Los antiguos griegos, que inventaron el principio de la democracia, aún no lograda en ninguna parte del mundo, también desarrollaron anticuerpos para evitar que el pueblo hallara los caminos que lo llevarían a decidir sus propios destinos, y uno de esos inventos fueron los sofistas. Por una buena paga recorrían los caminos desarrollando teorías distractorias y muchas veces engañosas para mantener distraídas las mentes de temas vitales. En esa especialidad figuran los actuales “expertos en economía” y sus secuaces, los periodistas que los invitan y escuchan con mirada arrobada. Así, nos viven atemorizando con que los “mercados se ponen nerviosos ante la falta de certezas”, como si ignoráramos que la vida es una aventura donde la seguridad y la certeza están excluidas desde el vamos, o si el hecho de contar con un capital les diera un derecho especial del que no gozamos ninguno de los que sólo aportamos trabajo, honestidad y buena voluntad. Con esto se logra atemorizar, hacer dudar y sobre todo se trata de paralizar los intentos cada vez más impostergables de poner a producir con los enormes recursos geográficos y humanos que tenemos, aunque sea de manera poco ortodoxa, bienes que permitan una retribución más justa del trabajo y un reparto más equitativo, y proveer una educación profunda. Como urgente respuesta, deberíamos ejercer el no a tanto sofisma.