› Por Sandra Russo
Me llega un mensaje de texto de un número que no reconozco: “¿Pediste fugaZ?” Lo específico del mensaje y su origen desconocido hacen que conteste: “¿Quién sos?”, sin abrir signo de interrogación ni poner el acento sobre la e. Alguien que seguirá siendo para mí un enigma me retruca: “Juas! No era para vos!”
¿Quién de todos mis conocidos estaría por comerse una fugaZ con quién? ¿Por qué no se tomó la molestia de decirme quién era? ¿Será alguien tan cercano que descuenta que sé de memoria su número? ¿Qué tipo de equívoco o malentendido es éste? ¿Qué hace que esto, que fue un equívoco o un malentendido, sea tan perturbador cuando acaba de ocurrir y se convierta en casi nada a los cinco minutos?
Primero fueron los muy jóvenes los que vertebraron su necesidad de comunicación de acuerdo con las limitaciones del nuevo soporte. Y por un tiempo hubo un dique generacional. Los mayores de 40 nos quedamos adheridos al correo electrónico, que ya era bastante, y nos resistimos con obstinación al mensaje de texto. Pero fue cuestión de empezar, quizá con nuestros hijos, que nos reclamaban que aprendiéramos pronto porque el crédito del abono les duraba tres días. Y comenzamos a percibir y a incorporar otro tipo de comunicación, una que hasta que llegó el mensaje de texto no existía, y que consiste en ráfagas de contacto, en una breve catarata de caracteres que nunca pretenderán la emoción o la profundidad si no es en la pura especificidad del mensaje, en su esqueleto. Los golpes de efecto del soporte hacen que sea posible generar, eventualmente, un clima entre nosotros y otra persona a través de un monosílabo.
Por ejemplo, el que dice que usó Gabriela Cerruti contestándole “Gracias” a Jorge Telerman, después de que él le informara por mensaje de texto que había otro ministro ya designado. En este caso, en el que dos mensajes de texto trepan de la banalidad o el arrebato de los millones de mensajes anónimos a la esfera pública, ¿cómo se leen esos mensajes? ¿Como hilachas privadas de la política o como un recurso novedoso para hacer política, con ese “Gracias” que cuelga de un sentido ambiguo, o cínico, o literal? McLuhan* cada vez goza de más admiración por mi parte. Fue el primer nombre ligado a la Comunicación que escuché. Porque cuando yo era chica, o más precisamente cuando estaba en edad de estudiar, no existía esto que se llama Comunicación. Es increíble. Hace muy poco tiempo, unos veinte años, cuando salió Página/12, era flamante la carrera de Comunicación. Y eso, la comunicación, ha inundado nuestra noción de lo que somos y de cómo entramos en contacto con los otros. A veces olvidamos que el proceso de globalización fue avistado por McLuhan ya en los sesenta, en pleno pop, antes de las guerrillas, antes de las masacres. La Aldea Global era un libro de Comunicación.
“El medio es el mensaje” es una frase que encierra algo de parábola, como si McLuhan se hubiera imaginado este mundo en el que las personas andan con su teléfono móvil como si se tratara de un centro mental y emocional de operaciones internas y externas. Aunque ni Gabriela Cerruti ni Jorge Telerman adhieran al estilo paraideológico de Macri, la noticia del cambio de ministra fue también paraideológica. El mensaje de texto no admite explicaciones, ni argumentos, ni fundamentos, lo cual quiere decir que el paso de tragicomedia de Cerruti y Telerman los dispensó a ambos de exponer públicamente sus diferencias. A mí personalmente me hubiera gustado saber cuáles eran esas diferencias, si eran ideológicas, tácticas o estratégicas.
Hay mucha gente que cree, y Macri ha dado en la tecla al tocar justo ésa, que la ideología consiste, simplemente, en complicar las cosas o lo que es peor, en mentir. Que la ideología es poco menos que una excusa para robar. En insistir en un mundo complejo de palabras vacuas que no derivan más que en el beneficio de los políticos que portan ideología. Es un razonamiento bobo, completamente agujereable, pero es el que permite a gran parte de los porteños tener esperanzas en la “gestión pura”.
Lo cierto es que la dirigencia política argentina no se ha dedicado nunca, y ése es uno de sus mayores pecados, a discutir públicamente ideología. La dirigencia política tradicional ha enmascarado siempre las discusiones ideológicas traduciéndolas en internas que no le interesan a nadie salvo a sus protagonistas. A veces, incluso, no enmascaró nada, porque las internas no tenían que ver con nada ideológico, y eran puras canalladas, peleas por repartijas.
Bueno, amigos, la dialéctica histórica tiene un no sé qué de apasionante. No queda más remedio. Macri y su troupe de políticos apolíticos nos pusieron entre la espada y la pared, hay que admitirlo. A partir de ahora, con una derecha en uso de todas sus facultades, los que no somos de derecha bien haríamos en hablar de ideología todo lo que sea necesario. No vamos a comprar, nosotros, el buzón de la gestión inocente. Habrá que hablar claramente, con huevos, con franqueza, acerca de qué creemos que es verdad, y qué es mentira.
Habrá que hacerlo para recuperar del lenguaje que usamos una palabra que ahora está manchada con mugre propia y ajena. Si en lugar de tratar de decir las cosas clara y profundamente nos mandamos mensajes de texto, ellos ganan. Deberíamos hacer un esfuerzo para rehacernos de esa palabra, ideología, porque ella explica conductas, abre puertas mentales, traza ejes de acción, prioriza lo urgente y posterga lo accesorio. Y porque la ideología que al menos tengo yo, postula que la ideología es la herramienta más apropiada para organizar nuestra mente ante el mundo y los otros. Prefiero la ideología que el interés.
* Herbert Marshall McLuhan (21 de julio de 1911-31 de diciembre de 1980) fue un educador, filósofo y estudioso canadiense. Profesor de literatura inglesa, crítica literaria y teoría de las comunicaciones, McLuhan es reverenciado como uno de los fundadores de los estudios sobre los medios y ha pasado a la posteridad como uno de los grandes visionarios de la presente y futura sociedad de la información. Durante el final de los años ’60 y principios de los ’70, McLuhan acuñó el término “aldea global” para describir la interconectividad humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación.
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