Lun 09.04.2007

CONTRATAPA  › A 20 AÑOS DE LA MUERTE DE PRIMO LEVI

El poder de las palabras

› Por Jack Fuchs *

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
Primo Levi: Si esto es un hombre (1947)

Primo Levi nace en Turín en 1919, en el seno de una familia de judíos piamonteses. Estudia en el famoso Instituto de Azeglio e ingresa a la Universidad donde, pese a las leyes raciales, presenta su tesis de química en 1941. Poco después, se une a la resistencia antifascista. Es denunciado y detenido en 1943. Las primeras deportaciones de judíos a Auschwitz habían empezado en octubre de ese año y Primo Levi fue uno de los 7500 judíos italianos deportados y uno de los 800 que sobrevivieron y regresaron a su patria. Sobrevivió hasta la liberación, el 27 de enero de 1945. Ocho meses y 23 días después, tras un increíble vagabundeo por Europa del Este –relatado en su magnífico libro La tregua–, Primo Levi vuelve a Turín. Allí reanuda su vida, encuentra un empleo de químico y se vuelve director ejecutivo en una empresa de pinturas. Se casa y tiene dos hijos. Vive allí hasta su muerte, el 11 de abril de 1987, hace hoy ya 20 años.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Primo Levi habló, no dejó de contar lo que vio, en nombre de todos los que ya no podían hablar y que se fueron solos hasta el final del horror. El dolor estaba aún demasiado cerca y la gran mayoría se resistió a escucharlo. Comenzó inmediatamente a escribir ya que la “necesidad de contar a los demás, de hacer participar a los demás, había adquirido en nosotros, antes como después de nuestra liberación, la violencia de una impulsión inmediata, tan imperativa como las demás necesidades elementales”. Así es como dejó testimonio del horror que vivió en varios libros autobiográficos Si esto es un hombre (1958), La tregua (1963) Los hundidos y los salvados (1986), entre otros. Algunas de sus obras, traducidas a varios idiomas, constituyen hoy textos de lectura obligatoria en las escuelas secundarias europeas.

La lucidez de Levi, su impresionante capacidad de observar, describir y analizar bajo las circunstancias más terribles tienen un valor incalculable para la memoria. Muchos rescatan el valor histórico de su obra, otros el literario.

Yo, desde mi lugar de sobreviviente, como él, siento que Primo Levi ocupa el lugar de un testigo especial, no sólo por la riqueza de su testimonio sino también por su singularidad. No puedo dejar de mencionar cómo, siendo un judío italiano, cuyas referencias culturales estaban lejos del saber popular judío, manifestó siempre un interés muy humano por la cultura judía de Europa Oriental con la que por primera vez se contactó en Auschwitz. Aprendió el idish con el objetivo de entender esta cultura y entenderse con aquellos con los que compartió la tragedia, el horror y lo que Primo Levi llamaba “el pecado de ser judío”.

Como Levi le escribiera en una carta en francés en abril de 1946 a Jean Samuel, un judío alsaciano a quien conoció en Auschwitz: “Lo queramos o no, somos testigos y llevamos el peso de nuestro testimonio.”

Con profunda emoción, rescato las siguientes palabras del epílogo de la excelente entrevista que Ferdinando Camon le realizara a Primo Levi, poco tiempo antes de su desaparición, con las que quiero recordar a un hombre que se convirtió en un símbolo único:

“Tenía el cabello y la barba blancos, la barba más blanca que el cabello. Tenía una mirada un poco irónica y una sonrisa pícara. Una inteligencia muy ordenada, con recuerdos precisos, detallados. En un momento de la entrevista, tomó en sus manos el papel en el cual yo había escrito mis preguntas, y en el reverso dibujó un plano de Auschwitz: con el Lager central, los campos anexos y los respectivos nombres de algunos prisioneros. Hablaba en voz baja, sin quiebres: es decir, sin rencor. Muchas veces me pregunté respecto de la razón de esta moderación, de esta suavidad. La única respuesta que me sigue conformando es la siguiente: Levi no gritaba, no insultaba, no acusaba, porque no quería gritar; quería mucho más que eso: quería hacer gritar. Renunciaba a su propia reacción, para dar lugar a la reacción de todos nosotros. Su razonamiento era de largo aliento. Su moderación, su suavidad, su sonrisa, que tenía algo de tímido, casi infantil, eran en realidad sus armas.”

* Escritor y pedagogo. Sobreviviente de Auschwitz.

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