› Por Osvaldo Bayer
Fue un final con todo. Hubo una sobreexcitación un poco sospechosa. Pero bien, no vamos ahora a sospechar de todo. Final bien, todo bien, dice un viejo refrán alemán. Y así, aunque los alemanes salieron terceros, le hicieron tantos elogios a Klinsmann con su nuevo equipo que todos se fueron contentos. Aunque la organización fue excelente, el fútbol dejó un poco que desear. Faltó el brillo, la genialidad. Más que jugar, se calculó. Todo un poco grosero en cuanto a los fouls. Lo de Zidane, inexplicable. Ante tanta sonrisa en los palcos oficiales, de pronto ese cabezazo en el campo de juego.
¿Merecieron ganar los italianos? No sabemos, pero por lo menos supieron ganar. No los más brillantes, pero los más “piolas”, en idioma nuestro.
Los fuegos artificiales fueron el lema final. Muchos, brillantes, generosos, pero nada más que fuegos artificiales. Artificiales. O de artificio, mejor. Ahora, al regreso de todos los días. Sí, una realidad con desocupados, guerras, muertes, injusticias, villas de emergencia, como se dice.
El deporte debería ser más solidario. Si bien en algunos partidos los capitanes de los equipos leyeron algunas declaraciones anti-racistas, mientras se jugaba ante millones y millones, seguía el tremendo drama inexplicable de Palestina. Los atentados de Bagdad y de Afganistán. Y lo que leemos todos los días. ¿Por qué en vez de pasarse dos horas con la fantochada de besar la copa recibida, los equipos finalistas no guardaron un minuto de silencio por las víctimas actuales de la humanidad? Aunque sólo fuera por los niños muertos por el fuego de los tanques o por las bombas desde aviones. No, nos gustó la pavada y seguimos con la boca abierta si Gatusso besaba la copa en calzoncillos o a Camoranesi le quitaban la pelambre.
Y no sólo eso, como para dar aliento a los deportistas a fin de que haya más fútbol ayer se publicaron las millonarias sumas que ganan los ases. Repitámoslo un poco para avergonzarnos de la sociedad mundial en la que vivimos y soportamos. Ronaldinho, sí, él, ganó en la temporada 2005-2006 23 millones de euros. El inglés David Beckham, 18 millones; Ronaldo, el brasileño, va en tercer lugar, con 17,4 millones de euros. El italiano Ale-
ssandro del Piero, del Juventus, 11,5 millones; Zinedine Zidane, el expulsado, 15 millones. Y sigue la lista en la nota de Norbert Berthold, publicada en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, el diario liberal de los negocios. Con su pase al FC Chelsea, el as alemán de la redonda, Michael Ballack, pasará a ganar diez millones de euros, es decir, más que la misma suma en dólares. El mercado financiero del fútbol va en ascenso. Por eso aumenta en Europa la contratación de extranjeros: se les hace una propaganda especial, se escriben notas, reportajes televisivos y de pronto allí está el negocio. Oferta y demanda. No ética y deporte o salud del cuerpo y del alma. No. Oferta y demanda, señores. Así ganamos todos, se nos dice. Y aquí viene la cotización de mercado: Ronaldinho tiene un valor de mercado de 47 millones; David Beckham, de 44,9; Wayne Rooney, el inglés expulsado por el tacazo en los testículos, 43,7 millones; Lionel Messi, 30,4 millones; Michael Ballack, 28,6 millones. No nos vamos a poner hablar ahora de las villas miseria en nuestro país o de los desocupados en Europa. No, porque nos volverían a llamar “prehistóricos”. No hay que embarrar la cancha, se nos dice con amplitud. Porque, por ejemplo, no se hace mal a nadie: todo lo que gasta el Real Madrid con David Beckham se resuelve con la venta en el mundo entero de las camisetas Beckham, ya que ese club gana nada menos que 50 millones de euros por año en eso. Y entonces, a llorar al fondo. Cincuenta millones por las camisetas Beckham. Pero las fotos de los niños africanos muertos de hambre, piel y hueso y ojos cada vez más grandes que nos miran. Y en vez de ver aviones para tirarles comida desde el aire, leemos que los aviones están para tirar bombas en Palestina, también contra sembrados, fábricas y casas donde viven niños. ¿Y Naciones Unidas? Eso sí, en Africa del Sur se van a construir grandes estadios de fútbol para el Mundial del 2010. No está mal, pero primero pónganles techos a los niños y a los comedores infantiles. Y mientras tanto sigamos jugando en los baldíos, como antes. No necesitamos volver a la pelota de trapo, pero los millones ganados por Adidas podrían destinarse a construir canchas de fútbol en todos los barrios, ya con sus vecinos en viviendas dignas.
Contra esas ilusiones está la resolución bien fresca de la FIFA: hasta el 2010 va a invertir 32 millones de euros, es decir, 40 millones de dólares, para la educación de los árbitros. Pero se nos ocurre que antes debería enseñarse lo que es ética en el deporte. La fantasía de nuestra realidad actual ya alcanza límites que superan toda ficción. Es la imaginación de un extraterrestre: justamente que haya salido campeón mundial de fútbol la nación que ha sobresalido últimamente por la conducta más inmoral de sus árbitros, de sus dirigentes, de sus entrenadores y de sus jugadores. Ya se ha anunciado la posible condena a ser degradados de categoría a los cuatro principales clubes. La pregunta es: ¿cuál ha sido el ambiente deportivo donde se han formado los jugadores que el domingo besaron más de mil veces la copa del mundo? ¿Y la FIFA cree que todo se arregla con cursos a los árbitros? Primero habría que empezar por los dirigentes. Y otros diablos escondidos allí: los sponsors. Porque cuando algunos prehistóricos comenzaron a hablar de la ética y de un mundo con hambre, la FIFA nos acaba de arrojar al rostro la gran noticia: el gigante americano de la comida fast food, McDonald’s, quedará como sponsor de la FIFA hasta el 2010, es decir, hasta el próximo mundial. Entonces los prehistóricos que se vayan a cantarle a Gardel. Perdón por la cita, pero no cabe otra. Más todavía: para el mundial de Alemania, quince sponsors internacionales y seis alemanes dieron 750 millones de euros para sus derechos de propaganda. Así, claro, viva el deporte. Mens sana in corpore sano. Y ya está. Deporte universal con bolsillos bien forrados. Y lo pasamos por televisión.
El mismo hecho, pequeño en su dimensión, comparado con el caso de los sponsors, fue el de Zinedine Zidane. Comete una agresión incalificable. Se lo expulsa. Al día siguiente se le da el premio al mejor jugador del torneo. En pequeño, refleja lo de Italia, campeón del mundo después de los juicios por inmoralidad dentro de su territorio.
Sabemos que Zidane es un jugador muy querido y que era su último partido. Bien, pero cometió un hecho que no puede perdonarse. La Etica no vale para nada. Así no se puede hacer del fútbol un juego noble. Más, todavía, lo recibió el propio presidente de Francia. Aunque haya sido una resolución emocional, da para pensar, con tanto sponsor. ¿Quién se movió, el que vende la camiseta de Zidane, el que lleva el nombre en la camiseta del club? ¿O todo se hizo sólo para borrar el mal paso y consolar a los franceses? No se puede pedir el destierro para siempre del pecador. Pero sí las disculpas públicas y el reconocer su error. La escena la vio todo el mundo en la televisión. La juventud nos observa. Ojalá no aprendan de nosotros.
El mismo caso Klinsmann. Aunque perdió fue el ganador porque todos los medios le hicieron alabanzas sublimes. Pero los mismos medios comenzaron a informar que Klinsmann se iba igual. Que dejaba la selección alemana porque tenía un ofrecimiento superlativo para tomar la selección de Estados Unidos. ¿Será cierto? ¿Es eso moral? ¿Todo lo que es deporte se ha convertido ya sólo en especulación? Se gritaron tantos vivas a la nación, se cantó tantas veces el himno con cara religiosa, se agitaron banderitas y banderas con los colores nacionales y ahora el Hombre Nuevo del fútbol alemán está pensando que le convienen más las barras y las estrellas. Y el público lo toma como una noticia más, cómo algo así de “qué suerte, Klinsi, te quieren todos”. Sí, con unos dólares más se borra lo dicho anteriormente. ¿Por qué no? Las banderas, los gritos de gol, las lágrimas ante la derrota. Los dólares. Los euros. Millones ante el televisor.
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