› Por Sandra Russo
Macri representa, para sus votantes, la “nueva política”, tal como él se ha encargado de decir una y otra vez.
¿Cómo podría pensarse una “nueva política” que le entrara a la gente no sólo por la cabeza, sino también por los ojos y sus otros sentidos, una vez entendidas dos premisas básicas? (Una: después del 2001, cualquier cosa que pareciera nueva tenía chances; dos: la Capital es gorila.)
Al modo de Truman Show, Macri montó el Universo Pro, y en ese sentido, empezó a hacer política de una manera nueva. Eso no se lo puede negar nadie. Y si vamos a desencriptar el fenómeno conviene ir apuntando sus hallazgos. Ese invento de una ciudad PRO tocó el imaginario utópico y casi vulgarmente publicitario de un mundo en el que la gente se saluda cordialmente, se da las gracias, los jóvenes se pelean por dejarle el asiento del colectivo a una anciana, los niños se lavan los dientes solos, los empleados públicos sonríen, las mucamas uniformadas bailan en las veredas como en una propaganda de jabón en polvo, los mozos vienen apenas uno se sienta a la mesa, los patovicas son cariñosos con los pibes y los pedos de los bebés no tienen olor.
El mundo PRO es un mundo sin conflictos. Eso es lo que tiene el mundo PRO de Truman Show: en ambos casos, se trata de películas.
La vida es frustrante para casi todo el mundo, y en general hay que esforzarse por todo: por el asiento, por el saludo, por el buen trato. Eso sucede porque, para la mayoría de las personas, ganarse la vida incluye responsabilidades y vivimos en un país que no nos ofrece descanso, ni nos saluda cordial, ni nos trata bien. Un país rico con muy pocos ricos y millones de pobres. Eso es la realidad. Debería importarnos cómo modificar la realidad para que una ráfaga de horizontalidad nos toque, y los escenarios cambien, y todo se acomode aunque sea un milímetro más cerca de lo que creemos justo.
Pero en el universo PRO los conflictos han muerto. No hay rabia, ni resentimiento, ni mal humor allí. La alegría es PRO. La diversión es PRO. Ya fue escrito hace muchos años por Roland Barthes: “La derecha se reserva el derecho al placer, mientras la izquierda se queda con la queja”. Macri ha hecho un increíble uso de ese derecho al placer en el que se desliza como un surfista: logró que una aplastante mayoría votara esa opción de “nueva política” plastificada, capitalizó el deseo legítimo de decenas de miles de personas que quieren vivir mejor.
Desde la tipografía del logo hasta la maravillosa coreografía espontánea que bailaron Macri y Michetti, él haciendo girar en el escenario la silla de ruedas de ella, una escena absolutamente PRO. No lo escribo con cinismo. Algo de esa escena, de alegría que traspasa los límites personales, empujó la andanada de votos.
Claro que cuando uno madura y ve claramente que un mundo sin conflictos puede ser deseable, pero que eso es imposible en la realidad, porque la vida en sociedad es una puja por intereses, y hay que bajarse del limbo y comprender que la política no está hecha para administrar saludos sino recursos, ese Truman Show no lo seduce.
La “nueva política” viene con nuevos sapos.
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