› Por Juan Gelman
El 4 de julio a la madrugada se cumplieron 31 años de un hecho que ocupó la primera plana de todos los periódicos del mundo: un comando israelí cumplió el rescate de los pasajeros del vuelo Air France 139, secuestrados por dos terroristas del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) y dos de la Baaden-Meinhof, y mantenidos como rehenes en el aeropuerto de Entebbe, Uganda, donde imperaba entonces la dictadura de Idi Amin. Más de cien soldados israelíes al mando del general Dan Shomron, incluidos agentes del Mossad y efectivos de elite, aterrizaron subrepticiamente la noche anterior y combatieron contra terroristas y soldados ugandeses que custodiaban el avión. Las bajas: 6 secuestradores, unos 80 soldados ugandeses, tres rehenes y un solo militar israelí, el coronel Jonathan Netanyahu, hermano mayor de Benjamin. Y 98 rehenes israelíes y judíos liberados. El hecho aumentó la simpatía por Israel, en especial en EE.UU. y Gran Bretaña, y los palestinos consiguieron el calificativo de brutos violentos. Como suele ocurrir, las cosas no siempre son lo que parecen.
Un documento desclasificado por los Archivos Nacionales británicos acaba de arrojar otra luz sobre el episodio (www.nationalarchi ves.gov.uk, junio del 2007): el secuestro habría sido organizado por el servicio secreto israelí y extremistas palestinos. Así lo afirma el autor del memorándum, David H. Colvin, entonces primer secretario de la embajada británica en París, que cita sin nombrar a una fuente de la Asociación parlamentaria de cooperación euro-árabe: “Según la información de este señor, el secuestro fue obra del PFLP, con la ayuda del Shin Bet”. Colvin califica esa alianza de non sancta y señala que “la operación fue diseñada para torpedear la posición de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) en Francia y para frenar lo que ellos consideran un acercamiento creciente entre la OLP y EE.UU.”. ¿Y quiénes son esos “ellos”?
Colvin lo da a entender claramente: “Su pesadilla es que después de las elecciones de noviembre (de 1976, en las que el demócrata Jimmy Carter venció por escaso margen al republicano Gerald Ford), se asista a la imposición en Medio Oriente de una Pax Americana, que favorecerá a la OLP (que puede ganar respetabilidad internacional y tal vez el derecho a establecer un Estado en los territorios evacuados) y perjudicará al Frente de Rechazo (que será dejado a un lado en cualquier arreglo general de paz y perderá su razón de ser) y a Israel (que se verá obligado a evacuar los territorios –palestinos– ocupados)”. Agrega Colvin que “el FPLP atrae a toda clase de elementos salvajes, algunos son infiltrados israelíes” (The Guardian, 1-6-07). Por supuesto, Tel Aviv negó la veracidad de estas afirmaciones y las ubicó en el estante de “la conspiración antisemita”.
Israel se ha anticipado a W. Bush: los antecedentes históricos indican que no es la primera vez que Tel Aviv alimenta movimientos terroristas. A fines de los años ’70 financió directa e indirectamente a Hamas, entonces en pañales, a fin de socavar la creciente influencia de la OLP, dirigida por el muy laico Yasser Arafat. Además de confiar en quitarle apoyo de masas, la dirección del Likud (el partido derechista israelí) pensaba “que podía lograr una alianza viable con las fuerzas islámicas y anti Arafat, lo cual reforzaría el control israelí de los territorios ocupados”, ha señalado el especialista en Medio Oriente, Ray Hanania (www.counterpunch.org, 18/19-1-03). El entonces primer ministro Menahem Begin –él mismo dirigente de un grupo terrorista que luchó contra la ocupación británica de Palestina– autorizó en 1978 la legalización de la Asociación Islámica (Mujama), que emanó del movimiento fundamentalista la Hermandad Musulmana y que Israel apoyó además políticamente. Nacía lo que luego fue Hamas.
Se recuerda también el “incidente Lavon”, así bautizado por el nombre del ministro de Defensa israelí Pinjas Lavon, bajo cuya autoridad se organizó la “Operación Susannah” en 1954: consistió en atentados con bombas y otros actos de sabotaje contra instituciones británicas y estadounidenses en Egipto. Eran los tiempos de Gamal Abdel Nasser y se trataba de crear un clima contrario a su voluntad de nacionalizar el Canal de Suez. La operación fue dirigida por el coronel Benjamin Gibli, jefe de la inteligencia militar israelí, que dirigió operativos de la supersecreta Unidad 131. Fracasó: una bomba estalló prematuramente en el bolsillo de uno de ellos, fue arrestado, se allanó su casa y las autoridades egipcias encontraron evidencias y nombres de participantes en la operación. Algunos fueron fusilados, otros conocieron años de prisión. Por supuesto, Tel Aviv negó estar involucrado en el episodio, pero medio siglo después honró a sus ejecutores (Reuters, 30-3-05). Lo tardío no quita lo seguro.
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