Bueno, por fin. Hoy se larga. Tanta espera, tanto nervio, tanta publicidad, tanta búsqueda de perfección, tanto dorado y plateado. Tanto héroe de potrero a estadio. Tanto Pelé, Maradona, Ronaldinho, Messi. Pero Ballack, Ballack, Ballack. La revista Stern trae un suplemento de 16 páginas en papel ilustración sólo con Ballack: parado, sentado, mirando al infinito, mirando para atrás, sonriendo con un ojo, de brazos cruzados, filósofo, actor, orador, la mano de Ballack, los ojos de Ballack. Todo para Sony, la empresa japonesa. Televisión constante: todos los aspectos. Los jugadores, sus esposas, sus amigas, sus mamás, sus abuelas. Pero también, lo útil: dónde invierten, qué casas compran, qué marca de automóviles, qué empresa aérea. Todo muy importante para la civilización (no voy a dar ahora las estadísticas del hambre infantil en el mundo porque me llamarían un hombre del siglo dieciocho, un prehistórico). Dejémoslo ahí, divirtámonos, hagamos lo que hacen todos.
Por ejemplo, ayer, el principal canal alemán trajo un programa científico sobre el césped de los estadios. Increíble la precisión. Los entendidos nos explicaron todo: las variedades de pastos, la dureza del suelo, el efecto de los tapones de los zapatos futboleros sobre los tallos del césped. Hicieron correr a veintidós muchachos del peso de Ballack sobre el campo noventa minutos para luego medir los efectos. Se fotografió con una lente especial cada lesión vegetal y cada diferencia de altura de la tierra caminada o corrida, y se llegó a un informe final: perfecto, sí, se puede jugar con ese césped, sí.
Todos se fueron contentos ante tanto cientificismo. Yo me pregunté, varias veces, fuera de la realidad: ¿y cómo antes se jugaba en potreros? Un pesimista schopenhaueriano no pudo reprimirse y dijo, entre dientes: “Después de esto, Alemania pierde con Costa Rica cuatro a cero”.
Sí, todo debe ser perfecto, porque si no se temen las grandes depresiones. La pantorrilla de Ballack es mucho más importante actualmente que el problema de los cinco millones de desocupados. Perdón, de nuevo regreso a la prehistoria. Porque todo es Mercedes Benz. Y todo es Mastercard en los cajeros bancarios, ya que se obligó a los bancos ubicados en las cercanías de las canchas a tapar todas aquellas chapitas que digan Banelco u otra de esas marcas. Y la gran pelea que a los prehistóricos nos llena la cara de rubor: La Liga del Fútbol Alemán contra la FIFA, porque Mercedes Benz es para la DFB como la coreana de automóviles Hyundai es para la FIFA. Blatter metió la mano como Havelange lo hizo en el pasado. Negocios son negocios. Por ejemplo, los alemanes no pueden leer ya en las canchas el nombre de sus cervezas preferidas porque todo es Budweiser; la empresa norteamericana pagó más por ese derecho. Budweiser para todo el mundo: ¿se imagina usted, señor lector, eso en Munich, la capital de la cerveza? Esta bien lo de libertad de empresa o aquello del que tiene, puede, pero no exageremos que luego pueden venir suicidios en masa para los que se bajan varias jarras de líquido refrescante. Tan luego, en Baviera.
Esta vez el capitalismo más rampante nos envuelve, nos acaricia. Todo son sonrisas en los carteles. Se habla de hermandad entre los pueblos. Hasta la primera ministra, Angela Merkel, se sacó fotos pateando pelotas. Somos todos futboleros. El fútbol consiguió lo que ni siquiera logró Jesús con su Cruz. Pero dejémoslo ahí porque si no se me va a calificar de marxista. Aunque uno no puede con su genio y empieza a calcular todo lo que se ha gastado en floripondios y carteles. Tengo una lista de los productos fabricados en los últimos tres meses acerca del campeonato de fútbol. Pero es tan fantasiosa que no me lo van a creer. Por eso la reservo para de a poco ir deslizándola en las próximas notas. Porque más que un campeonato de fútbol, esto parece un desiderátum del comprar. Comprar, comprar. Justamente hoy que se han publicado los estudios de la Cepal sobre la desertificación de los continentes. No, ahora no hablemos de eso.
No volvamos con problemas ecológicos. Hablemos de fútbol: hay preocupación entre los médicos por la posibilidad de que los cabezazos a la número cinco provoquen daños cerebrales. La investigadora Katharina Kluin menciona algunos errores de célebres jugadores que hacen temer problemas de orientación en tiempo y lugar. Por ejemplo, Beckenbauer ha dicho hace poco, sin inmutarse: “En un año yo jugué los dieciséis meses”. O el otro as, Möller, que señaló: “Es lo mismo que me contraten para jugar en Milán o en Madrid, lo principal es Italia”. Y el siempre cabrero arquero del Bayern München, Oliver Kahn: “Nosotros no venimos a meter un gol, sino a ganar el partido”. O lo de Lothar Mathäus, más filosófico en su error: “Es importante que los noventa minutos se piense con total concentración en el próximo partido”. Claro, son errores que llevan a pensar. Aunque Bush, sí, sí, el presidente, nunca cabeceó porque juega al golf y le preguntaron hace poco cuál para él había sido el momento más feliz de su vida y respondió. “El día que pesqué una trucha de ocho kilos”. Puede ser. ¿Una trucha trucha? No sabemos, pero dejémoslos a los médicos que estudian el cabezazo. Claro, uno piensa que entonces el charro Moreno, que metía goles sólo con la cabeza, hubiera terminado un tanto descentrado. Ya algunos alemanes, un poco viejos, están sugiriendo que próximamente los jugadores salgan a la cancha con casco militar. Pero se teme que una medida así haría pensar al resto del mundo que hay gente aquí que tiene reminiscencias un tanto complicadas.
El césped, el cabezazo, problemas dentro de tanta alegría, de tantos carteles sonrientes. Hoy empieza. Alemania contra Costaguica, como pronuncian casi correctamente los locutores. Si los alemanes no ganan, la culpa la tendrá la pantorrilla de Ballack.
Antes de terminar me voy a permitir una pregunta sospechosamente zurda. ¿Y si en vez de hacer el campeonato con “profesionales” a tantos millones de dólares se hiciera con equipos “amateurs” de esos países? ¿No sería más auténtica la representación? Jugadores por el deporte mismo. ¿No se llenarían los estadios de más natural entusiasmo? O por lo menos hacer dos: el profesional para los publicitarios y las grandes empresas, y el amateur, para ver el deporte de manos limpias.
Dejémoslo ahí. Porque si no nos van a acusar de que ha vuelto el zurdaje.
Aunque sí hay algo hermoso y noble: el joven jugador seleccionado alemán Lucas Podolski dona buena parte de sus ganancias futboleras para comedores infantiles del mundo entero. Nos imaginamos la sonrisa de esos pibes cuando les sirven un plato de sopa. Ojalá que nuestro Messi, que ha empezado bien con el fútbol siga el mismo camino que Lucas Podolski.
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