› Por Sandra Russo
Es el mejor amigo del hombre, e incluso de la mujer, pero así y todo, el perro es un tema. Posiblemente dentro de poco me compre uno, porque he llegado a una etapa en la que necesito que alguien me reciba contento cuando llego a casa. Tengo una hija adolescente.
El perro cuando es propio es otra cosa, ya sé. Los perros propios están llenos de virtudes, dan la pata, son ágiles mentalmente, son tan obedientes que dan ganas de comerlos a besos o tan desobedientes que dan ganas de retarlos como sólo uno puede retar a un perro. Uno reta más vehementemente a un perro que a un hijo. Con un perro uno se desahoga.
El problema son los perros ajenos, que en mi caso son todos. Los que paran en el boulevard de Charcas, por ejemplo, llevan a sus perros a desayunar. A lo mejor se entretienen un rato leyendo el diario, pero cuando caen en la cuenta de que el perro no los ha molestado, se le abalanzan para molestarlo ellos con caricias que a mi juicio son demasiado efusivas. Para mí que encubren algo. Un perro siempre encubre algo. Creo, no estoy segura. Un perro tiene la capacidad, siendo fiel, leal y honesto, de darnos aquello que esperamos todo el tiempo de todo el mundo. Vanamente. La gente no se comporta como si fuera nuestro perro.
Un perro es un oasis de cariño, o también, mirado de otro modo, es un in vitro del afecto. Uno no sabe exactamente cómo ganarse el afecto de determinadas personas, pero siempre sabe qué enamora a un perro. Hay que mimarlo, darle de comer y hablarle. El perro nos amará. Cómo tranquiliza un perro.
Las personas suelen ser diferentes. Necesitan algo que uno no sabe exactamente qué es, y ellas tampoco. Las personas pueden amarnos un día, y dudar si nos aman al día siguiente. Un perro jamás cometería semejante canallada. Un perro da lo que recibe. Uno invierte en un perro.
En las personas es inútil invertir, salvo que uno esté dispuesto a perder todo. Las personas reaccionan de modos extraños. Se atraen y repelen por razones oscuras incluso para sí mismas. A veces preferirían olvidarse de su dueño y no pueden, a veces no tienen dueño ni quieren, y a veces buscan un semejante. ¿Qué es un semejante sino alguien que se nos parece pero no del todo? Un semejante implica una medida incierta de parecido y diferencia. Eso es riesgoso, es inestable. Mejor un perro.
La gente gasta mucho más de lo racional en sus perros. Les compran alimento balanceado. Les compran un ponchito en el invierno. Los llevan al veterinario. Les dan vacunas. Algunos hasta les pintan las uñas o les hacen la permanente. En fin: es como ir de la limpieza de cutis al rejuvenecimiento de vagina: ocuparse del perro puede ser saludable o francamente perverso.
En el boulevard de Charcas, por ejemplo, hay una señora que pasa orgullosa atrás de su perro, que siempre lleva una muñeca en la boca. Todos los días, indefectiblemente, alguien que no lo ha visto nunca exclama un “¡Qué amor!” o “¡Qué divino!”, y la dueña disimula la inflamación de su ego.
Hay un hombre que toma café con su salchicha tirado a sus pies, y una mujer que llega después, cerca de las once de la mañana, con su caniche. Cada día hacen las mismas bromas sobre el noviazgo del salchicha y la caniche. El bar es un preescolar cuyos parroquianos son los padres a la salida y los niños los perros que cada tanto amagan con cruzar la calle, provocando un revuelo, gritos, sillas al aire, retos enérgicos seguidos después por dulzuras susurradas al oído (del perro). Es fácil pedirle perdón a un perro. Un perro perdona seguro.
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