› Por José Pablo Feinmann
Hará unos días fui a un coloquio. Eran las 12.30 y ésa no es mi mejor hora. Había mucha gente y volví a insistir con la cuestión del hambre en el país. Estamos sentados sobre el hambre. Dormimos sobre el hambre. Y lo peor: comemos sobre el hambre. Y aún peor: nos acostumbramos al hambre. Es un paisaje cotidiano. Los guías de turismo llevan a los turistas a Puerto Madero y les muestran las torres. ¡Qué ciudad Buenos Aires! Busca el Cielo como lo buscó Nueva York. Las Torres arañan las alturas, los hambrientos arañan los basurales para encontrar algo para comer. Es indecente. Dije, entonces, en ese coloquio: “Si hay guita para los pobres, no me importan tanto las instituciones”. Era una frase densa, cargada de historicidad, ya lo veremos. Al día siguiente, una agencia de noticias dijo: “El filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann dijo”. Y aquí: mi frase. Conozco todo tipo de filósofos. Hay filósofos tomistas. Hay filósofos kantianos o hegelianos. Hay filósofos marxistas, cada vez menos dados los tiempos de derecha o ultraderecha que vivimos. Hay filósofos fenomenólogicos. O sartreanos. O foucaultianos. O derrideanos. Hay apasionados de Wittgenstein. O de Heidegger, que es la barrera contra el marxismo. Pero, ¿filósofos kirchneristas? Seamos sinceros, lo que el cable quería decir era lo siguiente: yo era filósofo y, también, era políticamente kirchnerista. Cuánta pavada se escribe. ¿Por qué era yo “kirchnerista”? Porque había “atacado a las instituciones”. Todos sabemos que, desde el periodismo radial, o desde el periodismo escrito (algunos de cuyos representantes se han transformado en “mártires de la prensa libre” porque los echaron de alguna parte o en columnistas de un diario al que nunca habrían accedido si no escribieran notas que afirman que con Menem estábamos mejor o columnistas prestigiosos que se obstinan en la “defensa de la República”) se acusa a Kirchner de ser el maltratador o, sin más, el enemigo declarado de la República. Esta gente sabe lo que hace. Mienten porque no han defendido a la República. Esto no es hacer política con el pasado. Pero cada cual carga con su pasado. El pasado de un hombre es la suma de los actos que ha hecho. Esa es su facticidad: no puede negarla. El es lo que ha hecho. Ahora, en el presente, puede ser otra cosa porque es libre. Pero nadie puede borrar su pasado. Las tribunas desde las que se acusa a este gobierno de violar las instituciones de la República las han violado siempre. A Yrigoyen lo voltearon por “demagogo” y “enemigo de las instituciones”. A Perón ni hablar: era la negación del espíritu republicano. A Illia, porque era tan débil que hacía peligrar las instituciones. A Cámpora, porque lo apoyaba la izquierda revolucionaria que, en efecto, se desentendía de las instituciones porque eran expresión del poder burgués. Y a Isabel Perón porque no sabía gobernar la república, que corría el peligro de su destrucción material y moral. El golpe a Chávez se organizó así: defensa de las instituciones, más medios de comunicación altisonantes, más ayuda de la Embajada de los Estados Unidos y el Departamento de Estado. Chávez eludió el zarpazo. Hay un viejo chiste que dice: “¿Sabe usted por qué no hay golpes de Estado en EE.UU.? Porque no hay embajada norteamericana”. De modo que toda esta cuestión del republicanismo y las instituciones me huele a cinismo por un lado (los que la exigen jamás han sido republicanos y se han encargado de derrocar a las instituciones en numerosos golpes de Estado) y están preparando la atmósfera ideológica para una aventura como la que le hicieron a Chávez en Venezuela. Porque es cierto que Kirchner se ve hegemónico y que hipergobierna y trata mal a ciertas personas. Pero sobre todo a los suyos. ¿Que no hace conferencias de prensa ni reuniones de gabinete? Hay cosas más importantes que exigirle.
Los pocos, muy pocos gobiernos, que le dieron algo al pueblo en este país fueron personalistas y autoritarios. Rosas, en el siglo XIX. Sus enemigos, los cultos y elegantes liberales o unitarios, destilaban tal desdén por las clases bajas que ese desdén no era sólo eso, era más que eso: era odio y era, sobre todo, el aliento de la venganza, la espera de la oportunidad. El pueblo, escribe Mármol en Amalia, llevaba “estampado en su fisonomía el repugnante sello de la insolencia plebeya”. Daniel Bello le dice a Amalia que enfrentará a sus enemigos: “A la fuerza yo opondré la astucia, y trataré de extraviar el instinto de la bestia con la inteligencia del hombre”. Odian a Rosas porque ataca “la nobleza de la República”. Y dicen que el tirano ofende más a las mujeres que a los hombres porque éstas tienen el valor de oponerse a “los enojos del tirano y de la plebe armada e insolentada por él”. Supongo que nadie creerá que defiendo a la Mazorca. (¿Para qué escribe uno tantos libros? Si usted, querido republicano, quiere refutarme, lea, al menos, La sangre derramada y verá qué opino de la Mazorca. Pero aquí se lo juzga a uno por una frase suelta en un coloquio, arrancada de su contexto y no por su obra. O por un copete que aparece en un semanario.)
Rosas defendió a los negros, a los gauchos y a los indios. Deterioró las instituciones y los unitarios tuvieron que exiliarse. Mármol y Sarmiento escriben las frases más racistas de la historia argentina. La cuestión es compleja: uno no puede estar con Rosas, pero les dio de comer a las clases bajas (al popolo minuto) y les permitió “ensoberbecerse”, frase de Mármol. Es decir, les permitió sentirse “iguales” a los dueños de la tierra y de la patria.
Perón, muy parecido: con un esquema autoritario, verticalista, agresivo. Con una mujer que destilaba rencor y amaba a los “grasitas”, le dio al pueblo lo que nunca había tenido y lo que nunca jamás habría de tener. Una de sus estadísticas injuria como pocas el espíritu de la República: nunca fue tan alta la distribución del ingreso en favor de los pobres. Es cierto, debilitó las instituciones. Pareciera que para tocar los intereses de los poderosos y hacerles largar algo de su opulencia para el lado del barro, donde los miserables viven, hay que tocar sus intereses, molestarlos, aunque sea, un poco. Nunca mucho. Porque nadie, en esta tierra se atrevió a agredirlos seriamente, ni Rosas ni Perón. También Mariano Moreno tenía escasa consideración por las instituciones y la República. Gobernó con un Ejecutivo fuerte y estrecho. Lean, si no lo han leído, su Plan de operaciones. Quería embargar las grandes fortunas. Poner al Estado en el centro de la Economía. Hacer la guerra a quienes se opusieran a su jacobinismo sin burguesía revolucionaria. Su Ejecutivo restringido lo llevó a no contar con un poder de masas y terminó sirviendo a Buenos Aires. No lo envenenaron. Era amigo de Inglaterra y Saavedra no tenía coraje ni imaginación como para complicarse con semejante acto.
Como vemos, hasta ahora, los gobiernos que le dieron algo al bajo pueblo fueron autoritarios. Y los que no le dieron nada, también. Y peor. Mató más la “Libertadora” que Perón. Mató más Urquiza y los asesinos de la “guerra de policía” de Mitre (inspirada por las acciones del Mariscal Bougeaud en Argelia), Ambosio Sandes, Wenceslao Paunero y el mayor Irrazábal, que Rosas. Mató más Roca (que, él sí, fue nuestro Bougeaud) que la Mazorca. Pero la Mazorca mataba niños bien; Roca, indios levantiscos. No es lo mismo para la salud de la República.
No soporto vivir en un país ni en un mundo con hambre. Y somos muchos. En Africa Central la desnutrición es pavorosa, total. Hay fotos de niños que son apenas piel y huesos. Según Unicef un 55 por ciento de las muertes de niños es por desnutrición. He visto –como fácilmente se puede ver– fotos de niños revolviendo basurales en busca de restos de comida y, volando sobre ellos, a la espera, cuervos, ya que para esos cuervos la basura son esos niños. En EE.UU. miles, miles y miles de niños y jóvenes mueren por consumo de drogas. Giuliani limpió Nueva York metiendo el crack entre los negros y los “indeseables”. Arrasó con ellos. EE.UU. es el mayor consumidor de drogas y cocaína. EE.UU. es un país autoritario, paranoico, vigila a su población como la peor de las dictaduras. Se acabó la novela rosa de la “gran democracia del norte”. Y aquí, en nuestro país, el panorama es también desolador. Torres opulentas para los ricos, desamparo y hambre para los pobres. ¿Qué espera K? ¿Qué espera el Congreso? ¿Qué esperamos todos? El “gradualismo” no sirve para paliar el hambre, porque el hambre es hoy, es ahora. Es hoy que se mueren los chicos. O que se drogan. O que salen a matar por dos pesos y terminan muertos por la cana, que los odia por la cara que tienen, porque son negritos, o bolitas, o paraguas, esos nombres de la indefensión y de la xenofobia. El Gobierno tiene que tocar intereses. Y si para tocar intereses y alimentar a los hambrientos tiene que endurecerse, el costo lo vale. Eso quise decir en ese coloquio. Acaso esté equivocado. Pero si esa equivocación sirve para salvar la vida de un pibe, o sacar a una niña de la prostitución, que es escandalosa (averigüen, si todavía no lo han hecho, las cifras de la prostitución infantil en América latina y me van a entender mejor, averiguen las cifras de la prostitución infantil en el conurbano), prefiero equivocarme. Primero, el hambre; después (o al mismo tiempo), la República. Pero una República con hambre es una farsa. O lo de siempre: una República para los ricos, y un territorio cenagoso para los subalternos, una tierra turbia y escasa, que alimenta el odio, el hartazgo. Y, para colmo, como en Francia, ha ganado en Buenos Aires la derecha que privilegia la seguridad de los pudientes por sobre el hambre de la negritud, a la que mira con resquemor porque ve en ella más al delincuente que al ciudadano. Cuidado: puede ocurrir que el pueblo bajo no aguante más. Que inunde la centralidad opulenta. Que, ustedes, que aman la república sin equidad, tengan que matar, transformarse en bárbaros más bárbaros que los bárbaros. Porque al hambre se lo colma o se lo fusila. Y si lo fusilan van a tener que volver a sus casas y decirles a sus hijos, que preguntarán, que ahora, además de ser sus padres, además de ser republicanos y velar por las instituciones, son asesinos.
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