› Por Osvaldo Bayer
Alemania no es sólo la del fútbol. En esta semana se han producido dos sucesos que tienen que ver sí, sin exagerar, con el futuro de la humanidad. El primero, la irracionalidad del sistema económico, que lleva a ironías que transgreden cualquier fantasía. El segundo tiene que ver con el futuro del ser humano, que es la maternidad, justamente el origen de todo, y a la cual no se la puede ya pasar por alto como se hizo hasta ahora.
En primer lugar, como decíamos, vamos a tratar, pero no por orden de importancia, sino sólo como prólogo, esta actual historia del egoísmo de la sociedad llamada moderna, el problema de Volkswagen. Si uno hace una recorrida por la famosa fábrica de automóviles va a ver todo automatizado, brazos gigantescos de acero que ponen tornillos, que acercan guardabarros, que regulan las cajas de velocidades. Pues bien, la noticia imprevista: la empresa ha amenazado a los obreros con que si no se vuelve a la jornada de 35 horas semanales –es decir, siete horas más de trabajo semanal– manteniendo el mismo jornal, la fábrica va a empezar a instalarse en el extranjero. Además anunció el despido de 20.000 trabajadores. Claro, la pregunta que nace es: ¿cómo? ¿Ahora que está todo automatizado la culpa la tiene el obrero? Las asambleas han comenzado. Así no puede ser, ¿qué sistema cruel es éste que el hilo se corta siempre por lo más delgado? ¿Somos occidentales, somos cristianos, o somos hijos únicamente de la oferta y la demanda? Eso se llama sencillamente la ley de la extorsión. En vez de imponerse la ley del raciocinio, que no es otra cosa que la ley de la regulación. Aquí se va a jugar una gran batalla que va a definir el futuro. Si se aprueba solucionar el problema con los despidos, entonces quedaría sellada la ley del retroceso: con ese criterio, poco a poco volveríamos a las dieciséis horas de jornada de trabajo, como en el siglo XIX. Porque todo debe dar ganancias. Por eso la represión. Por eso nosotros, los argentinos, lo honramos con nombres de calles, monumentos y hemos dado su nombre al Colegio de cadetes de Oficiales de Policía Federal al coronel Falcón, el autor de la masacre de obreros del 1º de mayo de 1909, que pedían las 8 horas de trabajo.
Bien, primero esa noticia, pero al mismo tiempo otra que, ésta sí, resulta positiva. El gobierno alemán acaba de aprobar una ley donde se le otorga a la madre que trabaja y da a luz un niño, durante un año, el 67 por ciento de su último sueldo neto, hasta un monto máximo de 1800 euros por mes. La ministra de Familia, Ursula von der Leyen, señaló con orgullo: “El dinero por nacimiento muestra por primera vez que a la sociedad ya no le es indiferente cuando una pareja se ha decidido a tener un hijo”. Además, todo padre de un nuevo niño recibirá dos meses de licencia con un sueldo máximo de ese monto, 1800 euros. Toda madre soltera o sola recibe también un año de su último sueldo, con esos topes.
El cogobernante partido socialdemócrata señaló eufóricamente que se trata de una “pequeña revolución de política familiar”. Sí, estamos de acuerdo, pero también tienen razón los partidos de oposición que han criticado esta decisión por considerarla “insuficiente”. Porque, claro, ¿qué hace la madre después del año de nacimiento de su hijo? ¿Tiene que renunciar a su empleo o poner una ayuda que cubra las horas en que ella no está en su casa?
Es que, estudiando a fondo el problema, esta ley nueva es sólo una incitación a las parejas para que tengan familia. Porque es el gran problema, no sólo de Alemania, sino de todos los países del llamado primer mundo: la falta de hijos. Así como aumenta la longevidad –en progresión matemática todos los años hay más nonagenarios y hasta centenarios–, así disminuyen a más ritmo todavía los nacimientos. ¿Quién va a sostener en dos décadas a tanto jubilado? ¿Quién va a crear la riqueza necesaria para mantener las estructuras actuales o mejorarlas, como se espera? La mujer se ha liberado, sin ninguna duda, ¿pero a costo de quién? ¿No es posible hacer las dos cosas: respetar la liberación de la mujer pero también pensar en los niños del futuro?
Sé que es una discusión difícil, y quien la propone casi siempre sufre las consecuencias. El 9 de octubre de 2004 publiqué en esta misma contratapa una nota titulada “Mujeres 1, Hombres 0”, desde Berlín, donde traía una cifra increíble: la última encuesta oficial señalaba que en Berlín trabajan fuera del hogar más mujeres que hombres, por primera vez en la historia: 549.000 mujeres y sólo 516.000 hombres.
Al saber estas cifras me pregunté si esto era positivo para la convivencia humana. Y traje mi experiencia del hotel donde estaba parando, de treinta y siete pisos, una verdadera ciudad. Y expresé mi experiencia: todos los trabajos de abajo lo hacían las mujeres. Fregar pisos, tender camas, limpiar la cocina, levantar de las mesas los platos sucios y las migajas, llevar en carrito las valijas de las grupos turísticos, etc. Los hombres, empleados de observadores, con mirada severa, sin perder detalles a ver si las mujeres cumplen bien sus tareas.
Y me preguntaba en la nota: ¿han ganado algo las mujeres con esta clase de liberación? Más todavía cuando hay políticos como el comisario de Justicia de la Unión Europea, el italiano Rocco Butiglione, quien dijo, muy suelto de cuerpo: “La familia es para permitir a la mujer tener hijos y estar protegida por su marido”. No, ni una cosa ni la otra. Ni limpiar exclusivamente pisos ni vivir para ‘estar protegida por su marido’. División de tareas, que le llaman. Como en nuestro país, donde los políticos cobran jubilaciones de privilegio mientras hay madres de seis hijos en la miseria más absoluta. Todas las Madres tendrían que cobrar un sueldo básico de la sociedad porque cumplen la principal “profesión” que necesita un mundo sano. Por eso, lo que ha hecho Alemania es un primer paso positivo. Faltan muchos todavía. Luego tiene que venir la otra legislación fundamental: el sueldo para la madre y los cursos académicos para la ampliación de su cultura y sus conocimientos para que tenga la oportunidad de vivir también su vocación. Toda Madre debe recibir la oportunidad para ingresar en el estudio que amplíe sus vivencias y su libertad. El dar a luz una nueva vida obliga a la sociedad a tratar de benefactora a quien ha preservado en su cuerpo esa vida en crecimiento por haber dado el beneficio de su ternura, que es el primer paso a fin de anular la violencia del mundo en que va a crecer esa nueva vida. Al mismo tiempo crear institutos para cuidado de los niños, en caso de que la madre decida trabajar en su profesión y así renunciar al sueldo de madre. En esos institutos de cuidado de los niños se emplearán principalmente madres, para las cuales se instalarán academias de experiencias y experimentación.
La maternidad debe ser una materia fundamental de la vida social. Si bien el capitalismo apuesta siempre a lo que da ganancia, enseñémosle que la mejor ganancia para el ser humano es crear vida, porque esa vida va a servir de sostén. Cuánto cuesta a la humanidad la fabricación de armas, y más le cuesta su uso, calculado en vidas. En cambio, a la madre se la ha condenado siempre a que afronte como pueda la problemática de cuidar, educar y vigilar permanentemente el desarrollo de las nuevas vidas que origina.
Muy bien por Alemania, que demuestra así que no todo está en el fútbol o en la pantorrilla de Ballack. Por qué cada cuatro años se nos ofrece un concurso de machos que patean una pelota y no un festival de las Madres del Mundo, que nos muestren sus niños, que nos muestren en el arte lo que han sentido con la maternidad, y también a todas aquellas Madres que la naturaleza no les permitió vientres fértiles pero que en su actitud frente a la vida fueron tan Madres como las fértiles. Porque el fundamento es elmismo: el niño, el verdadero futuro. La Vida, que es como cuidar el árbol, la flor, el agua, los colores.
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