› Por José Pablo Feinmann
A punto de empezar a dictar un curso con esa pregunta como título (“¿Qué es el peronismo?”), me formulo otra: ¿hay una respuesta para la pregunta sobre el ser del peronismo?
Empecemos por la “sustitución de importaciones”. Por algún lado hay que hacerlo y un fenómeno tan sobredeterminado como el que nos proponemos tratar lo exige, lo reclama así. A partir del gobierno de Justo, la Argentina empieza a sustituir importaciones. La crisis del 29 había dejado exangües a los países centrales y, por consiguiente, los periféricos, al carecer de proveedores de manufacturas, tuvieron que adentrarse en un terreno que ignoraban y habían elegido ignorar: el del desarrollo industrial. La cuestión se agudiza con la guerra “mundial” (una guerra intereuropea en la que entra la URSS para defenderse de la agresión nacionalsocialista y EE.UU. para desequilibrar el conflicto en favor de los aliados) y la Argentina empieza a poner tallercitos en Avellaneda, en Munro, en Berisso. De esos tallercitos va surgiendo algo que acelera su dinamismo día a día: una industria liviana, pujante, que necesita mano de obra y consumidores de sus productos. Se produce una traslación del ámbito rural al ámbito urbano. Los campesinos abandonan los feudos de las provincias e inundan la Capital. Son los nuevos migrantes. Los migrantes internos a los que Evita llamará “mis grasitas”. La oligarquía, “la negrada”. Y el caudillo cordobés Amadeo Sabattini, “el aluvión zoológico”. (Años después, los militantes de los setenta disfrutarán de esta frase porque la unirán con un texto que devoraban: Los condenados de la Tierra. Ahí, el africano argelino Franz Fanon decía: “Cuando el colonizador se refiere al colonizado acude al bestiario”. Y los del setenta dirán: “Es lo mismo: Argelia y Argentina. Dos expresiones en la lucha por la liberación nacional”. ¿Se equivocaban?) Los migrantes inundan la ciudad opulenta y vienen con la pureza del campesino. Esta “pureza” significa algo que la izquierda lamentará: no tienen experiencia sindical. No tienen trayectoria obrera. Sigo un poco un libro clásico: el de Murmis y Portantiero. Comparto con ellos la siguiente tesis: el “aluvión” no fue tal. Las migraciones de obreros sin experiencia sindical anterior se venían realizando desde la década del treinta. Yo acentúo más la movilización de los cuarenta. Los “tallercitos de Avellaneda” eran más numerosos en los cuarenta que en el treinta. Dado que una cosa es una crisis económica y otra una “guerra mundial”. Argentina tuvo que sustituir demasiadas cosas. Demasiadas mercaderías que antes recibía fácil y abundantemente del Imperio. Como fácil y abundante era el trigo y el ganado que remitía. (Ver El niño argentino, la obra de Mauricio Kartun donde la cuestión de la oligarquía dispendiosa que se iba a Europa con el peoncito y la vaca está muy bien tratada, sobre todo teatralmente.)
Falta un dato. O un par de ellos. ¿Quiénes recibían a los migrantes, a los “grasitas”, a los “negros” en la Capital Federal? a) La vieja oligarquía, llena de desdén, de odio racial y de clase. No podía comprenderlos ni integrarlos. La oligarquía patria ha sido una de las clases más racistas del proceso histórico americano; b) La naciente burguesía industrial. Esperaba a los migrantes y quería integrarlos en sus fábricas. Pero no tenía poder frente a la oligarquía. Su debilidad se expresaba en dependencia y sometimiento; c) Los viejos sindicalistas. Manejados ideológicamente por el Partido Comunista se movían dentro del esquema democracia-fascismo. La guerra no había terminado aún: los migrantes debían trabajar pero para enviar carne, trigo a los aliados y –sobre todo– a los sufridos soldados del glorioso Ejército soviético que se desangraba para derrotar al nazifascismo. Este viejo sindicalismo, compuesto por anarcosindicalistas y comunistas, habría debido estar abierto a los migrantes. Pero la obediencia a la línea staliniana que imponía un dirigente torpe como Codovilla los llevaba a pedirles sacrificios a los migrantes. Sacrificios para ayudar a las democracias que luchaban en Europa contra el nazifascismo. Se ubicaban dentro del esquema aliadófilo. Aunque dentro de la órbita soviética. Pero Stalin, hasta Yalta, era parte del esquema aliadófilo. ¿Cómo no habría el viejo sindicalismo de pedirles a los migrantes sacrificios para esa causa que era la prioritaria? Luego vendrían los intereses nacionales, las luchas por las reivindicaciones concretas, la satisfacción de las necesidades presentes. Antes, derrotar a los nazis, a los fascistas. Ganar la guerra de las democracias contra los totalitarismos de derecha; d) El Ejército. Estaba dividido entre el Ejército liberal y democrático que seguía la línea tradicional, la que Justo había impuesto sobre Uriburu, la que el general Rodríguez había inculcado en los cuadros. Exigían declararle la guerra al Eje. (Como toda la sociedad argentina.) En tanto soldados de la oligarquía y la democracia del fraude vieron en los migrantes elementos peligrosos, potenciales anarquistas. En fin, obreros a los que, por formación e historia, detestaban; e) El GOU. Esta logia nucleaba a los militares nacionalistas. La mayoría de ellos tenía simpatías por el Eje. Creían (candorosamente, es decir, cuando ya nadie lo creía porque la derrota era evidente) que Alemania ganaría la guerra. Eran siderúrgicos. Se habían formado leyendo a Karl Von Clausewitz y a Colmar Von Der Goltz, los teóricos prusianos de la guerra. Confiaban en la doctrina de la Nación en Armas. “Si un país desea la paz tiene que prepararse para la guerra”, era la sentencia que habían encontrado en Von Der Goltz y en la que creían con fervor. La industria pesada era parte esencial de esa preparación. Un país valía tanto como valían su ejército y sus industrias. Miraban con desdén y desconfianza a los migrantes. Eran provincianos, eran negros, eran brutos, ignorantes. Jamás podrían utilizarlos en el desarrollo de la industria pesada. Además, así como la industria requiere mucha mano de obra, la pesada no. Los hombres del Gou no sabían qué hacer con los negritos ésos. Todos menos uno; f) Perón. De seria formación castrense, había dictado ya en 1931 unos cursos de historia militar que recopilaría en uno de los tomos de la Biblioteca del Oficial y cuya lectura es importante para entender nuestra historia contemporánea. Se llamaron Apuntes de Historia militar. Perón hablaba de Clausewitz y de Napoleón con una soltura y un conocimiento notables. Viajó por Europa. Estudió el fenómeno nacionalsocialista, que no le desagradó. Aunque menos le desagradó el fascismo mussoliniano. Incluso conoció a Mussolini. Formó parte importante del GOU (Grupo de Oficiales Unidos o ¡Gobierno! ¡Orden! ¡Unidad! o Grupo de Obra de Unificación o los tres según la manía ocasional de sus distintos miembros; jamás se sabrá, no es el mayor de los misterios del peronismo) y fue su ideólogo más tenaz. Luego del golpe del 4 de junio de 1943, los nacionalistas, con Ramírez luego de defenestrado el liberal Rawson, se adueñan del poder y le preguntan al influyente Perón qué quiere. Cuando a un hombre le preguntan algo así éste se define a sí mismo según lo que pide. Acaso Perón pudo haber pedido la dirección de una planta siderúrgica e iniciar el despegue de la Defensa Nacional, de la Nación en Armas. No: a Perón habría de interesarle (pese a un célebre discurso que dio en La Plata) más la industria liviana que la pesada. Porque la liviana requería muchos obreros, mucha mano de obra, creaba muchos empleos. Pero retrocedamos: ¿qué pidió este coronel Perón cuando los siderúrgicos proEje del GOU le ofrecieron en bandeja sus deseos? Pidió una secretaría. Los del GOU se habrán reído. ¿Cómo, eso pidió Perón? Sí, eso pidió. Y, en octubre de 1943, asume la titularidad del Departamento Nacional del Trabajo (JPF, El peronismo y la primacía de la política, Editorial Cimarrón, Buenos Aires, 1974, p. 60. No busquen este libro. No está en ninguna parte. Hice quemar 3000 ejemplares durante la dictadura y los pocos que quedan los tengo yo, bajo llave. Hice una edición depurada en 1983, pero ni por asomo es la misma).
Y hasta aquí llegamos. Esta es la primera posible respuesta a la pregunta “¿Qué es el peronismo?” El peronismo es la construcción de poder que el coronel Perón hizo a partir de 1943 hasta subir al gobierno en 1946. Vio, él, algo que nadie había visto. Desde ese Departamento Nacional del Trabajo transformado luego en Secretaría de Trabajo habría de darles cobertura política a los migrantes. Nadie vio “lo nuevo”. Crear, en política, es ver lo nuevo. Perón vio que los migrantes estaban desamparados y empezó a trabajar esa materia prima para construir, con ella, la base social de su poder. Aquí (esto es fundamental) no caben juicios morales. No lo hizo porque era más bueno que los otros. Fue más inteligente, más lúcido para hacer política. Creó sindicatos para los migrantes. Le pidió prestado a Cipriano Reyes el Partido Laborista y los migrantes tuvieron un partido. También él, dado que con ese partido ganó las elecciones del ’46. Hizo muchas otras cosas. Pero básicamente una: descubrió al nuevo sujeto de la historia y supo cómo captarlo. Así, el peronismo nacería grasa, negro y popular. Entre la industria liviana y la pesada elegiría la liviana para darles trabajo a los millones de obreros nuevos. Buscaría sus otros apoyos en el Ejército y en la burguesía industrialista. Crearía un partido de masas. Y crearía dos liderazgos: el de Perón y el de Eva Perón. Después vendrían los días festivos, los días de furia, el exilio, la resistencia, el hecho maldito, la juventud, las formaciones especiales, Ezeiza, la muerte de Rucci, la Triple A, la muerte del líder y... Muchas otras cosas más. Hoy, después de todas ellas, es más arduo que nunca decir qué es el peronismo. Sobre todo cuando parece serlo todo. Pero –-si no lo es– acaso sea posible todavía decir lo que es. Porque algo solamente es cuando existe la diferencia. Algo que –sea en la oposición, en la guerra o en la conciliación democrática– es, definitivamente, otra cosa. Y es necesaria.
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