› Por Osvaldo Bayer
No mandemos los garrotes de la Gendarmería para solucionar problemas sociales. Aprendamos de nuestros niños. Contra el hambre y la miseria vienen marchando desde Misiones. Y llegarán a Buenos Aires el viernes que viene, a las 15 a Plaza de Mayo. Allí estaremos todos esperándolos. Llevan adelante el lema: “Ni un pibe menos, el hambre es un crimen”. Una sociedad que se precie de decir que constituimos una democracia no puede seguir permitiendo que el cincuenta por ciento de nuestros niños esté viviendo bajo el nivel de pobreza. Cuántas veces lo seguiremos diciendo. Si es necesario lo repetiremos en cada una de nuestras contratapas. Que nuestros campos “ubérrimos”, como los calificaron tantos poetas, no sean capaces de alimentar a nuestros niños, no tiene disculpas. Que no haya las suficientes espigas de oro para elevarlos a la categoría de niños sanos, no tiene disculpas. Si revolvemos las cifras estadísticas que nos hablan de los niños anémicos y los que mueren diariamente porque viven en la miseria, tenemos la obligación de mirarnos al espejo. Obligación de cada ciudadano.
Argentina. Tierra y pan, techo y escuela. En cambio, villas miseria, violencia siempre en aumento. Rejas, rejas, rejas. Hasta en las plazas. “Ved en trono a la noble igualdad”, cantamos. El poder efectivo goza de su injusticia encerrándose en los countries. Más rejas ante más pobreza. A la violencia de la sociedad injusta se la trata de olvidar con más guardias personales, agencias de custodios. Pero allí también nace la corrupción. Más policía también es igual a más corrupción en las sociedades injustas. No es la solución, los garrotazos uniformados van a producir más violencia de abajo. Sin ninguna duda. El diálogo es lo único que ayuda. El saber repartir equitativamente. A cada cual lo suyo. Principalmente a cada niño, a esos que han cesado de sonreír apenas después de nacer. El papa Ratzinger, en vez de preocuparse tanto por el aborto tendría que hablar del hambre infantil. No enseñarle al ser humano a rezar al Altísimo, sino aconsejarle de salir a la calle con la sagrada palabra de la protesta contra la injusticia. La verdadera religión tendría que ser la que nos enseña la equidad, el derecho de todos a la vida. Enseñar el no al eructo del festín de los del poder efectivo y el sí a los ojos de alegría de los niños cuando se les entrega todos los días el pan fresco del derecho de vivir.
Por eso esperaremos el viernes a los niños misioneros organizados por Pelota de Trapo, en la que está el espíritu amplio y generoso de Alberto Morlachetti, el hombre de la mano y el espíritu abierto para quienes sí tienen el alma blanca, pero el estómago con el vacío que crean los injustos.
En Rosario se hizo un hermoso homenaje a aquel grande que se llamó Atahualpa Yupanqui. El hombre que en sus canciones trajo todo el dolor de los pueblos originarios de la tierra. Dolor, pero también su profundo lenguaje de la poesía del aire, los soles y el viento. “Las vaquitas son ajenas, las penas son de nosotros.” Así, en la canción la verdad y la protesta profunda y dolida. Parco, hondo. Sabía traducir las palabras de las piedras y el silencio del algarrobo. El dolor sin palabras de la madre kolla cuando partía su hijo para siempre. La ira en los ojos de esos hombre silenciosos cuando venían gobernadores, ministros y uniformados y se les quitaba la tierra de mil años con un papelito firmado por el juez de turno. Todo lo decía don Atahualpa con su guitarra, nunca guardó silencio. Y en las palabras con que, en ese acto, expresé mi admiración por el poeta de los cerros y el silencio recordé algo que la historia oficial ha callado. Que don Atahualpa sufrió prisión por decir la verdad y construir la protesta. Fue cuando expresó con toda la fuerza de su genio la demanda por la humillación que habían sufrido los kollas jujeños cuando en 1946 hicieron el llamado “Malón de la paz”, desde el norte de Jujuy hasta Buenos Aires en una numerosa columna que atravesó todo el territorio de la República hasta llegar a Buenos Aires. En la Plaza de Mayo los recibió Perón, pero pocas horas después se los llevó al Hotel de Inmigrantes –terrible ironía, a quienes vivían desde siglos atrás en tierra americana, en Buenos Aires, se los hospedó en ese lugar para extranjeros recién llegados– y sin pausa alguna se los desalojó días después de allí, se los cargó por la fuerza con la policía y la marina de guerra, se los metió en vagones de carga y fueron obligados a volver a su tierra de origen sin ver cumplido su sueño de que se les devolvieran las tierras para que la comunidad las trabajara. Todos los detalles de este comportamiento vergonzoso de las autoridades de esa época están reflejados en el libro Los indios invisibles del Malón de la Paz de Marcelo Valko, que acaba de publicar la editorial de las Madres de Plaza de Mayo. Ahí está la carta que les escribió Atahualpa Yupanqui a los maltratados kollas. Ahí les dice: “Hermano Kolla: te lo advertí, hermano Kolla. Recuerdas que te hablé de Condorcanqui, de Katari, de Pillipico? Ellos también como tú, se echaron el sol al hombro y caminaron senderos del Ande hasta las Pampas desiertas, con la ilusión que la vida prende en los seres humildes que creen que aquellos que viven bien piensan y sienten bien. Te vi pasar por los caminos del Tucumán, saludé tu esfuerzo con mi mayor alarido. Nuestros ponchos conversaron sobre cosas comunes. El mío, rojo y azul dijo las cosas del sueño alto y de la copla libre. El tuyo, castaño y pardo como tu vida y como la tierra que el rigor aconseja al corazón que sabe esperar siglos la aurora que libera de las sombras”. Y más adelante le señala: “Tú, indio del Ande, mestizo de la Puna, huésped de Buenos Aires, fuiste echado a patadas. Roto quedó tu erkencho. Destrozado tu bombo. Con las hilachas de tu pobre poncho enjugaste tu llanto. Tu llanto, hermano kolla. ¡Cómo me duele tu llanto que es el mío y el de todos los que animamos nuestro corazón para mostrar la injusticia de tu voz! Ahora marcharás camino del regreso, que son para tu pueblo caminos de derrota. Allá conversarás, superada tu angustia, con tono más altivo. ¡Supay Huarkanka Huachaska!”
Por publicar esa carta, Atahualpa Yupanqui fue detenido y pasó seis meses a disposición del Poder Ejecutivo en la cárcel de Devoto. ¿Cómo se puede enviar a la cárcel a un cantor del pueblo por defender a sus hermanos de sangre? Después de la cárcel, Atahualpa marchó al exilio.
Pero pasaron muchos años, estamos ya en la década del sesenta y Atahualpa dio un concierto de canciones en Madrid. Ahí estaba Perón, en el exilio, y concurrió al recital. Terminada la función el general Perón subió al camarín del cantor indio. Atahualpa relata que cuando lo vio a Perón, le dijo: “Qué feo es el desarraigo, ¿no?. Cuando usted me mandó al exilio, por defender yo a los kollas y por decirle que fue un latrocinio envagonarlos y mandarlos al norte... que era una vergüenza lo que se hacía con los hermanos... es feo el desarraigo...”
–Entiéndame –le respondió Perón–, lo que pasa es que fue un lobby que me hicieron la gente de Patrón Costas, el Ejército, la Gendarmería y el general Filomeno Velazco. Además, cuando uno está arriba hay que tomar medidas... si no los paraba a ustedes me pedían una reforma agraria de fondo, y no estábamos para una reforma agraria...
Los pueblos originarios siguen pidiendo con una extrema paciencia la devolución de sus tierras. Actualmente, por ejemplo, mapuches piden la devolución de 500 hectáreas en tierras de Leleque, las cuales hoy “pertenecen” al empresario italiano Benetton. Pero lo piden con dignidad. Como hay un pedido parlamentario que esa tierra se expropie al actual “propietario” y se dé a los legítimos pobladores, Nahuelquir y Curiñanco, los mapuches interesados, se oponen a que sean expropiadas, porque así va a ir ese dinero a Benetton. Y se preguntan: ¿por qué darle dinero por algo que no le pertenece?
Increíble. La dignidad por encima de todo.
Y por eso hemos saludado el proyecto del diputado patagónico Pablo Pascuriello por el cual propone el cambio de nombre de las plazas, calles y monumentos que lleven el nombre de teniente general Julio Argentino Roca, y que en el futuro pasen a llamarse “Pueblos originarios”. Esto, por respeto a la mayoría de los argentinos, ya que de acuerdo con los estudios antropológicos el 56 por ciento de nuestros habitantes lleva sangre de esos pueblos que habitaron desde siempre estas tierras. Es un verdadero insulto que ese general, autor de la llamada “campaña del desierto”, sea honorificado de esa manera. Sabemos que esos honores se lo dieron quienes se beneficiaron con las tierras ocupadas por el ejército de ese general. Y el ejemplo de la dignidad va cundiendo. Honor a la comisión municipal de la localidad de El Huecú, en Neuquén, que acaba de quitar el nombre de Roca a su avenida principal. De haber vivido don Atahualpa, hoy mismo hubiera viajado hasta El Huecú y en una esquina de la avenida recién bautizada con un nombre digno hubiera templado su guitarra y entonado Caminito del indio.
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