› Por Luis Bruschtein
¿Si gana Macri es un gol de Boca? O al revés: ¿un gol de Boca hace que gane Macri? Los boquenses no macristas están desgarrados por ese dilema shakespeariano. En la ciudad más afrancesada de la Argentina el tramo más pasional de la política se va por un desvío inesperado y aterriza en un planeta surrealista donde lo que no tiene nada que ver con la política pasa a convertirse en el centro de la cuestión. El dentista de Barrio Norte asegura que su candidato es bueno porque administró bien el club. Y el desocupado de la villa 31, al único candidato que conoce es al del cuadro de sus amores. En la ciudad de las furias del 2001, si no se fueron todos, es como si lo hubieran hecho y sólo quedó la Bombonera impertérrita, imbatible e inmortal.
Es como un chiste, un gran chiste del Día de los Inocentes. A una parte de los porteños, que son muchos, les gusta ir por la vida con aire de inteligente, es una ciudad discutidora, que mira con cierto desdén a un interior que ve plagado de caudillos y supone que posee una clave ciudadana que allí no tienen. Pero en esta ciudad con tanto ciudadano moderno, la política se resuelve en clave de fútbol. No con demagogia, no con prebendas, sino con el instinto básico de la pasión futbolera.
Los boquenses progres sangraron por dos heridas. En realidad, prefirieron seguir el partido de Boca con Colón antes que las alternativas de la elección. Hincharon por Boca con desesperación para olvidarse de la culpa, y cuando terminó el partido y Boca perdió, despotricaron contra Filmus, Telerman y Kirchner, desgarrados por esa doble lealtad, donde, en realidad, la más importante, indiscutible y eterna es con la azul y oro.
Los progres que son hinchas de otros equipos hincharon contra Boca por doble motivo, por el fútbol y por política. Es decir, tanto para unos como para otros, la política también es una excusa para entusiasmarse en el fútbol, para encontrar nuevos motivos de pasiones domingueras y llevar a la cancha un nuevo estímulo en el corazón. De aquí a la segunda vuelta tendrán más fuerza para desear el fracaso del club de la Boca. Y si Macri llega a convertirse en jefe de Gobierno de la Ciudad autónoma de Buenos Aires, entonces tendrán cuatro años para descargar la furia en la cancha. El progre boquense se apresta a sufrir esta doble lealtad que lo escinde, que lo desintegra. Y encima siente que el triunfo de Macri en la política traerá mala suerte al club en el campeonato. Para otros progres, por ejemplo, a un hincha de River, toda esta historia lo confirmó en sus convicciones. Siempre sospechó que detrás de la pasión xeneize había una oscura amenaza.
Para los anales del fútbol, estos resultados electorales plantean una paradoja, ya que presentan una excepción, lo imprevisto, el imponderable. Porque efectivamente, la identidad de Boca es la de un equipo popular, frente a los millonarios de River, por ejemplo. Es el abc del fútbol, lo que se empieza a aprender a los cuatro o cinco años. Y así, Boca construyó una imagen que se trasladaba sin demasiado esfuerzo a la política. Durante muchos años fue sinónimo del peronismo cerril porque despertaba la misma euforia que no requería explicación. Era muy difícil, por ejemplo, ser peronista o de izquierda y de River. Más que el efecto en la política, estas elecciones destruyen uno de los pilares de toda la mitología futbolera argentina, que es una de las más ricas del planeta.
Así, un club supuestamente popular como Boca proyecta como candidato a un rico empresario de centroderecha. Prácticamente el cincuenta por ciento de la campaña de Macri ha sido su relación con Boca. Podrá haber cambios en la ciudad si gana Macri, pero donde todo cambia es en las mesas futboleras, donde es probable que las consecuencias de este gran zafarrancho alteren las raíces culturales más profundas de los argentinos, y sobre todo de los porteños que, con profunda irreverencia, han agrietado el tótem jupiteriano del Olimpo futbolero. O sea, han roto el Júpiter de aquellas tesis futbolísticas de progres e izquierdistas.
Se supone que cuando surgió la consigna del que se vayan todos, se trataba de reemplazar una forma de hacer política por otra diferente. Resulta interesante que efectivamente se generó un sentimiento antipolítico en la ciudad, pero no se reemplazaron las viejas mañas por otra forma de hacer política, sino por el fútbol. Y así, una consigna que surgió de la movilización popular y que fue impulsada por la izquierda terminó favoreciendo al candidato de centroderecha, un hombre de empresa vinculado con el fútbol. Es interesante también la forma en que el centroderecha ha copado la agenda mediática y política, aun tomando emblemas populares y consignas de izquierda.
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