto.
El Lobby –con mayúscula porque la merece– proclama que “los intereses israelíes y norteamericanos son esencialmente idénticos” y “exagera la capacidad de Israel” para contribuir a la “guerra antiterrorista”, dicen los autores. “Y lo más importante –agregan– es que EE.UU. padece el terrorismo en buena medida por su estrecha alianza con Israel, y no al revés... el apoyo incondicional a Israel facilita a los extremistas una adhesión popular y el reclutamiento de voluntarios.” Y luego, Israel “no es un aliado leal”: sigue espiando en EE.UU. y vende armas a China.
La Casa Blanca ha erigido a Israel en modelo democrático para la región, donde ciertamente no escasean los regímenes autoritarios. Sin embargo, no parece que ese modelo se cumpla para los palestinos, los cristianos árabes y otros ciudadanos israelíes de segunda. Mearsheimer y Walt cuestionan el concepto, raramente explicitado, de que el sostén acrítico a Israel es una deuda por el genocidio de judíos perpetrado por los nazis: señalan que el argumento no justifica la expulsión de 700.000 palestinos en los años 1947-’48, que nada tuvieron que ver con la Shoa, ni el asesinato de civiles árabes en el período 1949-1956, ni los que el ejército israelí sigue cometiendo en territorio palestino ocupado. “En términos de comportamiento real –subrayan– la conducta de Israel no se diferencia moralmente de las acciones de sus opositores.”
Aipac es el segundo lobby en importancia en EE.UU. –detrás de la Asociación Estadounidense de Jubilados (AARP, por sus siglas en inglés) y delante de la Asociación Estadounidense del Rifle (NRA) y de la poderosa central sindical AFL-CIO–, cabildea ante legisladores y funcionarios del gobierno para que mantengan posiciones y políticas pro-israelíes y también se encarga de ningunear a los críticos de Tel Aviv calificándolos de antisemitas, su arma desacreditadora más poderosa. “Israel goza prácticamente de inmunidad en el Congreso”, registra el estudio, y algunos sionistas cristianos como Dick Armey han proclamado que “la prioridad número uno” de la política exterior norteamericana es apoyar a Israel contra viento y marea. Aipac invierte grandes sumas de dinero en campañas electorales para derrotar a candidatos con presuntas posiciones antiisraelíes, como ocurrió con el ex senador republicano Charles Percy. El ex candidato republicano a la presidencia Pat Buchanan lo dijo a su manera: “Aipac, que es agente de facto de un gobierno extranjero, domina el Congreso de EE.UU. No hay allí debate abierto alguno sobre la política norteamericana respecto de Israel” (Where the Right Went Wrong, 2004).
Mearsheimer y Walt se refieren asimismo al mito de que Israel es una suerte de David que enfrenta al Goliat de los países árabes que lo rodean. No es la opinión del coronel (R) del ejército estadounidense Warner D. Farr, quien advierte que Israel es la quinta potencia nuclear mundial y que en 1997 ya poseía 400 armas nucleares y de hidrógeno (www.peaceheroes.com, 24-4-04).
La modernidad ha permitido cambiar hondas por bombas.
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