› Por Mario Wainfeld
Uno tiene ganas de decirle algo desde hace 33 años, desde el derrocamiento de ese prócer democrático que fue Salvador Allende. En el largo ínterin, el hombre se constituyó en el emblema mayor, el más exitoso a su modo, de los dictadores de la región durante los ’70 y los ’80. El más junado, el que más duró, el que armó mejor su descendencia política (¿qué se hizo de la “cría del Proceso” que pretendió parir Jorge Rafael Videla?). El general está de salida, pero uno tiene ganas de echarle un parrafito sin caer en el mal gusto de complacerse con la muerte de alguien, así sea la muerte de alguien como él.
Así que, puesto a no ser despiadado, uno le diría al general que (si su estado de salud se lo permite) le echara una ojeada al diario. El día en que usted fue internado, general, Hugo Chávez arrasó en las elecciones presidenciales de Venezuela. Es un militar, pero mal arriado como pocos, plebeyo en los modos, agresivo con los gringos, populista, desenterrador de tópicos patrioteros, amigo de Fidel Castro. Esa gente deshonra el uniforme, lo cambia por pilchas rojas y fanfarronea delante del populacho. Y gana las elecciones, general, ese arte tan esquivo, aun para usted a quien se le dio vuelta la taba en el plebiscito nacional de 1988 que (se suponía) tenía ganado. Por no hablar de sus sucesores de la derecha chilena que –por un gol o por dos o en definición por penales– (ay) jamás consiguen derrotar al enemigo en las urnas.
Siga leyendo, general, que el Cono Sur se ha transformado en algo intolerable. Un obrero de izquierda en Brasil, interpelando a los desarrapados del Nordeste. Un cholo en Bolivia, elegido por multitudes, que habla en su parla incomprensible. Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez investigan las violaciones de derechos humanos y escudriñan al interior del Plan Cóndor, en cambio de agradecer su aporte a la democracia.
El mismo día en que usted tuvo el soponcio, Raúl Castro festejaba el cumpleaños de Fidel. Ese dictador (ése sí que fue un dictador) subsiste, su régimen sobrellevó todo, hasta la entropía del socialismo soviético. Para colmo, todos los gobernantes de la región lo respetan, algunos lo adoran como Chávez y Evo Morales. Hugo Banzer, un colega de armas, era un interlocutor más valorable aunque no consiguieron acordar sobre la salida al mar de Bolivia. Estuvo a un tris de lograrlo, general. Ahora se supone que los presidentes Morales y Michelle Bachelet puedan dar ese paso histórico. Un indígena y una mujer, fíjese usted.
Una mujer, general, en un rol reservado como tantas otras cosas importantes a los machos. Hija de una de sus “víctimas” (así las llaman ahora), “víctima” ella misma, para colmo. Fue ministra de Defensa, ahora tiene una congénere en ese rol, que dialoga con su par argentina. Qué pueden hacer las mujeres en ese dominio que exige pantalones, general, qué mierda puede decirle una polleruda a un soldado.
Los diarios de hoy día no hablan del juez Baltasar Garzón, pero ese sátrapa foráneo que osó querer detenerlo (tanto lo quiso que logró hacerlo) sigue detentando su público despacho, hurgando en la historia sin comprenderla ni un ápice.
Los diarios comentan, general, que, si deja este valle de lágrimas, tal vez tenga honras fúnebres proporcionales a su grado. La ministra de Defensa adelantó que, siendo usted acusado de crímenes terribles pero no estando condenado por ninguno, le cabe el beneficio de la duda. Y de ahí los honores, tributo a la presunción de inocencia. Qué incordio, general, deberle el fasto y la circunstancia a la presunción de inocencia, esa mariconada garantista. Usted no se hará drama, los aceptará igual. Ya se comportó como un ladrón de gallinas, simulando, aferrándose a las chicanas más mezquinas, en todas las investigaciones judiciales sobre sus crímenes, sus desfalcos, su enriquecimiento ilícito. La lucha por Occidente no conoce desmayos, en la trinchera no rigen ciertas reglas de caballerosidad, qué tanto.
Qué plomo que está el diario, general. Qué se ha venido haciendo del mundo y sus benefactores. Si hasta sus descendientes de la derecha chilena se han venido despegando de usted y lo harán mucho más tras su muerte. Mancha venenosa, le decimos acá en Argentina.
Por no hablar de los estudiantes chilenos, esos chiquillos que salen a las calles y enfrentan a los carabineros desprovistos del miedo que usted supo calar hasta los huesos.
¿Sabe qué, general? Mejor no lea el diario mientras decide si prorroga su presencia en este valle de lágrimas como lo hizo Francisco Franco (ése sí que era un modelo) o le dice adiós.
Cuídese como pueda, ahórrese la malasangre y prepárese para descansar en paz, que no ha de serle sencillo.
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