Dom 02.07.2006

CONTRATAPA

De ruidos y nueces

› Por Juan Gelman

Hay complots de todos los tamaños, enormes como el que condujo a la invasión y ocupación de Irak, y chiquitos como el que “descubrió” el FBI en Liberty City, uno de los barrios más pobres de Miami –y aun de EE.UU– sobre todo habitado por negros. Cinco estadounidenses y dos haitianos fueron allí detenidos, acusados de conspirar para dar apoyo material a Al Qaida, proporcionar apoyo y recursos materiales a terroristas, destruir edificios con artefactos explosivos y desatar una guerra contra el gobierno de EE.UU. Si esos cargos fueran ciertos, la conspiración no era pequeña: pensaban –dijeron las autoridades– destruir la Torre Sears de Chicago, cuyos 110 pisos la convierten en el edificio más alto del país. El jefe del grupo sería Marseal Batiste, un obrero de la construcción.

Los siete se reunían en un depósito del barrio. Habían creado un grupo religioso llamado “Mares de David”, que –según los vecinos– intentaba una sincresis del cristianismo y el Islam. Llamaban la atención: solían vestir de negro o con ropa de fajina y hablaban de sus planes de construir una iglesia y/o una escuela de karate, se dedicaban a predicar horas enteras y usaban el depósito para orar (www.grabdforks.com, 23-6-06). Se vio a Batiste caminar por la calle con casquete, bastón y capa o una salida de baño y una Biblia en la mano. Se enteró el FBI. Infiltró el grupo.

El infiltrado, descendiente de árabes, se presentó como contacto de Al Qaida. Los detenidos –dijo– le pidieron dólares, armas, botas, una cámara digital para fotografiar los blancos y juraron lealtad a Al Qaida. El informante, más bien agente del FBI, agregó que los complotados querían “lanzar una guerra total” contra EE.UU. en su propio suelo, “matar a todos los demonios que pudieran”, “perpetrar un atentado tanto o más grande que el del 11/9”. Así lo afirmó en conferencia de prensa el procurador general Alberto R. Gonzales el 23 de junio pasado (www.us doj.gov/ag/speeches/2006). Lo acompañaba el subdirector del FBI, de apellido detonante: John Pistole. Las declaraciones de ambos fueron curiosas.

Preguntado por los periodistas si los siete complotados estaban en contacto real con Al Qaida, Gonzales contestó: “La respuesta es no”. Preguntado si el grupo había intentado comprar explosivos, Pistole dijo: “No, que sepamos. Discutían sobre explosivos y diferentes clases de armas, cortas y de las otras”, afirmación que sin duda proviene del agente del FBI que se infiltró. Preguntado si habían recibido financiación, Gonzales titubeó: “Bueno, yo no voy a... se me dijo que no podía comentar el tema. Eso no figura en la demanda”. Un cronista desconfiado preguntó qué tenían los presuntos terroristas contra EE.UU. Pistol contestó: “Son separatistas en el sentido de que no creen que el gobierno de EE.UU. tiene autoridad legal para aplicarles ciertas leyes”. Sic.

El prestigio de W. Bush declina, muchos estadounidenses piden que se fije un plazo para la retirada de las tropas de Irak, se acercan las elecciones parlamentarias de noviembre y la presunta conjura de Miami le viene bien a una Casa Blanca que cada tanto anuncia sin mayores datos que ha desarmado un complot. Pistol fue al grano: “La demanda presentada hoy (contra los siete detenidos) es un paso importante en la guerra contra el terrorismo en EE.UU.... la amenaza terrorista existe aquí mismo, en suelo norteamericano”. En este esfuerzo por vincular la guerra de Irak con el terrorismo en casa, olvidó aclarar el papel del FBI en “la amenaza” que representaba un grupo de charlatanes sin dinero, sin armas ni explosivos. Como dijera Jeffrey Harris, presidente de la Asociación de Penalistas de Miami: “Si las autoridades inventaron el delito, la trampa es clásica”. Las tramas que urde la Casa Blanca para infundir miedo a la población se parecen cada vez más a las novelas de fantapolítica que proliferan en EE.UU. desde la invasión y ocupación de Irak. Robert Ferrigno pinta en Prayers for the Assasin (Scribner, Nueva York, 2006) un mundo en el que los malos han ocupado EE.UU. y lo convierten en los Estados Islámicos de América. Recorre sus páginas una multitud de fedayines con puñal y de mullahs de blanca barba que vigilan la práctica de la fe islámica. San Francisco es un estercolero donde la aplicación de la shariá consiste en “decapitar homosexuales en el Centro Cívico”. Millones de norteamericanas adoptan el jihad y se cubren con pañuelos la cabeza cuando una superstar elogia al Islam al recibir un Oscar. Los malos acusan falsamente a Israel de haber arrojado en Nueva York, Washington y la Meca bombas nucleares que en realidad ellos lanzaron. La publicación conservadora National Review estimó que el libro de Ferrigno “es más que un thriller: es una advertencia”. Un fantasioso del mismo género es Joel Rosenberg, autor de una trilogía que mezcla terroristas árabes, tiranos del Medio Oriente y un presidente norteamericano de hierro, de la que se ha vendido en total más de un millón de ejemplares. Los “halcones-gallinas” estarán empantanados en Irak, pero tienen novelistas propios. Algo es algo.

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