Vie 13.07.2007

CONTRATAPA

Live Earth, Tipper sticker

› Por Eduardo Fabregat

En 1984, Mary Elizabeth Aitcheson puso atención al disco que estaba escuchando Karenna, su hija de once años. De los parlantes salía “Darling Nikki”, del flamante Purple rain, donde Prince cantaba: “Conocí a una chica llamada Nikki/ creo que podrías decir que era una diablesa del sexo/ me la encontré en el lobby del hotel, masturbándose con una revista”. Mary Elizabeth se horrorizó. Furiosa, fue a la disquería a devolver el disco, pero como estaba abierto se negaron a tomarlo. En esa disquería, la preocupada madre descubrió que la cultura musical de los jóvenes norteamericanos estaba ganada por mensajes racistas, violentos, sexistas, celebradores de las drogas y –en boca de los rappers– el asesinato de policías. Y se volvió a horrorizar.

Mary Elizabeth era política. Siete años antes había fundado el Congressional Wives’ Task Force, un grupo que buscaba alertar sobre los efectos de la malnutrición y de la violencia televisiva en los niños. Y tenía excelentes contactos: una de sus mejores amigas, Susan Baker, era la esposa del secretario del Tesoro James Baker. Eso sin contar a su propio marido, senador demócrata por el estado de Tennessee. Junto a Baker y otras dos esposas de políticos preocupadas –Pam Howar y Sally Nevius–, Mary fundó el Parents Music Resource Center, un comité que empezó a presionar a la Recording Industry Association of America (RIAA, el ente que nuclea las compañías discográficas) para que propiciara un sistema de calificaciones similar al del cine, sugiriendo que los discos con letras “subidas” tuvieran etiquetas de advertencia y no se vendieran a menores de 18 y que las disquerías dispusieran de las “tapas explícitas” como si se tratara de material porno. Además, el ente empezó a presionar a cadenas de radio y TV para que no emitieran esa clase de canciones, y dio a conocer su lista de las Filthy fifteen (las “quince sucias”), con “Darling Nikki” a la cabeza y títulos de Judas Priest (“Eat me alive”), Mötley Crüe (“Bastard”), AC/DC (“Let me put my love into you”), Twisted Sister (“We’re not gonna take it”), Def Leppard (“High’n’dry”) y Black Sabbath (“Trashed”), pero también de chicas pop como Sheena Easton (“Sugar walls”), Cyndi Lauper (“She bop”) y Madonna (“Dress you up”). Rescatando una vieja, ridícula leyenda urbana, el PMRC incluso aseguró que grupos como Led Zeppelin, Rush, Queen y Pink Floyd tenían “mensajes ocultos” en sus temas que instaban al satanismo y la drogadicción.

Mary Elizabeth era muy persistente. Tras instalar el tema en la opinión pública, encontró en su marido Albert un apoyo fundamental para colocarlo en el Senado. A pesar de las protestas de músicos que incluían al rapper Ice T, Jello Biafra (líder de los incendiarios Dead Kennedys) y Bruce Springsteen, en agosto de 1985 las discográficas anunciaron su decisión de incluir la etiqueta solicitada por Mary y Albert, con el texto “Parental Guidance: Explicit lyrics”. El 19 de septiembre, una audiencia frente al Comité de Comercio, Ciencia y Transporte en el Senado propició que Mary, su esposo, la senadora Paula Hawkins y el médico Joe Stuessy alegaran que “el lenguaje sexual explícito, la violencia, la profanidad y la incitación al uso de drogas y alcohol en las canciones” minaban a la juventud y la familia americana, y provocaban una espiral de violencia sin freno. Del otro lado, gente tan disímil como el músico country John Denver, el metalero Dee Snyder (Twisted Sister) y Frank Zappa dieron sus argumentos contra lo que consideraban un acto de censura. “La propuesta de PMRC es un sinsentido que no da ningún beneficio real a los niños, infringe las libertades civiles y promete mantener a las cortes ocupadas durante años con las interpretaciones y problemas relacionados”, dijo Zappa.

Mary Elizabeth se salió con la suya. En noviembre de 1985 aparecieron los primeros discos con etiqueta. Cadenas como Wal Mart se negaron a vender discos con ese sticker y otras tiendas los pusieron en lugares de baja exposición. Ese triunfo del PMRC también abrió la puerta a que los canales de TV rechazaran ciertos videos –provocando que los sellos empezaran a ofrecer versiones censuradas– y comenzara a usarse un beep sobre las “malas palabras”. De nada sirvieron las campañas organizadas por músicos de todo género para denunciar el acto de censura que señalaban como un atropello a su libertad artística.

Mary Elizabeth Aitcheson no es muy conocida por su nombre de soltera: su nombre público es Tipper Gore. Su esposo es Albert Arnold “Al” Gore Jr., ex vicepresidente hoy reconvertido al ecologismo, director de Una verdad incómoda e impulsor de la concientización mundial vía Live Earth. Los músicos que el fin de semana pasado abrazaron incondicionalmente su causa en siete ciudades de todo el mundo, algunos de los cuales aún deben editar sus discos con el llamado Tipper sticker en sus portadas y moderar sus videoclips para no irritar a las cadenas de TV, parecen haber olvidado aquella campaña de censura. Za-ppa, que en paz descanse, tendría algunas cosas para decir al respecto.

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