› Por Rodrigo Fresán
desde Barcelona
UNO Escribo esto en sombras, en un mediodía tórrido que –de golpe y sin aviso– se ha vuelto, además de caluroso, oscuro y caótico. Adiós a los semáforos, a los ascensores, al aire acondicionado, a las operaciones programadas, a las heladeras, al chat, al subte y a los trenes de cercanías y a las redes invisibles y estáticas que unen los teléfonos móviles y la posibilidad de bajar a comprar velas para la noche que se viene porque los vendedores no saben cuánto cuestan y las máquinas que leen los códigos de barras se han quedado ciegas. Y –milagro– mi departamento, por el azar de cableados y generadores, sigue teniendo luz, pero igual estoy aislado porque no puedo comunicarme con nadie. Es decir: nadie puede atenderme del otro lado.
DOS Y en el segundo exacto en que se encendió el apagón yo estaba pensando en qué escribir, orándole a the body electric al que le canta Walt Whitman. Y hablo de esto aquí, aprovechando la tregua del cortocircuito, para referirme (porque me lo han preguntado varias veces) a cuál es la mecánica y la energía que mueve esta página mía una vez a la semana. Supongo que podría definir el sistema como no tan libre asociación de ideas y cuyo (cuando no se ocupa de un solo tema, cosa que sucede muy de tanto en tanto) movimiento pasa por buscar el orden secreto que uno a diversos temas de la actualidad aparentemente inconexos. Descubrirse cuál es el cable –¿el rojo? ¿el azul?– cuya energía los dota de un cierto orden, a menudo caprichoso, pero orden al fin. Y después bajar la palanca, contemplar allí arriba la fiesta de los relámpagos y, como el Dr. Víctor Frankenstein, lanzar al aire y a la tormenta un extático y orgásmico ¡¡¡Está vivo!!!
TRES Y he aquí los items que yo había venido anotando en mi pequeña libreta Moleskine, los pedazos de la criatura a coser y a reanimar. A saber: a) el polémico secuestro de la revista El Jueves (que sale los miércoles) a causa de una caricatura que se reía del príncipe y de la princesa; b) el fracaso del reality-show norteamericano de Victoria Beckham; c) la peleíta televisada entre Alonso y Massa luego de la carrera de Fórmula 1 del domingo pasado; d) la muerte del magnate informático Jesús de Polanco; e) el absurdo de Tony Blair como mediador en Medio Oriente; f) la captura en Portugal de El Solitario, el ladrón de bancos más buscado de España; g) la búsqueda de la perpetuidad presidencial de Hugo Chávez; h) las inundaciones en Inglaterra como consecuencia del cambio climático; i) el dictamen de un juez ibérico que le quitó la tenencia de su hija a una mujer porque consideró que su condición de lesbiana era similar a la de “pertenecer a una secta satánica”; j) la foto que mostraba a Cristina Fernández de Kirchner entrevistándose en Madrid con el centenario escritor Francisco Ayala; k) las nuevas aventuras de los siempre ocurrentes mellizos Kaczynsky, perseguidores del Tele-Tubbie acusado de portar bolso; k) el horror cada vez más sólido de viajar en avión y transitar por aeropuertos, y, l), uno de mis temas favoritos: el enfrentamiento entre gobierno e Iglesia por nueva asignatura escolar llamada Educación para la Ciudadanía y cuya puesta en marcha le ha hecho decir a Zapatero que “la fe no puede oponerse a la ley” y al cardenal Cañizares que “el laicismo tampoco puede estar por encima de la ley”. Cosas así. Y en eso estaba yo cuando se escuchó un ruido invisible, como un suspiro de gigante ausente y, a los pocos minutos, la mañana se llenó de los gritos rojos de las ambulancias y de los camiones de bomberos y del zumbido volador de helicópteros y yo me dije “éste tiene que ser el sonido del fin del mundo”. Pero no, ése era, apenas, el sonido de uno de los muchos finalcitos de munditos a los que más nos vale acostumbrarnos –porque no nos queda otra– porque así viene la mano. Y, en esa mano, vienen las bofetadas.
CUATRO Lo de antes, ya lo dije, seguro que ya lo vieron o leyeron sobre el asunto: se trataba del apagón más grande y catastrófico en toda la historia de Barcelona. Y –aunque mi piso seguía con luz– yo sentí la bajada a cero de tensión y ya no pude escribir nada con todo lo anterior. Lo único que se me ocurría es que todo eso y todos esos eran prisioneros o carceleros de sus respectivos voltajes, de la voluntad del on y del off, de saber que todo aquello que funciona sospecha que puede dejar de funcionar en el instante menos pensado. Así que salí al balcón a ver el apagón. En cualquier cosa, podía escribir, enviar el archivo a mi server, pero mi server no podría enviarlo estando en uno de los barrios afectados, creo, supongo. Y lo que se veía desde el tercer piso era un poco parecido al comienzo de La estrella misteriosa, una de mis aventuras favoritas de Tintín: gente corriendo por las calles agarrándose la cabeza bajo un sol de justicia, autos enloquecidos por la ausencia de luces verdes, edificios vaciándose sobre las aceras en busca de helados antes de que se derritieran, y esa especie de humo gris que parece desprenderse de miles de cabezas cuando el malhumor es generalizado y todos se dicen “otra vez” y se preguntan “hasta cuándo”. En la televisión se hablaba de 350.000 afectados de los que 110.000 pasarían la noche sin luz y ya se advertía que muchos de ellos –unos 80.000– serían víctimas de las palabras de un empleado de la compañía eléctrica, Fecsa, quien profetizó un “prepárense, va para largo”. Y enseguida empezó el vals de las culpas y las inocencias y las acusaciones entre políticos y las difusas y crípticas explicaciones técnicas que –una vez más– me hicieron comprender el oscurantismo en el que vivimos muchos porque, no sé ustedes, pero yo sigo sin entender ni entenderé nunca qué es la electricidad, a qué grupo étnico pertenece, cómo llega a nosotros y por qué, de golpe, se va hasta nuevo aviso.
CINCO Por lo que sólo me quedó el consuelo de metafóricas imágenes unplugged: un apagón es como un eclipse de suelo. Por el momento –como en la Antigüedad, con los eclipses de cielo– se nos hace imposible predecirlos y prevenirlos con exactitud.
Pero –todo parece indicarlo– cada vez habrá más.
Y más largos.
Por lo que iremos refinando métodos y calibrando instrumental para saber cuándo tendrán hora y lugar.
El problema, claro, es que todas las máquinas diseñadas para anticipar eclipses de suelo necesitarán de algo llamado electricidad para andar.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux