› Por Juan Sasturain
En estos días, por razones laborales o por simple gusto, estoy viendo muchas fotos, trabajos sueltos, libros viejos y nuevos de diferentes fotógrafos. Reporteros gráficos, pero también retratistas. Más precisamente: caras de personajes, imágenes robadas, retratos al paso. De escritores, sobre todo. Y son laburos de los buenos, supongo. Porque admito que en realidad no entiendo demasiado del tema, no he leído a la Sontag –ni a otros–, no sé definir de qué se trata cuando se habla de este oficio que es arte a veces, no sé qué y cómo hacen los buenos fotógrafos. Algo que sin duda parece simple pero no es tan así. Como todo.
Al respecto, el uso idiomático es siempre revelador. En el lenguaje coloquial –en castellano, al menos– no se utiliza el verbo “fotografiar” sino una forma compuesta: entre nosotros, el fotógrafo –sea habitual u ocasional– “saca” fotos. Es bastante rara y sugestiva la idea. Porque el que saca una foto, ¿de dónde la saca? ¿Dónde estaba esa foto antes de que la sacara? ¿Quién puso lo que él saca? Incluso hay –y son más frecuentes– formas verbales cuasipasivas, como “ir a sacarse una foto”, en las que el sujeto no es ya el que aprieta el botón sino el que se expone, propone o predispone enfrente. Y cuando alguien va a “sacarse una foto”, la imagen ocupa con irreflexiva naturalidad, frente al verbo extractor, el mismo lugar de una radiografía, una muela o la sangre.
Para no ir más lejos, como solían ir –según se dice con condescendencia– los llamados primitivos que cuidaban la imagen/el alma con la palma extendida y vertical hacia adelante porque sabían que todo lo que se dispara –fusil o cámara– algo se lleva, algo te saca. La vieja fórmula de humor negro que sintetiza la súplica “A mí no, bwana” es síntoma de una empírica sabiduría.
Hay otros detalles de uso que vale la pena señalar. En el acto de sacar fotos, el énfasis está puesto en el verbo y no en el objeto o resultado, que bien puede ser eludido: “¿Querés que te saque?”, dice el de la cámara, “¿Cómo te sacó?”, preguntará un tercero excluido. El objeto de la extracción no se menciona: la foto no es un fin sino un medio y su revelación compromete sin duda algo más que la imagen.
Esta forma elíptica remite a otro uso habitual y muy sutil de “sacar”, en tanto sinónimo de “identificar”: la asociación de la imagen con una identidad cierta. Así, por ejemplo, cabe para medir la eficacia de un caricaturista según “lo sacó” o no al modelo (y es algo más que el simple parecido, compromete algo más que la imagen) y también para expresar, ante alguien vagamente conocido, la imposibilidad de reunir cara-nombre-circunstancias: “No te saco”, es la expresión usual.
De algún modo todas esas “formas de sacar” están presentes cuando se saca una foto. Pero claro que eso no es todo: simultáneamente y desde otro lugar –el de la actividad específica y la jerga profesional– los fotógrafos tienen distintas formas de nombrar lo suyo, que no es precisamente ésa, tan primitiva: ellos “hacen fotos” y, puestos a trabajar en términos de cobertura intensiva, “tiran (tantos) rollos”. En ambos casos, “hacer” y “tirar”, desde lo artístico o lo mecánico, coinciden en la idea de sumar, agregar a lo que hay. No sacan: ponen, suman.
Ahora bien: tanta vuelta para definir un acto, el gesto que define a los grandes fotoperiodistas –palabra espantosa, si las hay– devenidos retratistas ocasionales. Hacen fotografías y tiran todos los rollos necesarios pero, además –antes que nada o como consecuencia de todo– sacan fotos. En esa dualidad está su originalidad y su maestría.
El reportero gráfico, a diferencia del fotógrafo de estudio, hace foco sobre el suceso, corta el tiempo, irrumpe en el transcurrir; no arma escenas ni pide pose sino que trabaja en y para embocar la intersección del que busca con lo que encuentra. El maestro Cartier (hablamos de otras joyas, otro uso del tiempo) dijo alguna vez y para siempre algo definitivo al respecto. En combate contra la fugacidad, el fotoperiodista se exige disparar –por correr y por gatillar– para que “la” foto, cuando se presente, lo encuentre disparando.
Es el caso de los retratos, las fotos de gente particular, el que busca es el que saca, el que pone es el que encuentra. Pone mientras busca, saca y encuentra. Como cazar y pescar, como tirar un anzuelo al río y/o disponer una trampa en el bosque.
En particular, a mí me gustan más los retratos que sacan que los que ponen. La famosa cara del penúltimo Ezra Pound arrugada y fruncida como una alpargata sometida al sol o la de Borges pescado con los párpados apretados (¿de quién son esas fotos memorables?) me dicen más que las bellas construcciones adjetivadas de Annie Lejbowicz, por ejemplo. Es que los ponedores tienen estilo, los sacadores encuentran obras de arte. En un caso, la foto sirve para reconocer al fotógrafo; en el otro, para conocer al auténtico sacado, nunca más claramente dicho.
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