› Por Osvaldo Bayer
En Historia no hay nada gratuito. La tragedia de la democracia argentina se origina en graves errores, en intereses mezquinos, en la fuerza bruta, en un enorme grado de inmoralidad. Del sueño del país de las espigas de oro a las villas miseria y a las estadísticas de niños argentinos con hambre. Algo ha pasado. Las instituciones, los partidos políticos, los historiadores ideológicos tendrían que hacer una profunda autocrítica. La autocrítica es la mejor arma de una verdadera democracia. Y no fabricar status de bronce indelebles y no tocables de personajes e ideologías. No por nada la Argentina deberá llevar para siempre la mancha vergonzosa de la desaparición de personas, del robo de niños, del arrojar a los prisioneros desde aviones al río. Los aspectos más horribles de la perversión humana. Eso, más las estadísticas de las cuales hablamos, como resultado. ¿Producto de la poca capacidad de nuestros gobernantes? ¿O de la falta de moral? ¿O del personalismo como método?
Recuerdo ese martes 12 de noviembre de 1974. Peronismo isabelino en el poder. Vivo sin domicilio fijo por haber salido en la lista de la Triple A, condenado a muerte por el hecho de haber escrito La Patagonia rebelde. Busco refugio. Estoy en una quinta de verduras de Quilmes de un viejo libertario español. Voy a la estación esa tarde y compro La Razón quinta. Quinta edición, como se decía a la que salía a la calle a las cinco de la tarde. En primera página, la noticia increíble. Título: “La CGT rindió significativo homenaje al Ejército”. Mientras leo, me imagino que es la única vez en la historia del mundo que organizaciones obreras van a rendirles pleitesía a los militares. Más en la Argentina, después del recuerdo histórico de las masacres de la Semana Trágica, del fusilamiento de las peonadas patagónicas y de los hacheros de La Forestal. Sí, la nota de La Razón señala: “La Confederación General del Trabajo rindió hoy homenaje al Ejército Argentino en un acto cumplido en la plaza de armas del Edificio Libertador, donde tiene su sede el Comando General del arma, en Azopardo 250. En la oportunidad fue descubierta una placa en la base del mástil principal con la leyenda: ‘Homenaje de las fuerzas del trabajo al Ejército Argentino por sus caídos en la lucha contra la subversión apátrida, en defensa de las instituciones y de la Nación’”.
Increíble, la central obrera no rendía homenaje a aquellos jóvenes que habían caído por un mundo de más justicia social sino a sus represores. Justo a ese Ejército que se había levantado contra gobiernos elegidos por el pueblo, a los cobardes fusiladores de Trelew con el asesinato de prisioneros a mansalva, a los autores de la noche de los bastones largos. La crónica parece una fantasía literaria de la sublimación de la hipocresía: “Después de la 10.30 comenzó a llegar la concurrencia, la mayoría dirigentes y delegados sindicales de las organizaciones integrantes de la CGT. En la plaza de armas formaron efectivos de Granaderos a Caballo, Regimiento 1 de Infantería, Regimiento 3 y la banda Patricios. A las 11, las amplias escalinatas del Comando General del Ejército estaban cubiertas por la concurrencia. El comandante de Ingenieros, general Acuña, comandó la agrupación Buenos Aires y, a las 11.30, aplausos del público saludaron el arribo del comandante general. El teniente general Leandro Anaya saludó a los efectivos y recibió al ministro de Defensa, Adolfo Savino; de Trabajo, Ricardo Otero. Esos arribos, así como el del ministro de Cultura y Educación, Oscar Ivanissevich, fueron recibidos con más aplausos”.
¡Qué personajes! Otero, llamado “Oterito”, aquel que siendo ministro declaró: “Si el General me ordena limpiar el baño, voy y lo limpio”. Ivanissevich, el ultracatólico franquista que ordenó “depurar” con incienso las aulas de Filosofía y Letras para limpiarlas del marxismo.
Pero la crónica tiene otras sorpresas: “En el sector ubicado inmediatamente después del lugar donde tomaron ubicación el ministro Savino, los ministros y el secretario general de la CGT, Segundo Palma, fueron ocupados por altos funcionarios del gobierno nacional, el comandante general de la Fuerza Aérea, brigadier Fautario; el comandante de la Armada, contraalmirante Armando Lambruschini, los dirigentes de la CGT, Casildo Herrera, Florencio Carranza, Alberto Campos y José Rodríguez; el titular de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel, y una nutrida delegación de empresarios encabezada por el titular de la Confederación General Económica, Julio Broner, y los generales Jorge Rafael Videla, jefe del Estado Mayor General del Ejército; Luis Betti, jefe del Estado Mayor Conjunto; los generales Roberto Viola, Alberto Numa Laplane, y otros altos jefes militares. Tras la ejecución del Himno Nacional, coreado por la concurrencia, incluso por el público que se mantenía fuera del cordón que controlaba el acceso a la plaza de armas, habló el secretario general de la CGT. De inmediato, Palma, en compañía del teniente general Anaya, dirigentes sindicales, generales y los comandantes de la Fuerza Aérea y de la Armada, y los ministros del Poder Ejecutivo, se trasladaron al mástil donde Anaya y Palma descubrieron la placa, llamando a silencio un toque de clarín militar. El capellán del Ejército, padre José Menestrina, bendijo la placa a invitó a orar, recordando el ejemplo de los caídos y subrayando la fe que debía abrigarse en el futuro del país. Vueltas las autoridades a la escalinata, el teniente general Anaya pronunció su discurso, subrayado, como el de Palma, con los aplausos de la concurrencia. La ceremonia alcanzó ribetes de emotividad”.
Qué emotivo: la placa de los representantes obreros al Ejército fue bendecida. Y se oró.
Eran tiempos en los que se persiguió a héroes obreros como Agustín Tosco, que murió por falta de los medios para tratar su enfermedad que finalmente lo llevó a la tumba. A orar invitó el cura militar. Y poco después el Dios Militar permitía la dictadura de la desaparición. En ese acto ya estaban todos, hasta Videla. Pero también Casildo Herrera, aquel que después del golpe dijo aquellas profundas palabras de luchador social: “Yo me borré”. Y ahí estaba Lorenzo Miguel, por supuesto, líder indiscutible del “movimiento obrero” que terminaría siendo dirigido por los “gordos”.
La crónica del homenaje “obrero” a lo militar continúa con el discurso del secretario general de la CGT: “Estamos reunidos para rendirles a las fuerzas del trabajo un cálido, sincero y justo homenaje al Ejército Argentino en la lucha contra la subversión apátrida en defensa de las instituciones de la Nación. Cuando un pueblo ha elegido su camino, cuando todo nos debiera unir, cuando se ve un futuro de grandeza, las fuerzas del trabajo rinden dolorido homenaje a los caídos de nuestro Ejército, porque es nuestro, porque ha tomado junto con el pueblo el camino hacia la reconstrucción nacional. Ese camino, señor comandante, es duro, sacrificado y lleno de acechanzas, pero es el único que conduce a la gloria del país. Por ello, pueblo y Ejército estamos unidos por el vínculo espiritual que une a la Patria incondicionalmente: el patriotismo”.
Después de palabras tan profundas, añadirá el representante de la CGT: “Pueblo y Ejército están unidos para lograr lo que nos señalara nuestro líder, el teniente general Perón, cuando dijo: ‘Nosotros hemos alcanzado la reconstrucción nacional. Entre sus más importantes objetivos está el de reconstruir la paz: lo lograremos: no hay nada que no pueda alcanzarse, con este pueblo maravilloso al que con orgullo pertenecemos. Tenemos no sólo una doctrina y una fe sino una decisión que nada ni nadie hará que cambie’”. Por su parte, el general Anaya dirá: “No se deje engañar el pueblo argentino, ya que es él el verdadero destinatario de la agresión de una elite apátrida, que con una visión mesiánica del mundo propone un cambio violento y alocado, vacío de contenido humano”.
Estaban todos, no faltaba ninguno. Es que ya se sabía, muchas semanas antes que se produjera, que se venía el golpe militar. Este acto lo hicieron los dirigentes sindicales para quedar libres de toda duda: que ellos no tenían nada que ver con la “subversión”.
Rendir pleitesía a quien tiene las armas. Se había iniciado ya la época más despreciable del ser argentino. La época de la desaparición.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux