Lun 04.12.2006

CONTRATAPA

Arte de figurar

› Por Juan Sasturain

Se suele hablar con ligereza de acontecimientos. Es una calificación corriente para subrayar algo destacado en el campo de la cultura en general, del espectáculo, de la literatura, de la música. Para fin de año, hora de habituales resúmenes de visto y oído en el lapso que se cierra, se suelen señalar los acontecimientos del año. Me animo a señalar uno, lo que no significa negar otros tan importantes. Pero éste lo vi y está ahora. Y se puede seguir viendo un rato largo: la exposición de El Roto en el Cceba (Centro Cultural de España en Buenos Aires). Está en Paraná pasando Santa Fe, tiene aire acondicionado y en la inauguración había un vinito muy bueno. No sé si repiten, pero igual se queda hasta febrero.

El Roto es Andrés Rábago, un madrileño de casi sesenta años, dibujante pero no sólo, humorista (?) pero no sólo. Hace años que es El Roto diario en El País. Pero cuando empezó a publicar en las agonías del franquismo firmaba OPS, casi un exabrupto, y si era tan siniestro como el moderno Topor era sólo para encontrar cómo seguir siendo nieto de Goya, la fuente primordial de la que bebieron siempre los cultores del humor negro y el absurdo español, de La Codorniz y Hermano Lobo a la actualidad. A esa tradición de Chumi Chumez y del monstruo de Gila pertenece, con su perfil propio, este Roto disfrutable entero.

El libro editado por el Círculo de Lectores español el año pasado se llama Vocabulario figurado y contiene –entre otros muchos– los casi cincuenta dibujos de El Roto que se exponen ahora en el Cceba de Buenos Aires. Es muy hermoso, el libro: bien hecho, lindo de ver y usar. Y muy bueno. Tanto, que si en lugar de esos cincuenta dibujos hubieran elegido otros diferentes para exponer, sin repetir ninguno, la exposición sería buenísima igual; y podrían hacer incluso una tercera y cuarta selección... El mérito de que esto suceda hay que atribuírselo, primero que nada a El Roto mismo, qué duda cabe. Pero mucho han tenido que ver también Felipe Hernández Cava y Luis Goytisolo, primeros lectores; uno hizo la selección y ordenamiento del ingente material, el otro prologó.

Por lo que recuerdo, los dibujos originales de El Roto –no son chistes, no hace propiamente humor, según dice– no tienen título. Podemos suponer entonces que el libro y la exposición han sido rotulados a posteriori. Ese nombre, Vocabulario figurado, sustancia la referencia lingüística y convierte la condición dibujada en adjetiva. Prevalece lo conceptual, y no hay por qué desmentirlo. Hay una idea verbalizada en cada cuadro. Pero “figurado” no es meramente “ilustrado” sino también o sobre todo “elíptico”, “indirecto”, literalmente: “que se expresa con figuras”. Si esa descripción cabe con exactitud para el lenguaje poético, en el caso de El Roto “figurado” es habitualmente “engañoso”: son numerosas las piezas en que los agudos diálogos o pasmados soliloquios tematizan la manipulación de significados, sobre todo a través de los medios de comunicación. Incluso el texto de Luis Goytisolo se apoya o desarrolla esa idea como la más significativa.

Es cierto. Sin embargo, hay una figuración pura que destacar por encima de todo: lo que dibuja El Roto. Hay que tener en cuenta que el artista trabaja desde hace años a partir de un espacio pautado regular, un rectángulo tipo ventana por la que se asoman sus dibujos cada día en El País. No tengo el dato o la memoria lo suficientemente precisa como para asegurarlo, pero me parece que los cuarenta y pico originales colgados en la sala de Paraná al mil y pico son el doble de grandes de cómo se ven reproducidos en el libro –excepto el de la tapa y único colorido, que es de igual tamaño– y que en el diario se publican hasta un tercio más chicos que en el volumen. Y siempre aguantan: plásticamente, quiero decir.

Naturalmente, en el paso de una a otra instancia algo cambia pero no necesariamente se pierde. Es una verdad a medias pero muy repetida que para el artista gráfico –creo que fue el historietista Roy Crane quien lo dijo– el original es el dibujo publicado. En el caso de El Roto, si me tengo que quedar con alguna instancia, elijo los originales colgados, donde se ve más el dibujo, la mano y la pincelada, el toque y el trazo de esa especie de marca-dor/pincel –supongo– que tendrá un nombre específico que desconozco y con el que hace sus maravillas. En el libro y en el diario, por la reducción, el blanco y negro es más pleno y rabioso, las líneas paralelas se hacen más contiguas, hay menos luz y no se ven los toques, los efectos de pincel seco, no se ve –en fin– la destreza increíble de la muñeca sutil que perfila un brazo flexionado con trazo único, no se equivoca nunca. El Roto, mucho mejor dibujante que OPS y tan incisivo como entonces, es de una economía de medios apabullante, de una seguridad de arquero zen.

Que semejante despliegue de perfección elija la forma pudorosa de cuatro docenas de cartones con dibujos en blanco y negro es un alarde de inteligencia y buen gusto.

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