Lun 17.04.2006

CONTRATAPA

Sobre dioses y helicópteros

› Por Rodrigo Fresán
Desde México D.F.

UNO “Aquí justito fue donde cayó el helicóptero de Valdano”, me dice el taxista, en Ciudad de México, a bordo de uno de esos VW verdes y blancos que ya no se fabrican y contra los que te advierten los paranoicos del turismo. El taxista, supongo, detectó un rastro argentino en mi acento y señala un pequeño cráter en el centro de la calle tan parecido a tantos pequeños cráteres en los centros de tantas calles del inconmensurable e imposible de enmarcar y enmapar Distrito Federal. ¿Cuánta gente vive y muere aquí? ¿De qué color es el cielo al otro lado de ese permanente barniz de smog? ¿No es Jesucristo ese que acaba de cruzar la calle? ¿Milagro?

DOS La Semana Santa en Ciudad de México en particular –y en las ciudades de México en general– es otra cosa. Es una perceptible vibración de almas y cuerpos. Un terremoto de hombres y de dioses. Aquí –a la hora de lo religioso, de lo divino y de lo profano– más que creer se crea. Pienso en todo esto, otra vez, en una de las colosales salas del Museo de Antropología. El sueño húmedo e imposible de secar de Erich Von Däniken, ¿recuerdan? Aquel tipo que predicaba la astronautización de los dioses y –en un cibercafé enclavado como un estigma en el flanco de una iglesia colonial– busco en una enciclopedia virtual la entrada correspondiente al célebre suizo responsable de tantos obnubilados ovnivolados. Allí me entero que Erich comenzó a hacer de las suyas desde jovencito: estafó a los boy-scouts donde militaba, robó en el hotel en el que trabajaba cuando tenía 20 años y, a los 32, terminó en prisión por falsificación y evasión de impuestos. Fue entre rejas –como tantos otros– donde decidió comenzar a escribir y de allí salieron sus dos primeros best-sellers cosmogónicos. Más tarde, se lo acusó de presentar vasijas fraudulentas con motivos galácticos (Von Däniken se excusó afirmando que lo hizo “porque la gente sólo creería en sus teorías si viera pruebas”) y de ser racista y eurocentrista porque, dicen, el investigador no atribuye ayuda extraterrestre a la construcción de los grandes monumentos del Viejo Mundo. Es decir: los sudacas y centracas no pudieron hacerlo solos mientras que en Europa las catedrales salían fáciles y sin intermediarios de Ganímedes y alrededores. Von Däniken se defendió de todo y denunció una conjura de “jerarcas católicos”.

En la espectacular y refaccionada sala dedicada a los mayas me entero que recientes hallazgos revelaron que éstos no eran tan pacíficos como nos aseguraron en el colegio primario (donde los mayas nos fueron presentados como la versión hippie y pacifista de los belicosos y castrenses aztecas) y vuelvo a preguntarme lo mismo de siempre: ¿por qué pensaba Von Däniken que los trajes de los aliens celestiales debían ser parecidos a los de los cosmonautas terrícolas? Salgo del museo y otro taxi y –en otra encrucijada de la ciudad– el taxista me asegura que “aquí justito fue donde cayó el helicóptero de Valdano”. Me lo dice con voz de arqueólogo de lo que vendrá, de futurista expedientero equis, de mitólogo mitómano.

TRES En el Palacio de Bellas Artes –justo frente del sitio donde cayó el helicóptero de Valdano, me asegura alguien– tiene lugar el primer homenaje mexicano a Roberto Bolaño. Ese escritor extranjero que –como Lowry y Greene y Kerouac y tantos otros– ha engrandecido la literatura de este país grande. Bolaño nunca regresó al D.F. Tenía terror de regresar a este territorio terrorífico. Pensaba en que volver sería morir o, peor todavía, quedar atrapado en un loop sin salida. Lo que no impide que por ahí ande un texto inconcluso e inédito en el que su alter-ego Arturo Belano retorna para, parece, quedarse. Una cosa está clara y emociona: Bolaño –bastó con ver el numeroso público que asistió a los tres días de ponencias– se ha convertido en el autor de referencia para los jóvenes autores de una ciudad donde cuesta leer porque todo se mueve, nadie está quieto, faltan detectives salvajes y sobran casos por resolver.

CUATRO Pocas noches después de que Dan Brown fuera encontrado inocente, me senté a ver todo eso de El evangelio de Judas y tal vez el mezcal es al tequila lo que el bourbon es al whisky. Quién sabe. Todo se veía tan raro y lo que sí es seguro es que el tan promocionado documental producido por el canal de la National Geographic no hizo otra cosa que “descubrir” la variante que ya había sido postulada por Borges o Kazantzakis: el traidor como héroe secreto e infame público cuyo sacrificio histórico es imprescindible para mover las ruedas del mito. Y hay algo de gracioso en esto de que la supuesta verdad sea modificada por verídicas ficciones. Menos convincente fue la patética y risible y tan triste danbrownización de todo el asunto: marchands y coleccionistas de aspecto rapaz, especialistas con aires de científicos de casting y las inevitables reconstrucciones históricas con un Cristo que no dejaba de reír, de reírse de todo y de todos. Era un tipo bárbaro este Jesús.

CINCO Peor la pasan los Cristos de ahora, los entrenados para las procesiones y pasiones que se vienen. Vi a uno de ellos en un noticiero: el pobre muchacho venía acudiendo varias horas por días al gimnasio, arrastrando un tronco de 90 kilos de aquí para allá y “concentrándose mentalmente” para asumir con responsabilidad y gracia el rol de Mesías. Lo que nadie calculó fue que, en las afueras del D.F., a la hora de hundir la cruz en una lomita, ésta se viniera abajo y revelara lo que resultó ser una pirámide de más de 1500 años de antigüedad. ¿Justicia poética? ¿Recuerdo de Von Däniken? ¿Código de Brown? ¿Venganza de Moctezuma? ¿Delirio de Bolaño? En cualquier caso, yo lo vi por la tele, yo vi llorar a ese Cristo en la tele porque no iba a poder ser crucificado. Después pasaron algo sobre Rafita Maravillas, un torerito de nueve años que antes de salir al ruedo se encomendó a la Virgen y se humedeció las cejas con saliva. Enseguida, el torito se le vino encima y lo revoleó por los aires. Pero aún ahí arriba, girando, angelical, Rafita no dejaba de sonreír mientras, los diarios del día, titulaban en primera plana y en letras tamaño catástrofe “¡No es de Judas!: tampoco un evangelio”.

A pocos metros de donde cayó Rafita, ahí nomás, volvía a caer el helicóptero de Valdano, se lo juro.

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